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miércoles, 1 de junio de 2011
A tres días de mi cumpleaños me sentía enfermo. Estaba enfermo de la vida, no era justo tener que regresar al Perú dejando al amor de mi vida a miles de kilómetros de distancia.

Faltaba más o menos una semana para mi partida y Karla aún pensaba que los abrazos que daba serían para siempre. Me sentía pésimo al hablar con ella ya que no podía evitar ocultarle esto. Por el msn, Serge siempre me seguía insistiendo que si bien es mejor tarde que nunca, hacerlo a última hora haría todo más difícil. Y tenía razón, pero de por sí, toda esta situación ya era muy difícil.

-          ¿Sigues preocupado? – me acercó una uva a la boca.
-          ¿Eh? Sí… - respondí, volviendo en mí, antes de comer la uva.
-          Sólo tienes que estudiar un poquito más, borreguito – me sonrió – por cierto… ¿Qué materia reprobaste?
-          Álgebra – mentí, al ver unos imanes en forma de letras en la refrigeradora de su cocina con los cuales podría escribir esa palabra – ya sabes que siempre la odié – me quejé, comiendo otra uva
-          Ya, borreguito… No hagas cólera que no es bueno – me miró tiernamente y me dio un abrazo muy fuerte – piensa en lo bonito que seremos juntos todo el verano.
-          Sí – dije, pensando “o hasta la próxima semana”.

Cada vez que hablaba con ella, me hacía recordar lo feliz que era a su lado y lo injusto que sería perderla. Eso solía frenarme al momento de decidirme para contarle la verdad. Pero ¿Cómo podría decirle a quien le juré me quedaría para siempre a su lado que tendría que partir hacia miles de kilómetros al sur? Yo había llegado a Puebla convencido en que volvería cuando el año escolar termine, pero cuando conocí a Karla olvidé los planes y decidí quedarme ahí para siempre, ignorando la potestad de mi familia.

A dos días de mi cumpleaños, exactamente a las tres con trece minutos de la madrugada, me despertó un fuerte ruido en la cocina. Me paré y decidí ir a investigar. No es que yo sea muy valiente cuando escucho ruidos en la madrugada, pero recordé que mi padre no se despierta ni con bombas así que decidí ir sólo.

Cuando estaba en el comedor, a unos pocos pasos de la puerta de la cocina, escuché como se abrían los cajones; si no eran fantasmas, alguien había entrado a la casa. Intenté buscar con la mano algo con que defenderme mientras asomaba la cabeza a través de la puerta entreabierta para ver mejor y, cuando pude coger una lámpara para “aplastar” al supuesto ladrón, una voz conocida dijo mi nombre.

-          Joseph… - dijo, acto seguido solté la lámpara.
-          ¿Tú…? – dije, algo confundido - ¿Qué haces aquí?
-          Ya me enteré – dijo, levantando algo con su mano derecha.
-          Karla… ¿Qué está pasando? ¿Por qué estás en mi cocina con eso? – me asusté.
-          ¿Por qué no me dijiste que ibas a irte? – viró el objeto y lo rozó con la piel de su brazo, haciéndose una herida - ¿Por qué me mentiste?
-          Karla… Karla… - me desesperé – Deja… Ese… Cuchillo…
-          ¡No! – gritó – Me has engañado por segunda vez, Joseph… Así yo no puedo seguir…
-          Yo… No quería… - Me acerqué lentamente – Deja ya eso, Pastorcita.
-          Eres un borrego que abandona a su pastora… Iba a ir hasta tu habitación para que veas esto, pero me has ahorrado el trabajo, borreguito. – acercó el cuchillo a su cuello.
-          Tranquila… Pastorcita – me acerqué un poco más, tenía miedo de correr y causar en ella una reacción que pueda resultar trágica.
-          ¿Por qué me haces esto? – sollozó.
-          Yo… Yo… Volveré, lo juro – dije, temblando.
-          ¡¿En otros diez años?! – comenzó a derramar lágrimas – No es así como te quiero… Uno de los dos debe desaparecer.
-          ¡NO! – grité – A veces uno no puede controlar las cosas – me acerqué más, ya estaba a pocos pasos de ella.
-          ¡No te acerques más! – Quitó el cuchillo de su cuello y lo extendió hacia mí – Si no desaparezco yo, lo harás tú – dijo, temblando.
-          Es algo que debí decirlo desde el principio…  Perdóname – agaché la cabeza – pero por favor… Comprende que no puedo cambiar nada… Yo… Yo te amo, pastorcita.

El cuchillo hizo un sonido muy fuerte al caer al piso, parecía un sonido eterno. Karla cayó de bruces al suelo y el cuchillo no había cesado el ruido del impacto.

-          Yo también te amo, borreguito.

Me desperté.

El sonido del cuchillo se convirtió en la sirena de un carro de policía que pasaba a toda velocidad por la calle. Eran exactamente las tres con doce minutos en mi reloj, todo había sido un sueño.



Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto

2 comentarios:

Johanna dijo...

qué feo sueño O_O''

Alejandro Céspedes dijo...

Feo sueño indeed.