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lunes, 16 de junio de 2014
¡Mierda! ¡Mierda!
¡Mil veces mierda! Era la tercera vez en menos de diez días en la que me ponía
de pie e intentaba caminar. ¿Por qué no podía?
Una gota de sudor
corrió por mi frente. No era por el calor; era miedo. Un miedo irracional que
me invadía desde la punta de los pelos hasta el final de la uña del dedo más
grade del pie.
Sara entró a su
casa.
Nunca se dio
cuenta de mi presencia. El trompazo contra la realidad fue duro y doloroso; aquellos
días de magia terminaron.
Y con ellos, al
parecer, mi decisión por avanzar.
Un viernes que
parecía normal, de aquellos en los que caminaba por Surco junto a mi bufoncita,
volví a ver la expresión de su madre cuando se despedía de mí. Fugaz, rápido,
por no más de un segundo, vi aquella mueca contorsionada de enojo,
desaprobación e, incluso, de melancolía. Yo sabía muy bien qué significaba
aquella expresión en su rostro.
«No existe, ni
existirá un hombre bueno, salvo tu padre» —me dije un par de veces en la mente.
Sany estaba rara,
apagada. No hablaba más que para asentir, negar o decir algo que no aportaba
mucho a nuestra salida. Me sentía muy extraño; la alegría de la bufoncita se
había apagado de un día para otro… bueno, de una semana para otra, porque sólo
la veía los viernes.
Hasta que dijo
algo significativo. Algo que me hizo temblar, haría temblar a muchos, y vibrar
hasta la última célula de mi ser. Nunca había escuchado esas palabras, pero
desde aquel día, supe en carne propia lo que representaban.
Desde que la
humanidad es humanidad, existe un trío de palabras que te hacen temblar hasta
la médula. Tres palabras que te dejan en la incertidumbre, sin un norte,
perdido con aquellos fantasmas purulentos que pululan en la oscuridad de lo
incierto y desconocido. Escuché esas palabras malditas aquella tarde.
—
Tenemos que hablar —me dijo. Y sentí que
el universo se despedazaba como un cristal… y yo tenía que armarlo, pieza por
pieza.
—
¿Hablar? —tragué saliva— ¿De qué o qué?
—
Vamos al parque donde nos conocimos.
Oh, demonios. Eso
estaba mal. Eso estaba muy mal. Por simple matemática estaba peor que mal,
pésimo.
«Tenemos que
hablar» + «simbología (el parque donde nos conocimos)» nuca da un resultado
bueno.
Y caminamos hacia
aquel parque. Caminamos por la avenida El Sol, pasamos la cabina de internet a
la que entré la primera vez que llegué a Surco, el pequeño mercadillo que vi
esa primera noche quedó atrás… y vi la banca del parque; la primera banca,
donde había una pareja aquella noche, estaba vacía. Ahora, otra pareja se
encontraba en la banca donde Sany y yo nos conocimos.
Nos sentamos en la
primera banca. El sonido de algún pájaro cruzó como una ráfaga aquella tarde.
Creo que ya era
verano… o, al menos, el verano estaba cerca. Desde siempre odié el verano.
Cuando la conocí, no sabía que las influencias podían ser poderosas
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