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sábado, 4 de junio de 2011
Empezando el día anterior a mi cumpleaños, tenía miedo de repetir el plato de la noche anterior. No recuerdo si llegué a soñar algo pero, si es que fue algo como su predecesor, me alegra haberlo olvidado. El resto del día, por lo general, fue uno de los más extraños en toda mi vida. Estaba más distraído que nunca y solía olvidar las cosas que hacía. Sólo pensaba en el sueño extraño que había tenido la noche anterior.

Ese día pude salir con Karla y, en nuestra salida, no paraba de hablar conmigo mismo. Murmuraba y pensaba; estaba ausente en mi propia cita. Ella me hablaba y, varias veces, tardaba varios segundos en contestar, en el mejor de los casos. Los pensamientos en mi cabeza espiralaban, contorsionándose en un nudo de confusión, en el cual confundía fechas, lugares y hasta cosas.

-          Joven, está intentando pagarme con el helado que le acabo de entregar – me informó la dependienta de un puesto de helados – joven… ¿Me escucha? ¡Joven!
-          ¡Ah! Sí, sí – dije – disculpe…
-          ¿Qué te pasa, borreguito? – intervino Karla, aferrándose a mi brazo.
-          No sé – mentí – deben ser los nervios… Porque… Hoy… Es mi cumpleaños – dije, retirando el helado de la cara de la dependienta.
-          Es mañana – me dijo ella, mientras nos alejábamos del puesto de helados.
-          ¡Joven! – gritó la dependienta – Aún no me ha pagado.

Luego de dejar un billete en el mostrador y partir con Karla, tuve que regresar, otra vez, por mi cambio. Karla, a medida que el día avanzaba, me miraba más y más extrañada por mi actitud y, por más que insistiera, yo no era capaz de decirle la verdad.

Decidí regresar a mi casa temprano, antes que el sol se pierda por el este y las luces iluminen con sus lumbreras las calles.

-          Tal vez sólo necesite dormir – bostecé, intentando parecer cansado
-          Sí borreguito – me dijo – Hoy has estado muy extraño…
-          ¡Nada que un buen sueño no pueda solucionar!
-          Esperemos eso – me contestó, abriendo la puerta de su casa.

Nos despedimos con un beso que, sentía, me rogaba por un poco de sinceridad pero, por el miedo que sentía, no se la di. Cuando Karla Jiménez cerró la puerta de su casa, regresé arrastrando toda mi humanidad, sin poder creer que le estaba fallando por segunda vez.

La tarde terminó gris y la noche no se dejó sentir. Antes de las nueve y media de la noche ya estaba acostado tratando de conciliar el sueño.

Por más que lo intentara por horas, aquella noche, anterior a mi cumpleaños, no podía pegar los ojos. Debía contarle a Karla la verdad, pero no me iba a atrever a hacerlo en mi cumpleaños donde, se supone, todo es felicidad. Tenía que hablar con ella ahora o nunca.

Pude ver, por mi ventana, la calle solitaria. Era ahora o nunca. Cerca de las once y media de la noche salí de mi casa, rumbo a la acera del frente dispuesto a contarle toda la verdad a Karla.

Jugué con el pomo de la puerta de mi casa, dudando.
Otra vuelta más al pomo… Y ya estaba decidido.
Salí a la fría calle.
Estaba, mi destino, al frente.
Paré en seco antes de salir para pensarlo bien.
Hoy iba a ser el día de la verdad.
Ya era hora de afrontar las cosas.
Kilómetros, parecía, lo que separaba una acera de la otra.
Ahora, llegando a mi destino, me temblaba todo.
Realmente me sentí estúpido cuando no me atreví a tocar su puerta.
La aventura terminó ahí, justo ante la puerta de madera.
Al umbral de su hogar me quedé, luego de unos minutos, profundamente dormido..

Le fallé…


Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto

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