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lunes, 27 de junio de 2011
Después de perder el contacto con Karla, hubo grandes cambios en mi vida. Pasé a ser un chico, más bien, algo atrevido y mi perfil silencioso había decaído bastante. Procuraba mostrarme más hablador e, incluso, intentaba imitar ciertas modas a las que, meses antes, no hubiese prestado atención. En el aspecto personal mi apariencia cambió mucho también. Las enredaderas en mi cabello crecieron y mi vestimenta consistía, mayormente, en poleras anchas con capucha y shorts, anchos también.

Noto, ahora, este cambio como una especie de inconformidad ante mi realidad. Ya no me preocupaba tanto por cómo podrían verme los demás. No es que antes yo hubiese vivido de las apariencias, pero cuando estaba en México siempre intentaba causar una buena impresión, sobre todo cuando salía con Karla. Había descuidado bastante mi apariencia y mi vestido dejaba, también, mucho que desear. Pude darme cuenta de eso cuando mi computadora tuvo unos problemas y no pude estar conectado tanto tiempo como quisiera. Esto me obligó a salir a las calles en busca de internet y noté que las personas que me conocían toda la vida, ahora me miraban diferente.

Comencé a frecuentar un cyber-café a unas cinco cuadras de mi casa. Ahí pasaba mis tardes y gran parte de mis noches.

Me hice conocido entre los dueños. Rafael, más conocido como “Rafa”, era el que, de cierto modo, me tenía más estima. Era un sujeto algo extraño, un poco ancho y no muy alto, con la barba algo crecida y una sonrisa siempre. A veces parecía que tras esa sonrisa escondía algo malo. Parecía que le encantaban las camisas amarillas…

El día en el cual me pidió mi correo electrónico, pudo ver “Chokobex” entre más letras y números. Por algún motivo que desconozco hasta el día de hoy, desde entonces empezó a llamarme “Chokoborra”. Supongo que no pudo memorizar “Chokobex”.

“Chokobex” venía de “Chocobo”, una simpática ave, la cual pertenecía a un videojuego llamado “Final Fantasy”. Siempre amé este juego y los chocobos eran de mis favoritos.

Varios días después, Rafa decidió darme una especie de trabajo; yo sería la persona que atienda en el cyber-café los días que quiera y él me pagaba con horas gratis cuando me venga la gana. A mis 16 años no me importó, ya había perdido toda esperanza con respecto a alguna aspiración personal.

Una tarde en la cual entraba, como de costumbre, al cyber-café, pude notar que no había nadie, salvo por un chico, usando la máquina número ocho e, incluso, Rafa no estaba.

El chico de la máquina ocho era un poco blanquiñoso, de cabello lacio y largo o, al menos, para la edad que tenía lo era. Él estaba jugando Starcraft, un juego de estrategia para PC. Siempre fui bueno en ese juego. Moví mi descuidada humanidad hacia él.

-          ¡Hey! Starcraft, ¿Verdad? – le dije, muy toscamente.
-          Sí, sí – respondió.
-          ¿Jugamos? He estado entrenando en este juego.
-          Cuando termine esta partida podemos jugar una.
-          ¡No! – grité – Jugamos ahorita.

Él me miró algo extrañado, incluso, diría, con algo de miedo. Por mi parte, estaba cansado de que las cosas no salgan según mis planes. Incluso en un juego de computadora, la idea de no poder jugar en ese momento me frustraba y eso era algo que no iba a permitir.

-          No te preocupes. Ahorita termino y jugamos – el chico trató de calmarse.
-          Dije que quiero jugar ahora – insistí.
-          Pero… ¡Hey! ¡¿Qué haces?!

Me encontraba algo ansioso. Estiré mi mano hacia el CPU y presioné el botón de reset, dejando al chico sin palabra alguna cuando vio su monitor apagarse.

-          ¡Oe, Remi! – escuché una voz ¡¿Por qué te saliste de la partida!?
-          No ha sido mi culpa… ¡Ha sido este loco! – me señaló.
-          ¿Ese no atiende acá?



Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto

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