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miércoles, 29 de junio de 2011
Al parecer “Remi” no era la única persona en el cyber-café. En una de las máquinas del fondo, la número cuatro, había un chico gordito no muy alto, quien, al parecer, estaba jugando Starcraft con la persona que me miraba con desprecio, sentada al lado mío.

-          Disculpa – volteé hacia el nuevo chico – Sólo quería jugar también.
-          ¡Genial! – chilló – Vamos a jugar los tres… Pero hay que hacerlo un poco más interesante…
-          ¿Cómo? – preguntó Remi.
-          Los dos y una máquina contra mí… ¿Está bien? – tenía un semblante orgulloso.
-          ¿No es algo desigual? – pregunté.
-          Está bien – dijo – que sean dos máquinas y ustedes dos – tras decir eso volvió a sentarse - ¡Avisen cuando la partida esté creada para entrar!

Este sujeto me caía mal. Era un arrogante, pero ya le callaría la boca cuando le patee el trasero en Starcraft. Me senté en la máquina dos y preparé la partida. Había alcanzado un muy buen nivel en este juego y lo iba a demostrar.

-          ¡Chokoborra! – escuché decir a Rafa, quien entraba al cyber, a unos 5 minutos de empezar a jugar - ¡Así que ya llegaste!
-          Ahora no, Rafa… Estoy ocupado – respondí.
-          ¿Qué haces? – preguntó el recién llegado - ¿Starcraft? Están que te patean el culo – dijo, acercándose a ver mi pantalla.

Era muy extraño… Ese chico era muy bueno jugando, éramos 4 vs 1 y nos estaba destruyendo… Una de las máquinas de mi equipo ya estaba destruida y la otra estaba a punto… ¿Estará haciendo algún tipo de trampa? Hasta donde yo sé, no se pueden poner códigos en el modo multijugador…

-          ¡Listo, perdí! – escuché gritar a Remi desde su máquina – Daniel es muy bueno en esto.
-          ¿Están jugando con Daniel? – me preguntó Rafa sin dejar de mirar mi pantalla – Con razón, pues… Su hermano es el campeón de todo el Perú y él es top 5, creo – añadió.
-          A la hora que me lo dices…

Después de un par minutos luego de perder de una manera humillante me dio algo de hambre, así que le dije a Rafa que iba a comer en mi casa y volvía más tarde. Cuando salí, Remi había terminado su hora, así que salió también.

-          Nos destruyó – intenté entablar una conversación
-          Sí… - respondió, desganado – Bueno brother, me voy a casa.
-          ¿Por dónde vives? – pregunté.
-          Por ahí… - señaló
-          ¡Te acompaño! – chillé.
-          No, no.
-          Insisto.
-          Está bien – parecía no querer aceptar mi compañía.

Caminamos una cuadra y parecía muy incómodo, tanto por mi conversación, como por mi presencia.

-          Brother – me interrumpió - ¿Tú dónde vives?
-          Cruzando la pista a una cuadra volteando a la derecha.
-          Yo voy de frente – dijo – entonces…
-          No, nada – corté su idea – te acompaño hasta tu casa.
-          Argh – se quejó
-          ¿Qué?
-          Nada… - dijo, luego de un suspiro, mientras seguimos caminando.



Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto
lunes, 27 de junio de 2011
Después de perder el contacto con Karla, hubo grandes cambios en mi vida. Pasé a ser un chico, más bien, algo atrevido y mi perfil silencioso había decaído bastante. Procuraba mostrarme más hablador e, incluso, intentaba imitar ciertas modas a las que, meses antes, no hubiese prestado atención. En el aspecto personal mi apariencia cambió mucho también. Las enredaderas en mi cabello crecieron y mi vestimenta consistía, mayormente, en poleras anchas con capucha y shorts, anchos también.

Noto, ahora, este cambio como una especie de inconformidad ante mi realidad. Ya no me preocupaba tanto por cómo podrían verme los demás. No es que antes yo hubiese vivido de las apariencias, pero cuando estaba en México siempre intentaba causar una buena impresión, sobre todo cuando salía con Karla. Había descuidado bastante mi apariencia y mi vestido dejaba, también, mucho que desear. Pude darme cuenta de eso cuando mi computadora tuvo unos problemas y no pude estar conectado tanto tiempo como quisiera. Esto me obligó a salir a las calles en busca de internet y noté que las personas que me conocían toda la vida, ahora me miraban diferente.

Comencé a frecuentar un cyber-café a unas cinco cuadras de mi casa. Ahí pasaba mis tardes y gran parte de mis noches.

Me hice conocido entre los dueños. Rafael, más conocido como “Rafa”, era el que, de cierto modo, me tenía más estima. Era un sujeto algo extraño, un poco ancho y no muy alto, con la barba algo crecida y una sonrisa siempre. A veces parecía que tras esa sonrisa escondía algo malo. Parecía que le encantaban las camisas amarillas…

El día en el cual me pidió mi correo electrónico, pudo ver “Chokobex” entre más letras y números. Por algún motivo que desconozco hasta el día de hoy, desde entonces empezó a llamarme “Chokoborra”. Supongo que no pudo memorizar “Chokobex”.

“Chokobex” venía de “Chocobo”, una simpática ave, la cual pertenecía a un videojuego llamado “Final Fantasy”. Siempre amé este juego y los chocobos eran de mis favoritos.

Varios días después, Rafa decidió darme una especie de trabajo; yo sería la persona que atienda en el cyber-café los días que quiera y él me pagaba con horas gratis cuando me venga la gana. A mis 16 años no me importó, ya había perdido toda esperanza con respecto a alguna aspiración personal.

Una tarde en la cual entraba, como de costumbre, al cyber-café, pude notar que no había nadie, salvo por un chico, usando la máquina número ocho e, incluso, Rafa no estaba.

El chico de la máquina ocho era un poco blanquiñoso, de cabello lacio y largo o, al menos, para la edad que tenía lo era. Él estaba jugando Starcraft, un juego de estrategia para PC. Siempre fui bueno en ese juego. Moví mi descuidada humanidad hacia él.

-          ¡Hey! Starcraft, ¿Verdad? – le dije, muy toscamente.
-          Sí, sí – respondió.
-          ¿Jugamos? He estado entrenando en este juego.
-          Cuando termine esta partida podemos jugar una.
-          ¡No! – grité – Jugamos ahorita.

Él me miró algo extrañado, incluso, diría, con algo de miedo. Por mi parte, estaba cansado de que las cosas no salgan según mis planes. Incluso en un juego de computadora, la idea de no poder jugar en ese momento me frustraba y eso era algo que no iba a permitir.

-          No te preocupes. Ahorita termino y jugamos – el chico trató de calmarse.
-          Dije que quiero jugar ahora – insistí.
-          Pero… ¡Hey! ¡¿Qué haces?!

Me encontraba algo ansioso. Estiré mi mano hacia el CPU y presioné el botón de reset, dejando al chico sin palabra alguna cuando vio su monitor apagarse.

-          ¡Oe, Remi! – escuché una voz ¡¿Por qué te saliste de la partida!?
-          No ha sido mi culpa… ¡Ha sido este loco! – me señaló.
-          ¿Ese no atiende acá?



Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto
viernes, 24 de junio de 2011
Abracé a Karla y, con las primeras lágrimas del día, la besé por una eternidad de diez segundos antes que mi padre me vuelva a llamar desde lejos. Me separé de ella lentamente, tomando su mano mientras seguía caminando. Por un momento me hubiese gustado poder jalarla para que vaya al Perú conmigo, pero eso no era posible.

Cuando sólo nuestros dedos nos unían, entrelazándose los míos con los de ella, mientras luchábamos por no separarnos, o al menos por hacerlo lentamente, me di cuenta que me alejaba de quien, planeaba, se quedaría conmigo para siempre.

Nuestros pulgares se separaron y me di cuenta que era ella con quien había sido feliz desde mi infancia. Ya, de pequeños, éramos el uno para el otro…

Nuestros meñiques fueron los siguientes y pude notar que desde antes de saber que Karla era ella, había caído rendido a sus encantos. Tal vez era el destino…

Los dedos anulares resbalaron para no volver a tocarse, justo cuando noté que no éramos una pareja cualquiera. Yo era un borreguito y ella una pastorcita…

Nuestros índices se doblaron, queriendo sujetar al que tenían en frente, fallando en el intento al igual que yo cuando mi libido despertó y quise tenerla. Había vivido tanto en sólo medio año…

Mi dedo medio, más largo, fue el último que pudo sentir la piel de Karla. Nuestro último rose, con este dedo, hizo que recuerde mis últimos días. Había sido muy cobarde, pero al final pude demostrarle lo importante que ella era para mí.

En el segundo en el cual nos separamos, pude percibir este último medio año. Había sentido tantas cosas gracias a esta chica. Desde la emoción de verla por primera vez, hasta la nostalgia que sentí al recordar lo feliz que había sido con ella. Desde la perversión por tocar su piel, hasta el miedo por hablarle. Miles de cosas que me hicieron crecer pude sentir gracias a ella y, claro, le estaría eternamente agradecido.

-          Nuestro próximo abrazo tiene que ser más fuerte y dulce que este último.
-          Nuestro próximo beso más largo.
-          Así será.
-          Te amo.
-          Yo también.
-          Adiós.
-          No, hasta luego.

Me perdí entre la multitud. Mi padre me vio llorar a cántaros pero no dijo nada. Me tocó el hombro y me pegó a su pecho mientras seguíamos caminando. Él sabía que no necesitaba palabras, no había nada que él pudiese decir que me haría sentir mejor, pero el tenerlo pegado a mí me dio fuerzas. Entonces me di cuenta que, aunque esté a punto de viajar a ocho países de distancia de la chica con la que yo quería permanecer toda mi vida, nunca iba a estar solo.

Dormí casi todo el viaje de regreso. No estaba de humor para nada. Luego de algunas horas, el avión llego a Lima.

Mi madre estaba esperándonos en el aeropuerto. Me sentí muy feliz de verla, ya había pasado medio año sólo hablándole por teléfono. Le di un abrazo muy fuerte y me apresuré a guardar mis maletas en el taxi que nos estaba esperando.

-          ¿Qué tal la pasaste allá? – me preguntó.
-          Pues, logré el cometido y pasé de año.
-          Eso ya lo sé – respondió - ¿Conociste nueva gente? Me dijo tu papá que te volviste a encontrar con tu amiguita de la infancia.
-          Sí… Con Karla.

No le comenté mucho a mi madre. Después de todo, los padres siempre piensan que a la edad que tenía uno era incapaz de enamorarse.

Las nuevas tecnologías habían logrado que no pierda el contacto con Karla pero, por razones que nunca comprendí, entre problemas con los servidores y cambios de correo… Después de cierto tiempo el contacto con Karla desapareció.

Me deprimí, sí, pero cuando la herida pudo sanar, con algo de resignación me animé a seguir adelante… Al menos no perdí mi año escolar. Desde ese momento, decidí que el recuerdo de Karla siempre estaría en mí y si algún día regresaba a mi ciudad natal, sin duda alguna iría a buscarla. Pero hasta entonces, este sería, para mí, un nuevo comienzo.



FIN DEL CAPÍTULO CUATRO



Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto


miércoles, 22 de junio de 2011
La tarde pasó rápida. Sinceramente no me sorprendió. Había escuchado ya, varias veces, que cuando estás enamorado el tiempo vuela.

Cuando la noche se anunciaba, con las primeras luces en la calle, el padre de Karla nos llevaba en su auto hasta el D.F. para abordar nuestro avión. Karla estaba acompañándome también en aquel recorrido de, aproximadamente, tres horas.

Me di cuenta que algo no andaba bien. Sentía a Karla algo fastidiada. Le tocaba con el dedo en la panza, ella volteaba y le miraba con un poco de ansiedad. Ella sabía que yo quería que me cuente qué le pasaba.

-          No es nada, borreguito – dijo, jugando con la manivela que subía y bajaba la luna de la puerta – no puedo estar feliz si sé que se va para siempre.
-          ¡Oye! – sonreí – ¡No puedes decir que es para siempre! Eso nunca se sabe.
-          ¿Y cuándo regresarás?
-          Eso tampoco se sabe.
-          ¿sabes? Hasta en estos momentos, aunque esté triste, puedo sentir muchas cosas bonitas – sonrió y me miró fijamente – Me gustaría recibir un abrazo muy fuerte ahorita.

No hicieron falta más palabras para tomarla entre mis brazos y apretarla fuerte contra mi pecho.

-          Borreguito – me dijo, al oído – eres el mejor.
-          Je ne sais pas, mais je veux retourner… Je t’adore ma chérie – susurré en un francés muy malo, ya que no quería que me entienda. Si lo hacía, iba a ponerme a llorar.
-          ¿Qué? – preguntó ella.
-          Que eres la mejor, pastorcita – le mentí, por última vez, a Karla.
-          ¿Eso es francés?
-          Debería serlo, al menos.
-          No sabía que hablabas francés – sonrió
-          No sé… Sólo algunas cositas que me enseñó una tía que vive en el Perú. Pero ya no recuerdo casi nada.

Justo cuando sentí que estaría eternamente con Karla en el auto, llegamos al aeropuerto. Bajé del auto para poder ayudar a mi padre, sacando las maletas de la parte posterior del vehículo. Caminamos por las instalaciones. Yo iba de la mano con Karla.

Cuando llegamos a un enorme pasillo con un cartel azul que decía “Sólo pasajeros”, tanto ella como yo sabíamos que había llegado el momento de dar ese “Adiós” que nadie quería.

-          Supongo que aquí acaba ¿No? – miró el pasadizo que me llevaría a la zona donde sólo los pasajeros podían llegar. Luego agachó la cabeza.
-          Sólo si quieres que termine – respondí.
-          No quiero…
-          Entonces – levanté su carita con mi mano derecha – sólo es un “Continuará”.
-          Incluso ahorita siento esas cosas bonitas – dijo, mirándome con los ojos algo empañados.
-          Y espero que las siga sintiendo si vuelvo a verte.
-          ¿Lo harás?
-          Eso planeo.

Mi padre apuró el paso y me llamó desde varios metros por delante. Era el momento de partir y, aunque no quería, tenía que hacerlo.


Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto
Nuevo comienzo(Parte 3)-> Aún no disponible. 
lunes, 20 de junio de 2011
La noche anterior a mi partida de regreso al Perú, al parecer, hubo una reunión muy grande en mi casa. Pude notar, al regresar con Karla de nuestra salida, que la mayoría de las luces de mi casa estaban prendidas y el sonido alegre de la celebración que dejaron colar las rendijas de las ventanas y las puertas entreabiertas resonaban en la calle.

Me quedé con Karla en el pequeño jardín que se encontraba fuera de su casa, conversando. La reunión en mi casa terminó cerca de la media noche. Al parecer no se extendió más allá porque la mayoría de personas tenía que ir a trabajar al día siguiente. Los padres de Karla, aunque de últimos, no tardaron en salir, siendo despedidos personalmente por mi padre.

-          Hey, Karlita – dijo su padre, cruzando la pista – Te esperamos dentro, pues.
-          Está bien, papá – respondió.
-          Buenas noches… Señores – con un poco de miedo, saludé.
-          Joseph – dijo la mamá de Karla – No se demoren mucho… Quiero que Karla nos cuente por qué tenías el cuerpo lleno de algodón en la tarde, jajajaja.
-          Si quieren se los cuento ahorita – intervino Karla.
-          ¡No! – dije, poniéndome rojo como un tomate.

Tras un par de risas más, los padres de ella entraron a su casa. Me quedé con Karla y, bajo un cielo azul intenso en el cual una luna pálida intentaba figurar entre las nubes, un beso presentó mi último día en Puebla; el reloj en mi muñeca marcaba la media noche.

Cerca de las dos de la madrugada Karla entró a su casa y yo aceleré el paso hacia la mía. Sin duda este fue un día que nunca olvidaría.

Me desperté cerca del mediodía, la noche anterior pude acostarme cerca de las cuatro de la madrugada ya que me quedé ayudando a mi padre a ordenar la casa luego de la reunión. El día de mi partida había llegado y, extrañamente, no me sentía triste.

Tras tomar algo de Yogur que saqué del refrigerador, noté que no había nada para comer. Después de una media hora, cerca de la una de la tarde, Karla llegó a mi casa con un paquete en las manos.

-          ¡Hey, borreguito! – exclamo, divertida, cuando abrí la puerta – Apuesto a que no adivinas que es esto – concluyó, extendiendo el paquete.
-          Ni idea…
-          ¡Ya pues! – dijo – Al menos inténtalo – sonrió.
-          Vale – dije, pensativo – es… - recordé que moría de hambre – ¡Algo para comer! ¡Un pastel!
-          ¡No se vale! ¡No se vale!

Después del puchero, con el que se le veía hermosa, que hizo Karla, reclamando que no era justo que haya adivinado a la primera, fuimos a la cocina para comer. El paquete era un pírex de vidrio con tapa, envuelto delicadamente en servilletas de tela.

-          ¿Te gusta, borreguito? – preguntó, con una amplia sonrisa
-          ¡Eso es poco! – grité, con la boca llena de pastel – me encanta

Sinceramente, el pastel que comía en ese momento no era el mejor que había probado alguna vez, pero saber que Karla lo había hecho y que, posiblemente, se haya acostado muy tarde para poder cocinarlo, hacía que sea el más dulce y sabroso que jamás había probado en mi vida.


Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto
viernes, 17 de junio de 2011
Mi ropa quedó arruinada al ponerle pegamento para poder adherir el algodón por todo mi alrededor. Tiré la túnica que se encontraba en el ropero muy cerca de la puerta y me quedé sentado en el suelo, a los pies de la cama, esperando la llegada de Karla Jiménez.

A los tres minutos llegó Karla y no sabía que pasaba.

-           Recuerde que una pastorcita debe, siempre, cuidar y perdonar a su borreguito, por más tonto que este sea – le dije.
-          Jo… ¿Joseph? No entiendo – dijo, algo confundida - ¿Qué es todo esto exactamente?
-          Es muy simple – dije, con una sonrisa en el rostro – Todo se puede con un poquito de amor.

Tras contarle la historia, le pedí que se ponga la túnica. Al principio rechazó la oferta pero tras escucharme balar decidió aceptar.

-          No importa lo que pase, pastorcita – me acerqué a ella, caminando como un borrego en cuatro patas, y comencé a sobar mi cuerpo con sus piernas – dentro de mí siempre habrá un borreguito que quiera estar al lado de la mejor pastorcita del mundo.
-          Borreguito…
-          Hace días que no me hablas y te extraño demasiado – miré hacia arriba, a sus ojos – me duele mucho.
-          Esa noticia… - susurró – Me chocó mucho… Cuando la escuché… Yo no sabía cómo…
-          Y quiero pedirle disculpas – le interrumpí – ahora me tienes aquí, a tus pies, lleno de algodón para ser, de verdad, el borreguito a tu cuidado que siempre quise ser.
-          Voy a extrañarte mucho...
-          Y si sólo dejas de hablarme – me atreví - ¿No me extrañarás? Aunque dejes de hablarme… Me iré. Sé que tampoco me he acercado a ti en estos días pero, si no lo hacía hoy, pienso, tal vez tú no lo harías y me iría sin poder despedirme de ti – tomé aire – Ahora, aunque sé que no durará más de un día, quiero que sea el más feliz de mi vida… A tu lado.
-          ¿Regresarás?
-          No puedo responder eso.

Hubo un silencio incómodo de casi 10 segundos, aunque, a mi parecer, se sintieron como 10 largas horas. Luego de un pequeño suspiro, Karla sonrió y me abrazó muy fuerte.

-          ¡Vamos a pasar el mejor día de nuestras vidas entonces! – gritó y, acto seguido, me estampó un beso muy sonoro.
-          Pastorcita yo…
-          ¡Oye! – dijo, emocionada – Hasta donde sé, este es el último día en el que podré verte. ¡Tenemos que hacer de él uno inolvidable!
-          Erhm… - titubeé – Yo…
-          ¡Sshh! – me calló – No digas nada que pueda arruinar el momento.

Me quedé callado y ella se quitó la túnica. Me agarró de las manos y dio un par de pequeños saltos, muy feliz.

Con una sonrisa, la cual ya extrañaba ver en su rostro, me cogió y jaló del brazo, saliendo de su habitación, escaleras abajo a toda velocidad y, ante la mirada de sus padres, quienes, podría apostar, se preguntaban por qué yo estaba con algodón pegado por todo el cuerpo, cruzamos la sala de su casa para salir a la calle. Intenté hablar a sus padres, pero ella se adelantó.

-          Regresando  - dijo, mirando a sus padres, quienes aún tenían un rostro de desconcierto total – les juro que les cuento todo.
-          Está bien… - dijeron ambos, aún sorprendidos.

Ya fuera, no nos decidíamos por algún sitio a visitar. Había tantos lugares para escoger y tan poco tiempo que, después de unos minutos, decidimos que no importaba el sitio ya que no existía nada más sublime que estar uno al lado del otro. Caminamos, entonces, sin rumbo, de la mano, muy enamorados. Nada podría arruinar nuestro momento pero, como suele pasar en situaciones tan especiales, siempre hay algo que merece ser mencionado.

-          Pastorcita… - susurré, acercando mi rostro al de ella.
-          ¿Dime? – preguntó, algo risueña.
-          Yo…
-          ¿Sí?
-          Quiero ir a cambiarme de ropa… El algodón está empezando a darme comezón.



Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto
jueves, 16 de junio de 2011
Justo a tiempo terminé lo que preparé, a unos escasos minutos de la llegada de Karla y, efectivamente, cuando ella abrió la puerta de su habitación, quedó muy sorprendida en cuanto me vio. Nadie esperaría un recibimiento así, o, al menos, eso creo yo.

-          Recuerde que una pastorcita debe, siempre, cuidar y perdonar a su borreguito, por más tonto que este sea – le dije.
-          Jo… ¿Joseph? No entiendo – dijo, algo confundida - ¿Qué es todo esto exactamente?
-          Es muy simple – dije, con una sonrisa en el rostro – Todo se puede con un poquito de amor.

Le explique, entonces, lo que había hecho. Algo improvisado fue, pero, en estos minutos en los cuales esperaba su regreso a casa, había trabajado tanto corazón y mente a revoluciones increíbles para esto.

Cuando los padres de Karla salieron de la habitación, dejándome solo, decidí preparar algo especial para ella. El único problema era que no sabía que iba a ser ese “algo especial”.

Miré de un lado a otro esperando una respuesta que pensé, en ese momento, no llegaría pero, para mi sorpresa, llegó.

Justo pude ver algo en una esquina que me trajo algunos recuerdos; la túnica amarilla que Karla había usado para ser una pastorcita en la pastorela del año pasado fue todo lo que necesité para poner en marcha mi plan.

Salí, presuroso, del cuarto de Karla. Sus padres estaban en la sala. Los vi al bajar las escaleras.

-          Señor, señora – les dije - ¿En cuánto tiempo creen que llegue Karla?
-          Uhm… - pensó su padre, viendo su reloj – en unos quince minutos, a más tardar, debe estar por aquí más o me...
-          Entonces – interrumpí – voy a salir a comprar un ratito. No demoraré.
-          ¿Qué pretendes, Joseph? – preguntó su madre, muy curiosa.
-          Le contaría pero – hice una pausa – me da algo de vergüenza… Sería mejor si Karla les cuenta cuando regrese.
-          No será nada malo ¿Verdad?
-          Para nada, señor – respondí, ante un padre algo serio – se lo prometo.

Salí de la casa y, corriendo, di la vuelta a la esquina, justo en dirección a la farmacia. Conté un par de billetes que saqué de mi bolsillo y llamé al dependiente del local.

-          ¿Sí? – me preguntó un hombre de baja estatura, algo viejo.
-          ¡Buenas tardes…! – respondí, algo agitado – Deme… Por favor… Algo de Algodón.
-          ¿Una bolsita? ¿Dos?
-          Todo el que pueda comprar con esto – le mostré los billetes que había sacado de mi bolsillo hacía un minuto.
-          No creo tener tanto algodón la verdad… - dijo, algo sorprendido.
-          No importa – le interrumpí – deme, entonces, todo el que tenga.

Corrí, entonces, hacia una librería y compré un pote de pegamento. Tras tener ambas cosas en las manos regresé a casa de Karla y subí, casi sudando, las escaleras muy rápido ante la mirada de ambos padres quienes, posiblemente, se preguntaban que hacía con tanto algodón. Camino a la alcoba de mi pastorcita les pedí que, por favor, me entiendan y que, desde luego, siempre iba a querer lo mejor para Karla. Sus padres, como lo esperaba, confiaron en mí, pero me dijeron que cuando las cosas se solucionen iban a pedir una explicación de lo que pasaba en su casa en ese momento.



Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto
martes, 14 de junio de 2011
Un par de días después de mi cumpleaños aún no sabía nada de Karla. No me sentía muy bien desde aquel incidente y quería verla tanto… Además ya faltaban sólo tres días para regresar al Perú.

A sólo dos días de mi partida aún no tenía noticias de ella. Ya me había decidido a regresar al Perú. Triste y sabiendo que quedé mal con la chica que amo.

La mañana anterior a mi partida me armé de valor y toqué la puerta de su casa. Salió su madre a recibirme con una amplia sonrisa. Me invitó a pasar y, cuando me senté en el sillón de la sala, me preguntó, cambiando su semblante a uno un poco más serio, si yo sabía por qué Karla había estado tan decaída en estos días.

-          Es algo complicado, señora – le expliqué – ha sido todo por mi culpa…
-          ¿Cómo así? Ella estaba muy feliz de verte aquí en México. Además…
-          Vamos a regresar al Perú – le interrumpí – El día de mañana por la noche regresamos…
-          Así que es por eso – dijo, algo tajante – Con razón tampoco te he visto por la casa en estos días.
-          ¿Usted lo sabía?
-          Sí – dijo – recuerda que, al igual que mi esposo, soy muy amiga de tu padre. ¿Cómo no me lo va a contar?
-          Tiene razón – agaché la cabeza.
-          ¿Qué pasa, Joseph?
-          Señora… - estaba balbuceando – Yo no quería…
-          Yo sé, yo sé – puso su mano sobre mi hombro – algunas cosas no dependen de uno.

Por las escaleras bajó su padre, quien me vio y, al parecer, se alegró ya que hacía tiempo que no tenía noticia de mí. Le explicamos lo de Karla ya que él, al igual que la señora, estaba desconcertado por lo que le pasaba a su hija, quien no quería ni siquiera comer.

Los padres de Karla me guiaron hasta su habitación. Yo entré y, tras una vista rápida, me di cuenta que ella no estaba. Sus padres me contaron que fue a la casa de una prima menor a enseñarle un poco de historia para una práctica que tendría en un par de días, pero que ya había llamado y no tardaba en regresar. Ellos querían que hablara con su hija, y ya que yo les había comentado que no me daba el valor, se les ocurrió hacer que le espere en su pieza, así no tendría excusa para no verla.

Tras quedarme solo en el cuarto de Karla, después de la salida de sus padres, exploré mi alrededor; no quería plantarme en sólo un lugar y hablarle cuando llegara. Quería demostrarle, de alguna manera especial, que no existía nadie más importante en el mundo para mí.

¿Qué cosa podría hacer para demostrarle lo que sentía? Debía mostrar que, aunque haya silenciado las cosas, no quería separarme de ella. Me quedé pensando, sentado a los pies de la cama y, tras sólo un par de minutos, un chispazo de imaginación iluminó la idea que, sin duda, sería la mejor para demostrarle a Karla que no quería que pensara que yo era un desconsiderado. 



Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto
viernes, 10 de junio de 2011
A la mañana siguiente me despertó una canción que venía desde fuera.

“Estas son las mañanitas ♪
Que cantaba el rey David ♪
A las mu… A los muchachos bonitos ♪
Y te las cantamos a ti ♪
Despierta Joseph, despierta ♪
Mira que ya amaneció ♪
Ya los pajaritos cantan ♪
La luna ya se metió ♪”

Me levanté de un brinco ya que, estaba seguro, entre las voces, una era la de Karla. Me apresuré a abrir las ventanas. En la acera de mi casa, a unos metros de la puerta, estaba, como lo había pensado, Karla, guitarra en mano, junto con unos amigos de mi escuela. Angelina, Marco, María y Zoila acompañaban. No podía creer que alguien, además de Karla, podría levantarse tan temprano para venir a verme y, sobre todo, a cantarme las mañanitas.

-          ¡Borreguito! – me gritó Karla, con una sonrisa inmensa – Ven, pues. Te extraño.
-          ¡Hey! Baja Joseph – animó Marco.
-          Sí, sí – dije, animado – ¡Voy volando!

Bajando las escaleras recordé el rostro de Karla. Lo de anoche no había sido un sueño, sin embargo ella estaba muy feliz como si nada hubiese pasado. Karla no es así, ella siempre ha sido muy preocupada por su borreguito. Eso sólo significaba que ella no pretendía mencionar nada de lo pasado hasta que me sienta capaz de contárselo. Ella, sin duda, no merecía un trato así. Debía contárselo, claro, pero debía encontrar antes el momento… Eso sí, no pasaría de hoy.

Mis amigos me saludaron por mi cumpleaños y, al final, Karla esperaba saludarme. Lo mejor del día, ella, sería para el final.

-          Joseph – dijo, muy contenta, teniendo en cuenta la experiencia de la noche anterior.
-          Pastorcita – respondí – estoy muy feliz de verte.
-          No iba a faltar al cumple de mi borreguito, pues.
-          Eres la mejor del mundo, pastorcita – le abracé, pensando en que debía decirle lo que ocultaba.

Era imposible que lo pasado la noche anterior fuese un sueño. Karla parecía no tener la mínima intención de mencionar el tema, lo que me hacía pensar en sí, después de todo, sería buena idea contarle la verdad en este momento. Pero antes quería seguir con este abrazo que, esperaba, sea eterno.

-          ¡Joseph! – exclamó Angelina, interrumpiendo mi abrazo.
-          ¿Qué pasa? – pregunté aún con Karla entre mis brazos.
-          Se les ve muy bien juntos – dijo.
-          Gracias – respondió Karla.
-          Tienes que aprovechar este cumpleaños de Joseph, eh – intervino Marco, hablándole a Karla
-          ¿Aprovechar? ¿Por qué? – ella me miró. Yo no sabía a qué se refería, así que sólo me encogí de hombros.
-          Pues Joseph se regresa al Perú en unos días, ¿Verdad?

Sólo hizo falta un pequeño comentario de dos segundos para destruir todo lo bonito que habíamos armado en medio año. Karla me soltó de un sólo tirón de sus brazos y su rostro reflejaba miedo mientras negaba con la cabeza de manera desesperada.

-          Karla… Karla… - susurré, pero era muy tarde. Ella estaba camino a su casa, dándome la espalda con lágrimas en los ojos.

Permanecí parado, mirando como Karla entraba a su casa. Detrás de mí, mis amigos estaban con el rostro desencajado. Se habían dado cuenta que habían metido, sin querer, la pata

-          Oye disculpa – me dijo Marco – pensé que ella lo sabía… Después de todo… es tu novia ¿No?

No pude responder. Estaba de espaldas a ellos mirando la puerta de la casa de Karla, ahora cerrada. Ella estaba, dentro y no volvería a salir. Mis amigos tocaron mi hombro, pero los ignoré. Sabía que estaba obrando mal al tratar así a ellos que vinieron a cantarme serenata en plena mañana, pero en ese momento no podía pensar, obviamente, en otra cosa que no sea mi amada.

-          Perdonen, chicos – les dije – no quiero ser una mala persona pero… - hice una pausa.
-          No te preocupes – dijo Zoila – tener problemas en tu propio cumpleaños debe ser horrible… Mejor entra a tu casa y descansa.
-          Gracias por no molestarse – agradecí, ante la mirada sonriente de mis amigos. Obviamente, aunque no sabían cómo me sentía, intentaron comprenderme.

Entré a mi casa y pasé el resto del día ahí. Mi padre intentó animarme con un pastel de cumpleaños, pero sólo logró un momento efímero de felicidad. Tras compartir un breve momento con él, volví a tirarme en mi cama. Hoy, siendo mi onomástico, sentí que yo no era yo.

Todo el día la pasé pensando en Karla. Inmóvil en mi cama me di cuenta que este, de lejos, había sido el peor cumpleaños.


Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto