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miércoles, 14 de septiembre de 2011
Comencé a sudar cuando el sujeto levantó su polera por la derecha, dejando ver la culata de una pistola. Me quedé congelado, resignado a que este tipo me robara; no podía competir con un arma. Después de todo no tenía nada que valiese tanto como para lamentarme.

-          Yo no le conozco, señor – le dije – Tampoco conozco a su hermano – traté de buscar una salida, aunque estaba seguro que era un ladrón común y que todo el palabreo era sólo para retenerme e intimidarme.
-          No voy a irme de aquí sin dinero – dijo, mientras me miraba, algo soberbio – o sin dejarte tu respectiva marca de guerra.

Ahora no sólo estaba asustado por el casi seguro robo; casi no tenía más que mi pasaje y si no le satisfacía, iba, de seguro, a hacerme algo… Golpearme, dispararme o matarme.

-          Oe, Pepe – escuché, detrás de mí – No seas huevón, pues.
-          ¿Qué? – escupió Pepe.
-          No pierdas el tiempo con un chibolo pavo – atinó el recién llegado – tenemos que prepararnos para el negocio de la noche y pierdes el tiempo con un chibolo.
-          Puta ya, ya – me miró – Arranca nomás, chibolo… Antes que te vuele de un plomazo.

Demoré unos segundos para lograr que mis piernas reaccionen. Cuando conseguí el control sobre mis extremidades, caminé temblando y, después de casi medio minuto, comencé a correr. ¡Qué mala suerte para que me pase esto justo a un par de cuadras de la casa de Maggie! Al menos no pasó nada malo…

Había perdido mucho tiempo dando vueltas y en la intromisión que tuve con el tipo que quiso asaltarme. Cuando llegué a la reja que daba la bienvenida a la casa de Maggie, el cielo amenazaba con oscurecer y las primeras lumbreras comenzaron a iluminar las calles.

Toqué el timbre y un hombre con bigote, el cual intuía que era el padre de Maggie, salió a investigar quién era el que tocaba.

-          ¿Sí? – preguntó el señor, mirándome mientras se acomodaba los lentes.
-          Buenas tardes – el poste de luz sobre mí se prendió – Buenas noches, ya.
-          Disculpe, señor – dije, algo tímido - ¿Se encuentra Maggie?
-          Claro, jovencito – respondió, muy divertido – Saldrá en un momento.
-          Gracias – respondí mientras el señor juntaba la puerta que se encontraba después de la reja que tenía delante de mí.

Después de un par de minutos salió una chica de cabello corto y una tez algo bronceada. Caí en cuenta que, hasta ahora, no sabía cómo era Maggie. Definitivamente si ella era la chica que tenía en frente no cabía duda en que era una chica más que preciosa.

-          ¡Hola! – sonrió, alzando su mano para saludarme.

Me quedé idiota.


Cuando la conocí, no sabía que ella iba a sentirse sola
lunes, 12 de septiembre de 2011
Salí en dirección a casa de Maggie con algo de miedo. Tomé una combi que me dejó en la intersección de las avenidas Venezuela y Faucett, justo entre el límite del distrito de San Miguel con Bellavista. No conocía la zona, pero gracias a dios era más bonita de lo que pensaba.

Vi como las casas de, por lo general, tres pisos de altura se levantaban, tratando de imponerse ante los pequeños tejados de las casas más bajas.

Caminé algo pensativo. Miraba de un lado a otro, algo perdido ya que no tenía la más mínima idea del lugar en el que me encontraba; definitivamente me faltaba conocer Lima.

Entré a una tienda con una simpática caja registradora, la cual ya no funcionaba, en el mostrador. tenía algo de sed y compré una bebida. El señor que atendía el negocio se veía muy buena gente, así que aproveché, también, para pedir alguna referencia que pudiese ayudarme a llegar a mi destino. El amable dependiente me explicó con detalles y, cuando se dio cuenta que ya no seguía el hilo de su relato, perdiéndome entre las direcciones izquierda y derecha mezcladas entre sí junto a un complejo repertorio de nombres de calles, sacó, con una sonrisa, un lapicero del bolsillo de su camisa. Levantó la caja registradora con algo de esfuerzo y sacó, debajo de ella, un pequeño cuadernito, el cual colocó frente a mí. Dejó caer la caja registradora en el mostrador, la cual logró un fuerte sonido gracias al palmazo. No se veía tan pesada.

El pequeño cuaderno, color verde y algo maltratado, no parecía nada especial. Cuando el hombre lo abrió, buscando dios sabe qué, vi que contenía varios planos de calles dibujados a mano.

Paró en una hoja, señaló con su dedo el trazo que marcaba el nombre de la calle que buscaba y me sonrió al ver que le asentí con la cabeza. Dio media vuelta y se dirigió a la fotocopiadora. Regresó con una copia del croquis y me la dio. Me explicó, una vez más, la ruta que debía seguir y esta vez, con mapa en mano, ya sabía cómo ubicarme.

-          ¡Gracias! – le dije, caminando hacia la puerta de la tienda para irme.
-          Un momento, jovencito – interrumpió.
-          ¿Sí?
-          La fotocopia – señaló el papel que tenía en la mano – son diez céntimos.

Ya afuera, tras haber desembolsado el dinero para pagar la fotocopia, pensé en que esa era una muy buena manera de sacarle provecho a una fotocopiadora. No importaba, sinceramente el señor merecía mucho más por haberme ayudado a llegar a la casa de Maggie. Ya estaba a un par de cuadras.

Aún tenía una cara de perdido impresionante, y con mi nueva guía parecía un turista. Al menos ya era imposible perderme y recordaba muy bien el camino de regreso.

-          ¡Oe! – escuché gritar a alguien, atrás de mí. – ¡Oe, tú!

Volteé, de puro curioso, para ver quien gritaba. Me sorprendí mucho cuando me di cuenta que al que le gritaban era a mí. Me quedé parado, mirando al tipo alto y con brazos muy marcados gritándome recostado en una pared, rascándose una barba, algo tupida, la cual compensaba la falta de cabello.

-          ¿Qué pasa? -  respondí, entre extrañado y confundido.
-          Yo te conozco – sonaba rudo.
-          Pues yo no – respondí.
-          ¡No te hagas el payaso, mierda! – al ver que un hombre desconocido, obviamente más fuerte que yo, me gritaba. Me asusté – Ya te he dicho que no te metas en mi barrio hasta que le hayas pagado a mi hermano el dinero que le debes.
-          Pe… pero… - tartamudeé – yo no te conozco a ti – tragué saliva –, tampoco conozco a tu hermano – ahora sí tenía algo de miedo. No todos los días se es amenazado por un hombre grande, malo y calvo.



Cuando la conocí, no sabía que ella iba a sentirse sola
viernes, 9 de septiembre de 2011
Las cosas con Sol, aunque perfectas cuando nos veíamos, no eran las que yo esperaba. Solía incomodarme mucho el no poder ir a buscarle a su casa porque su madre se ponía histérica si me veía.

Una vez pude visitarla; llegué a su casa y su madre me saludó con un desgano único. Nos quedamos en la sala y charlamos un poco. La pasamos muy bien entre los golpes con los cojines, las risas y los besos. Claro, esto último muy cuidadosamente… Lo último que Sol quería era que su madre nos viera en algo más que una amistad ya que por alguna razón que desconocía yo no le agradaba, ya que nunca habíamos pasado de un saludo.

Lo único, por así decirlo, educado que hizo su madre, puesto que nos dejó en la sala sin siquiera intentar conocerme y decirle a Sol “No me agrada", fue invitarme a almorzar. Pensé que a la hora de la comida tal vez se dé la ocasión de conocernos e intentaría, de todas maneras, agradarle para que cambie su manera de pensar. Lastimosamente ese momento nunca llegó; su madre nos dejó dos platos en la mesa del comedor y ella fue a comer a su habitación… Sin duda alguna iba a ser una tarea muy complicada acercarme a ella para dialogar.

Nunca había probado chanfainita; era una comida típica peruana. A partir de ese momento me di cuenta que era una de las comidas que menos me agradarían mientras viva en este país.

El mundo virtual a veces se me hacía más simpático; cuando hablaba con Sol me contaba cómo vivía sus días. Lástima que no se conectase mucho por la locura de su madre… Pero, con ella, hablaba mucho más por MSN que cara a cara, ya que casi nunca le podía ver gracias a mi imagen de “Persona no grata” en su casa.

Al menos no me aburría tanto cuando no podía hablar con Sol ya que siempre tenía la compañía de Maggie y, poco a poco, iba conociendo a los K-maradas, su grupo de amigos.

Un día, pasando la quincena de diciembre, decidí conocer a Maggie en la vida real. Tampoco vivía muy lejos de mi casa, pero era un sitio no muy explorado por mí. Tuve que pasar un par de aventurillas antes de llegar hasta el amigable pórtico de su casa.

-          ¿Ves? Yo te dije que siempre hay algo para contar en tu vida.
-          Muy gracioso, Serge – le dije, apagando el Play Station 2.
-          Vamos… Mira cómo son las cosas – alzó su dedo índice y lo colocó muy cerca de mi cara – Tu novia es Sol, a la cual casi ni puedes ver ¿Verdad?
-          Sí – respondí, apartando su dedo de mi camino.
-          ¡No tan rápido! – esta vez levantó el dedo índice acompañado del medio – Aún cada vez que menciono a Karla Jiménez te pones algo nostálgico y soñador.

Aunque era algo incómodo aceptarlo, Serge tenía algo de razón; si bien ya había pasado cuatro meses desde la última vez que vi a Karla, aún sentía algo dando vueltas dentro de mí cuando algo me hacía recordarle.

-          Bueno – respondí – es algo que superaré con el tiempo, supongo – no aparté su mano esta vez, ya que me había quedado parado, mirando a la nada.
-          ¡Y tres! – levantó el dedo anular para acompañar a los otros dos – Estás yendo a la casa de tu amante en estos momentos… Maggie, ¿No?
-          ¡Ella no es mi amante! – le grité – Es sólo una amiga.
-          Bueno, bueno – respondió algo arrepentido, pasando el umbral de la puerta de mi casa – tal vez me emocioné un poco por lo que se por televisión.
-          Sigues viendo novelas como antes, ¿No? – respondí, cerrando la puerta tras nosotros.
-          Yo… No veo novelas – dijo, tratando de excusarse – pero esta sería una muy buena historia… Con tu novia, tu amante y la mujer que amas.
-          Pero, pero… Aish… olvídalo – respondí, acelerando el paso – ¡Olvídalo! Se me hace tarde ya… Nos vemos luego, Serge.


Cuando la conocí, no sabía que ella iba a sentirse sola
miércoles, 7 de septiembre de 2011
Mi casa, desde que regresé de México, estaba dividida en tres; mis tíos vivían en el primer piso mientras mis padres en el segundo y, finalmente, yo estaba, solo, en el tercero.

Era genial poder estar solo en un piso sin que nadie me moleste… Bueno, algunas veces subía mi madre ya que usaba un cuarto vacío al costado del mío como depósito, pero aun así, me relajaba tener todo el piso para mí solo.

Aquel sábado, en diciembre, cuando llegué con Sol, pasando por el segundo piso, saludó, muy nerviosa, a mi madre, quien le devolvió el saludo con una sonrisa. Luego subimos hacia mi piso.

Era algo alucinante tener a Sol en mi piso; era casi como si fuese una casa para nosotros solos. Obviamente muchas ideas, entre ellas algunas algo libidinosas, rondaron por mi cabeza. Pero, por supuesto, no iba a intentar nada que ella no quisiera. Ya tenía algunas experiencias pasadas que me demostraban lo estúpido que podía llegar a ser con la cabeza caliente. Además… Era tan chiquita y bonita… Que sería incapaz de hacerle algo.

Ella se puso a curiosear por toda la casa semivacía. Desde la puerta la veía, muy feliz, pasar de un cuarto a otro preguntando “¿Qué hay aquí?, “¿Y este cuarto?” “¿Qué es esto?” entre otras cosas.

-          Erhm… Eso… - le dije, un poco tartamudo.
-          Está muy bonito – me sonrió mientras salía de una habitación con un pequeño conejo de peluche.
-          Sí – le contesté, devolviéndole la sonrisa – Y te parecerá más bonito cuando te cuente la historia de ese conejito.
-          ¡Cuéntame, cuéntame! – dijo, caminando hacia otra habitación – Oye… ¿Este es tu cuarto? Es la única habitación con una cama.
-          Sí, este es mi hábitat – le respondí, sin perder la sonrisa.

Sol se sentó en mi cama y, sin soltar el peluche, dejó caer su cuerpo para estar más cómoda.

¿Qué no se me había ocurrido hacerle en ese momento? Si no fuese porque lo que sentía tenía bases en el respeto y un buen querer, era más que seguro que me tiraba encima de ella. Por el contrario, me arrodillé en el suelo, a los pies de mi cama, y desde ahí le dije que se veía muy bonita.

-          Oye… - me dijo – Aún no me cuentas la historia de este conejito bonito.
-          Verdad – dejé colar una risilla – Es un regalo.
-          ¿Sí? ¿De quién? – Se volvió a sentar en mi cama – Yo quería que me lo des. Está muy bonito.
-          Me lo dio tu buena amiguita Adriana – no lo soporté más – Jajajajaja.

Sol terminó de incorporarse y se paró. Caminó hacia la puerta de mi cuarto y me sacó la lengua.

-          ¡Qué conejo tan feo! ¡Feo como tú!
-          Vamos, Sol – me acerqué a ella – sólo es una bromita.
-          ¿O sea que no te lo dio Adriana? – me abrazó, sin soltar el conejo, rodeando mi cuello.
-          Sí me lo dio ella – respondí – Pero en este momento eso ya no importa… Sólo importas tú… Sólo importo yo.

Me sonrió con la dulzura e inocencia con la que sólo ella podía. Me acerqué un poco a ella, la vi cerrar los ojos. Hice lo mismo y deseé que ese momento no termine jamás.

Nos dimos un beso dulce, algo largo y con un roce delicado.

-          Te quiero.
-          Yo también.
-          ¿Sabes qué Joseph?
-          Dime.
-          Este es mi primer beso.
-          Pues me encanta cómo lo haces.
-          Y a mí también cómo lo haces tú. ¿Sabes? Hemos logrado algo que Michel y Tania no han podido en casi un año de relación.
-          ¿Darse un beso?
-          Sí.

Sonreí. Sí que Michel tenía una relación muy extraña con su enamorada… Tal vez algún día llegue a comprenderlo.

-          ¡Aaarrrgghhhh! – chilló Sol, cerrando los ojos violentamente.
-          ¿Qué pasó? – me asusté.
-          ¡¿Por qué demonios mi primer beso fue agarrando algo que te regaló Adriana?!

Me reí. Me reí mucho.


Cuando la conocí, no sabía que ella iba a sentirse sola
lunes, 5 de septiembre de 2011
-          Pues espero y esta vez me tengas más al tanto de la historia.
-          ¿Qué historia?
-          Pues siempre tienes una historia interesante para contar en tus relaciones
-          Qué payaso… - le miré algo incómodo, aunque sabía que era un chiste – Esta relación será normal, tío… - le respondí, comiendo el último bocado de gelatina que había en mi plato – Sol tiene doce años, y por lo único que debo preocuparme es por sus padres que son un poco sobreprotectores.
-          ¿Te parece poco?
-          Serge…
-          ¿Dime?
-          ¿Te vas a comer ese trozo de gelatina? – señalé su plato – Hace rato está que me mira.
-          ¡No toques mi gelatina!

Pasó casi una semana para que pueda volver a tener noticias de Sol. El día en el que por fin pudimos hablar, me contó que estaba algo triste porque sus padres tenían muchos problemas. Habían reñido más que de costumbre y, al parecer, estaban en una especie de proceso para separarse. En esos días de desesperación en los cuales las parejas explotan y no llegan a un acuerdo, a su  madre le vino un ataque de locura y desconectó el cable de red, que proveía de internet a la casa, por varios días para apaciguar su ira, dios sabe por qué.

Ataques de locura como el anterior citado por parte de su madre empezaban a ser algo frecuentes; las riñas con la misma Sol y los cambios de ánimo repentinos tampoco eran raros. Las peleas con su esposo aumentaban y, en resultado, la afectada terminaba siendo Sol ya que no había con quién más desquitarse.

¿Por qué no podían llevarse bien? O sea, si decidieron estar juntos era por algo… Tal vez si vieran el mundo con otros ojos… Yo sentía que, sea con quien sea que termine estando el resto de mi vida, nunca me separaría de mi pareja.

De todas las riñas y desquites que tenían sus padres, de lejos, el que fue más significativo para mí fue el de “No me gusta ese muchacho… No lo veas más” refiriéndose, obviamente, a mí. No era, tampoco, que ellos supiesen que andábamos de novios… Para sus padres no era más que un amigo.

Pasaron algunos días para que pueda volver a salir con Sol, pero esta vez ideamos un plan. Le esperaría a la salida de su colegio a, aproximadamente, una cuadra de la puerta principal para evitar sospechas. Ella saldría con una amiga, como si se fuesen juntas y, luego, Sol se iría conmigo a pasear por ahí. Eso funcionó una vez, tal vez dos, hasta que la amiga de Sol pretendía cobrarme por “los servicios”.

Por otro lado, los fines de semana podíamos contar con una excusa para vernos; Sol salía con Tania y, mientras ella veía a Michael, Sol se vería conmigo. No era por mucho tiempo pero yo era feliz.

El segundo sábado de diciembre Sol pudo venir a mi casa.


Cuando la conocí, no sabía que ella se iba a sentir sola
viernes, 2 de septiembre de 2011
Noviembre llegó a su fin y, junto con él, en su último sábado, Sol me daría una respuesta.

Los días previos a la respuesta no encontré a Sol conectada en el MSN, salvo por el viernes en la noche, pero esos días me sirvieron para poder aumentar de nivel en el Gunbound y para conocer mejor a Maggi; me comentó sobre su grupo de amigos, los cuales se hacían llamar “Los K-maradas”. Llegué a hablar, también, con un tal “K-marada Josh”; era muy buena gente también.

Cuando llegó el día en el cual vería a Sol estaba algo nervioso. No íbamos a tener mucho tiempo para conversar  ya que, se supone, para sus padres sólo iba a salir con Tania a hacer unas compras puntuales.

Me iba a encontrar con ella en un parque cerca a mi casa y, tras una pequeña plática me iba a responder por fin.

Salí, algo fastidiado por la tarde iluminada por un sol brillando y quemando en el cielo. Los días soleados no eran mis favoritos; siempre existe el peligro de sudar y cansarte. Además tu garganta puede pedir el líquido que no tienes disponible en ese momento… Definitivamente el verano no era mi estación favorita.

Una cabellera risada que llegaba hasta las rodillas de una chica que estaba de espaldas hacia mí me informó que Sol ya había llegado. Al menos no estaba tarde, supongo que no le había hecho esperar mucho.

Esquivando a la gente que paseaba por aquel parque con una virgen en el medio, llegué justo a su espalda. Le toqué el hombro derecho e inmediatamente moví mi humanidad hacia el lado contrario. Sol volteó y no vio a nadie, volteó hacia donde estaba yo y levanté los brazos, dando un pequeño salto.

-          ¡Boo! – grité.
-          ¡Tonto! – se tocó el pecho con la mano derecha - ¡Me has asustado!
-          Vamos… No es para tanto – reí.

Caminamos, dimos vueltas por las diferentes calles hablando de cualquier cosa mientras me achicharraba de calor. Parecía que hoy día tampoco iba a tener una respuesta de su parte.

Cuando pasaron unos quince minutos, Sol me dijo que tenía que verse con Tania para regresar a su casa. Yo estaba algo decepcionado ya que, aunque me divertí paseando y hablando con ella, esperaba una respuesta.

Tania estaba esperando en un cyber-café a unas cuantas cuadras del parque donde estábamos. Ya que Sol iba a estar conmigo, Tania se iba a aburrir, por lo que decidió ir a navegar por la red un rato.

Acompañé a Sol hacia el cyber-café donde esperaba Tania. Cuando llegamos a estar a pocos metros de la puerta no me resistí más y toqué el tema por el cual había estado inquieto toda la semana.

-          Oye, Sol – le toqué el hombro, parando en seco.
-          ¿Qué pasó? – frenó bruscamente.
-          No me has respondido
-          ¿Qué cosa? – preguntó, desviando la mirada.
-          Lo que te pregunté en el cine…
-          Aaahh… – abrió la boca – Eso…
-          Pues, sí – tomé sus manos entre las mías –. No importa cuál sea el resultado al final… pero quiero saber qué es lo que sientes. Yo simplemente…
-          Sí – me interrumpió –. Sí quiero ser tu novia.

Tania, al parecer, nos vio en la puerta del cyber, ya que se paró y caminó al mostrador para cancelar el tiempo que había estado.

No solté a Sol de las manos, la acerqué a mí y le besé la frente.

-          Te quiero Sol – le dije, dulcemente.
-          Yo… Yo a ti, Jo… Joseph – tartamudeó, muy roja por la pena
-          Ahí sale Tania. No les quito más tiempo.

Tania salió del cyber-café. Nos saludamos y, luego, las chicas aceleraron el paso dejándome solo.

Di media vuelta luego de ver bailar los rulos de Sol y comencé a caminar en dirección a mi casa algo fastidiado. Ya habría momento para celebraciones en mi hogar, pero por el momento estaba empezando a sudar gracias al irritable clima.


Cuando la conocí, no sabía que ella se iba a sentir sola