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lunes, 28 de febrero de 2011
Silencio. Así fue el resto del día tras el regreso de Estela y el mío al aula. Nadie hizo ningún comentario, nadie se animó a hacer algún chiste cuando el profesor no estaba, nadie parecía estar interesado en las típicas “travesuras del aula” en el resto del día.

-          Ayer todos parecían muertos – me comentó Serge, al día siguiente a la hora del recreo.
-          Es lo mejor. – le contesté tajantemente - No creo que me importe mucho el parecer un muerto de verdad en estos momentos.
-          Vamos, no puede ser tan malo. Esto se olvidará en poco tiempo – me animó – Siempre pasa algo extraordinario que hace olvidar el acto extraordinario anterior. – siguió – Es la regla de todo colegio; siempre lo has dicho ¿No?

El día siguiente al incidente de la carta fue casi tan incómodo como el primero. Casi parecía que no había alumnos en el salón. Entre los cambios de hora escuchaba a los profesores discutir preocupados sobre la situación del aula; eran dos días en los que todos parecían ser alumnos-robot sin interés por hablar o hacer desorden.

Tres días después estaba sentado en una carpeta que se ubicaba en la parte posterior del salón a la hora del recreo, sin ánimos de nada; solo repitiendo en mi cabeza “Algo extraordinario hace olvidar el acto extraordinario anterior”, pero parecía que ese “algo extraordinario” nunca llegaría. Levanté la mirada y Serge estaba en la puerta del salón, mirándome.

-          ¿No vas a salir? – preguntó mientras bordeaba las carpetas cerca de la puerta con sus pasos, caminando hacia la parte posterior del aula.
-          No tengo ganas la verdad – contesté levantándome de la carpeta.
-          ¡No puedes quedarte así para siempre!
-          Pero sí hasta que suceda otro “Suceso extraordinario”… – me lamenté mientras caminaba hacia la puerta del salón. – Pero al parecer ese momento está muy lejano aún. – añadí – Pensaba en salir ahorita, pero ya no tiene sentido. – concluí dándome la vuelta, dándole la espalda a la puerta.

Serge estaba parado atrás del grupo de carpetas de los alumnos, mirándome feliz, esperando una sonrisa de vuelta también.

No la hubo.

Serge ha sido mi mejor amigo desde hacía unos cuatro años. Era muy parecido a mí. Nos gustaba casi lo mismo siempre; compartía mi gusto por los videojuegos y mi disgusto por las fiestas con música para bailar. Siempre me escuchó y acompañó desde que tenía 8 años en segundo de primaria. Ahora en sexto grado, con mis 12 años, era cuando más lo necesitaba. Por todos estos motivos es que intenté devolverle la sonrisa que, estoy seguro, me dio de la manera más fraterna posible.

No pude. Sobé mi mano contra mi pómulo para limpiarme, una lágrima quería colarse a mi mejilla. No era la única; muchas otras intentaron repetir la hazaña de la primera y, para mi pesar, estas sí tuvieron éxito. Estaba llorando cada vez más.

Agaché la cabeza, no quería que me vea llorar. Tapé mi rostro mientras le escuchaba decir que no debía ponerme así. Pero no quería hacerlo, no quería dejar de llorar; no quería escucharle tampoco.

*¡Puck!* - Una lágrima escapó de mi ojo izquierdo y cayó al piso.

Una lágrima escapó de mi ojo y derecho cayó al piso - *Puck!*

No esperé que otra lágrima cayese; las dos que estaban ahí se movían hacia un mismo sitio gracias al desnivel del suelo. Me sentí frustrado al ver que incluso las lágrimas que caían por mi desesperación podían ser felices la una con la otra… Pero… ¿Quién era yo para arruinar su destino juntas mandando otra lágrima?

Levanté la cabeza. Serge estaba asustado, no sabía que hacer al verme así. Lo miré sabiendo que estaba actuando como un idiota. Pensaba que se burlaría de mí si veía mis ojos rojos y húmedos gracias a las lágrimas, pero era mi mejor amigo y nunca lo haría. Es por eso que, sollozando como no lo había hecho hace mucho tiempo, con mis ojos inyectados mirando de frente a mi mejor amigo en todo el mundo, pude devolverle la sonrisa que tanto esperaba. El se calmó, estaba feliz otra vez. Pude calmarme.

-          Eres un tonto. – dijo – No había motivo para ponerse así ¿Ves?
-          Gracias por acompañarme y no reírte de mí.
-          El día que me ria de ti al verte llorar será cuando te caigas de manera estúpida.
-          Ella… - susurré – Ella me gusta demasiado.
-          Lo se. Se que nunca quisiste hacer nada malo.

Las lágrimas que hacía un rato decidieron dejar de salir, volvieron para acompañar a los sollozos que, al parecer, las querían de vuelta.

-          Si hubiese sido valiente desde un principio nada de esto hubiese pasado – me quejé aún con lágrimas en los ojos -. ¡Me gusta, pues! ¡Estela me gusta demasiado!

Alguien tocó mi hombro por detrás, lo largué con un movimiento brusco de de mi brazo. Serge abrió los ojos bruscamente. Tocaron mi hombro otra vez. Era obvio que era alguien del salón y, para mí, ya era suficiente que Serge me viera en ese estado.

Volví a largarlo.

Y una vez más.

-          Creo que me voy – dijo Serge algo exaltado.
-          No… Quédate… Por favor – le rogué.
-          Es mejor que lo haga.

Serge caminó hacia donde estaba yo. Pasó al lado mío. Le seguí con la mirada húmeda de la que hacía gala. Todo era silencio salvo por mis sollozos. El salió y en el salón me quedé sólo con Estela que desistió de tocarme el hombro una vez más al ver que había volteado la mirada.


Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla
viernes, 25 de febrero de 2011
-          Toma, Estela – escuché decir a Marianne que, llena de hojas de jardín, le daba mi carta a la chica que tanto me gustaba en la puerta del aula.
-          ¿Todo terminó? – pensé - ¿Debo rendirme? – me pregunté - ¡Nunca! – me animé mentalmente - ¡Las cosas no se acaban hasta que se acaban!

Con una agilidad que ni siquiera yo conocía, corrí como en 12 años no lo había logrado en dirección a Estela. Si mis compañeros de clase decidieron formar los bandos de hace tres minutos en una segunda “guerra” dentro del aula para poder conseguir la carta, lo olvidaron instantáneamente al notar que había llegado el momento decisivo entre Estela y yo… O tal vez al verme atravesar dos carpetas de un solo salto de la manera más desesperada posible.

Esta vez era el final. Final que debía enfrentar personalmente. La “guerra” se había reducido a una persecución por parte mía hacia Estela por los pasillos del colegio. Yo tenía las de ganar, siempre fui de los mejores en la clase de deportes, además estaba inyectado de adrenalina y no podía parar de correr.

Nada podría detenerme ahora.

                                         Nadie podría pararme.

                                                                            Tendría esa carta.

                                                                                                    Sólo un poco más.

Paré en seco. Impotente. Asustado. Rendido.  Agotado. Tonto. Inútil. Frustrado.

Había perdido. Yo había perdido a unos pocos centímetros de alcanzar a Estela. El cartel de “Damas” sobre la puerta del baño parecía burlarse de mí al ver mi impotencia. Estela estaba dentro de ese cuarto que yo ni en sueños podía entrar. Tenía ganas de llorar, pero no lo hice. La cólera era más grande en ese momento; no podía creer que perdería por un simple cartel. Me quedé parado, casi inexpresivo, en la puerta del baño de damas. No podía fijar mi vista en algo, no podía pensar en nada. No sabía si todo era un sueño o si estaba alucinando, como siempre lo hacía, en clase de historia. En ese momento sólo me pregunté si Piero podría encestar desde los tres puntos la próxima vez que lo intentara.



Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla
Triángulo de cuatro lados (Parte 1)
martes, 22 de febrero de 2011
Corrí a la puerta del salón a toda velocidad. Samantha y Vania deberían llegar en cualquier momento, sea donde sea que se hayan metido durante el recreo. Los alumnos pasaban y no había rastro de las dos chicas. Eso no importaba, estaba firme en la puerta y no había nada en el mundo que me haría mover un solo músculo hasta que llegasen las chicas.

Corrí en dirección al baño. Estela estaba llegando al salón y tenía mucha vergüenza de verla. Me miré al espejo y pensé que tal vez no era muy tarde, la carta sería entregada después del recreo. Este era el momento; debía regresar al salón y apoderarme de la carta antes que Estela

Regresé con lo poco que me quedaba de aliento al aula y pude ver a Samantha y Vania en la parte posterior, cuchicheando algún chisme de seguro, mientras reían.

-          Ustedes… Dos… - les hablé muy agitado – las he… Estado… Buscando… Uf… todo el recreo… Uf… ¿Dónde se habían Metido?
-          No hemos salido del salón, lindo – contestó Vania.
-          Hemos estado aquí conversando sobre algunas cositas – intervino Samantha.
-          Mi carta… La carta… – dije retomando el aliento - ¿Dónde está la carta para Estela? La quiero de vuelta – tras decir esto un rayo de esperanza llenó mi interior. Sentí que Piero podía llegar a ser el mejor basketbolista del colegio.
-          Muy tarde, ricura. – contestó Vania – Si ves a tu derecha, Milagros se la está entregando a Estela.

Era ese momento o no era nunca. Salté sobre una carpeta para poder ganar impulso y arrancharle la carta de las manos a Estela. Todo estaba calculado, hasta que Milagros se dio la vuelta para ir a su sitio y sólo conseguí embestirla.

Todo el salón tenía la mirada plantada sobre mí y la casi inconsciente Milagros.

-          Disculpa. – le dije a la chica que yacía debajo de mí – Solo quería recuperar algo que es mío
-          ¡Tonto! – chilló ella - ¡¿No puedes tener más cuidado?! Te hacía un favor al darle tu cartita a Estela.

“Tu cartita”. Esas fueron las palabras que desataron una guerra campal en el aula de clases. Los alumnos se dividieron en dos bandos. La lucha por la “cartita” de Joseph había comenzado. Una mano arranchó la carta de las manos de Estela.

-          Disculpa, Estelita. – dijo Karina con la carta en las manos – No puedes leer esto
-          Tú tampoco. – interrumpió Erik, un chico algo rechoncho – ¡Esta carta es de Estela! – grito mientras arranchaba la carta de las manos de Karina.
-          ¡Pues eso lo tiene que decidir Joseph! – ahora quien arranchó la carta fue Serge.
-          ¡Si ya fue enviada es por algo! – gritó Anthony mientras se abalanzaba sobre Serge arranchándole la epístola.
-          ¡Hey Anthony! Pásame la carta para dársela a Estela – ordenó Katty al verlo en el suelo peleando con Serge.
-          ¡Claro! – obedeció él entregándole el escrito, dándose cuenta que tirado en el suelo no iba a poder llegar donde Estela
-          ¡Joseph! ¡Tengo tu carta! – avisaba Katty acercándose a mí.
-          ¡Traidora! – se quejó Anthony
-          ¡¡Nunca!! – esta vez Angélica tomó la carta de la mano de Katty para dársela a Estela.
-          ¡Es mía!
-          ¡Ahora no!
-          ¡¡Joseph!!
-          ¡La tengo!
-          ¡No lo conseguirás!
-          ¡Dame eso!
-          ¡Muy tarde!
-          ¡¡Estela!!

“Mi cartita” fue pasando de mano en mano por casi 10 minutos. La mitad del salón quería devolverme la carta para que yo tome la mejor decisión. La otra mitad dársela a Estela, ya que ella era la destinataria. Entonces pasó. Alguien, en su afán por pasarle la carta a un aliado, la lanzó por la ventana. Al parecer todo había terminado de una manera muy simple; me senté en mi carpeta. El profesor llegaría en cualquier momento y el asunto de la carta sería olvidado para siempre.

No fue así.


Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla
lunes, 21 de febrero de 2011

¡Por fin llegó el día! Estela leería la carta que Samantha y Vania habían escrito para ella haciéndose pasar por mí. El 01 que se imponía en el papel de mi prueba de matemática no podía siquiera hacerle sombra a la emoción que sentía en ese momento, ya que después del recreo, cuando la carta sea entregada, la niña de mis sueños sabría cuanto quiero estar con ella.

Era ya la hora del recreo y devoraba gustoso una empanada que compré en el kiosco del patio. Nada podía arruinar este día, nada excepto que Estela no quisiera estar conmigo; pero yo confiaba plenamente en el gusto femenino de las dos chicas que se habían portado muy bien conmigo. Siempre me daban un trato algo especial en comparación a los demás chicos del aula. Nada podía arruinar ese momento…

-          Oye, Joseph… - preguntó alguien tocándome el hombro con un dedo detrás de mí.
-          ¡Oh! Hola Karina – saludé a una chica de lentes que estaba en mi salón - ¿Quieres un poco de mi empanada? – ofrecí feliz.
-          No, gracias. – rechazó -  ¿Le has escrito una carta a Estela?
-          ¡Claro! – respondí con la mejor sonrisa que tenía – Es para demostrarle todo lo que siento por ella.
-          Pues no creo que le guste – replicó Karina frunciendo el ceño – Me parece de muy mal gusto, la verdad.
-          ¿Eh…? ¿Qué decía la carta?
-          Que quieres hacer de todo con ella – atinó la chica de las gafas.
-          Pues es cierto. –  añadí – Quiero hacer muchas cosas con ella para hacerle feliz
-          ¿Sexo puro es hacerle feliz? – preguntó – Toda la carta esta llena de referencias sexuales…
-          ¡No! ¡Yo no he escrito eso! – respondí angustiado
-          Es por eso que vengo a preguntarte. Yo se que no eres así. – dejó colar un pequeño tono de preocupación – Samantha y Vania me mostraron una carta muy fea firmada por ti, para Estela.

No respondí, la carta iba a ser entregada cuando termine el recreo, en unos escasos cinco minutos. Me alejé de Karina asintiendo la cabeza en tono de agradecimiento. Mi empanada se desmoronó al caer al piso mientras corría a toda velocidad en busca de las dos chicas. ¿Por qué lo harían? ¿Es que querían hacerme una maldad? ¿O es que, por el contrario, las chicas piensan igual que los chicos a esta edad? Si así fuera ¿Por qué a Karina no le agradó la carta? No tenía tiempo de responder a mis incógnitas mentales, lo importante era ubicar a esas chicas antes de que Estela pueda leer la carta. Pude ver a Marianne y Katty sentadas en las gradas de la escalera, que conducía a los salones del segundo piso, conversando.

-          Hola… ¿Han visto a Samantha o a Vania? – pregunté retomando el aliento.
-          No – respondió Marianne – las vimos antes de empezar el recreo
-          Por cierto… - añadió Katty – Tenían una carta escrita por ti que…
-          ¡Arrrgghhh! – gruñí – ¡Eso lo se! Por eso las estoy buscando – grité mientras me alejaba a toda velocidad.

Corrí hacia el jardín.

-          No las he visto, pero tenían una carta muy fea que no me gus…
-          Olvídalo, gracias. – seguí mi carrera hacia las dos chicas

Corría de un lugar a otro con el mismo resultado.

-          No las veo desde antes de empezar el recreo – respondió mordiendo un pan – Pero tú no has escrito esa carta ¿Verdad?
-          ¡No! – grité a lo lejos mientras corría sin saber a donde ir
-          ¡Lo imaginaba! Yo te conozco bien… ¡Suerte! – gritaba Luz, la pequeña niña de pelo corto mientras me perdía de vista entre los pilares del patio principal.

Algunos compañeros me decían que la carta era lo peor que pude haber hecho, otros me creyeron al decirles que no había sido yo, otros simplemente no estaban enterados del asunto… Pero nadie sabía donde estaban Samantha y Vania. Mi búsqueda fue en vano, había corrido mucho y ahora estaba tirado frente a la cancha de basket, donde algunos chicos jugaban. Cerré los ojos con intención de olvidarme de todo y rendirme, pero algo redondo me regresó a la realidad.

-          ¡Auch! – me quejé mientras miraba como un balón de basket rebotaba de mi pecho a un lado.
-          Hey… No ha sido intencional – me habló un chico alto y delgado – pero ha sido tu culpa, no puedes estar acostado frente a la cancha.
-          Tienes razón… - contesté devolviéndole el balón mientras me ponía de pie – He tenido un recreo muy agitado.

El chico regresó a la cancha y le pasó el balón a otro, mucho más bajo, con gafas y algo nervioso.

-          es tu turno, Piero. – ordenaba el chico alto – Intenta encestar desde la línea de tres puntos.
-          Eso es fácil para ti que eres alto. – respondió el chico nervioso, agarrando el balón con timidez – Pero yo ya me rendí a intentarlo.
-          ¡No seas tonto! – recriminó el más alto – Yo también fui un enano alguna vez. ¡Las cosas no se acaban hasta que se acaban!
-         Él dijo "¡Las cosas no se acaban hasta que se acaban!" – No pude evitar citar a este chico mientras pensaba que mi búsqueda no había terminado – ¡Vamos Piero! ¡Demuéstrate a ti mismo que no importa el tamaño! Yo tampoco me voy a rendir en mi partido de basket personal… ¡Porque las cosas no se acaban hasta que se acaban!

Piero asintió, parecía estar feliz al ver que alguien creía que podía lograrlo. La confianza regresó a él. Sin pensarlo dos veces, con un semblante altivo que tres segundos antes no hubiese podido imaginar, lanzó la bola desde la línea de tres puntos… Nunca había visto lanzar a alguien tan mal. Pensé en meterme al taller de basket el año próximo.

Me di vuelta para seguir en mi búsqueda antes de que termine el recreo. Piero y yo habíamos fallado; la pelota rebotó lejos del campo mientras el timbre que marcaba el final del recreo sonaba. Ambos habíamos perdido.

Tal vez yo aún no.



Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla
sábado, 19 de febrero de 2011
-          Por supuesto, pequeño. – me decía Samantha con mirada coqueta – Nosotras estamos para ayudarte, lindo.
-          ¿Entonces si me ayudarán? – las miré a las dos con esperanza. – entonces…
-          ¡Más que eso, lindo! – me interrumpió Vania con una sonrisa – Vamos a escribirla por ti, pequeño – concluyó, como si todo el diálogo hubiese estado ensayado desde antes.

Al fondo del salón estaba yo pidiéndole ayuda a dos chicas: Samantha y Vania. Quería escribirle una carta a Estela declarándole mi amor, pero me di cuenta que con mi cerebro lleno de perversiones inocentes no era capaz de pensar en como enamorar a una niña, así que no podía hacerlo solo. En dos días una romántica carta le sería entregada a Estela y ella sabría todo lo que siento por ella.

Esa noche me sentía más ansioso que nunca, no podía esperar dos días… Tenía que hacer algo; la llamaría por teléfono y sería el preludio de lo que venga en dos días. Eran las 8:05 PM y tomé la bocina del teléfono con decisión.


**RING RING**
- ¿Aló?
                                                                            **TU-TU-TU-TU**

**RING RING**
- ¿Aló?
                                                                            **TU-TU-TU-TU**

**RING RING**
- ¿Aló?
                                                                            **TU-TU-TU-TU**

**RING RING**
- ¿Aló?
                                                                            **TU-TU-TU-TU**

Después de cerca de 90 intentos por hablarle decidí rendirme, eran las 9:30 PM y había olvidado que mañana tenía prueba de matemáticas.

Eran ya las 10:30 PM y en vez de estudiar, por la ventana el cielo nublado de Lima dejaba que vea una o dos estrellas en el cielo. En la bóveda celeste de esta ciudad era casi imposible ver algo brillante, pero ahí estaban esas dos estrellas que parecían sonreir al estar juntas. Una era yo, la otra era Estela.

-          Ayer la llamé para decirle que me gusta – Le contaba a Serge, mi mejor amigo.
-          ¿Y que te dijo? – preguntó él devorando la última pieza de su pan.
-          Es una historia complicada… - respondí algo avergonzado – No pude decirle nada, intenté llamarle muchas veces.
-          ¿Tú fuiste quien la llamó infinitas veces? – añadió mi amigo casi atorándose con el último bocado de su refrigerio – En la clase de historia ella se quejaba de no haber estudiado matemática por que alguien no dejaba en paz su teléfono, y como sus padres salieron ella tenía que atender siempre...
-          No creo que haya dado un peor examen que el mío. – añadí tratando de sonar lastimero – No pude estudiar ni una pizca pensando en hablarle y en la carta que mañana le llegará.
-          ¿Qué carta?

El timbre del recreo sonaría en cualquier momento, corrí hacia la puerta para poder verla pasar y saludarle como todos los días. Paré. Sentí vergüenza para saludarle después de lo pasado la noche anterior. Se que ella no tenía ni idea que era yo quien había intentado llamarle, pero yo sí lo sabía y eso me bastaba para no poder mirarle de frente. Aquel día fue el primero, después de mucho tiempo, en el que no le pude saludar.



Cuando la conocí, no sabía que, en veradad, nunca iba a conocerla
viernes, 18 de febrero de 2011
Empezaremos con Joseph cuando era recién un pequeño. ¡Conócele cuando era un retoño que se enamoraba por primera vez!





La chica del patio de recreo

Cuando las hormonas empezaban a moverse muy dentro de mí, ya podía sentir las primeras experiencias nuevas en mi cuerpo. En la escuela las cosas cambiaron mucho desde que comencé a notar estos cambios… Sin pensarlo, las niñas me parecían más atractivas, algunas incluso me gustaban mucho ya que podía notar los primeros intentos de sus pechos por sobresalir más que los de las otras.

Solía pasar las horas de clase comparando el tamaño de los pequeños montes formados por los recién desarrollados cuerpos de las alumnas de mi salón. Mis tardes pasaban en algún Cyber-café cercano, intentando satisfacer, inútilmente, mis primeras erecciones ya que no comprendía del todo la masturbación. Mi cerebro era ocupado por los mismos pensamientos lascivos que cualquier chico de 12 años puede tener. Pero algo me hacía diferente, la chica de la que me enamoré no era precisamente, como lo era para todos mis compañeros, la que estaba a menos tiempo para culminar su desarrollo… Para mí no existía nadie como Estela.

Estela era una chica no muy desarrollada como las demás que veía en el salón de clases, pero ella tenía algo especial, ¿Habrán sido sus olores? ¿El sonido de su aguda voz? ¿Su sonrisa? ¿Sus ojos? Hasta ahora no me explico como es que no pude fijarme en alguna compañera con montes más elevados. Después de todo, en esa época, era lo único que importaba para mí y para los demás chicos del aula escolar.

Solía soñar despierto imaginándome junto a ella. A veces volábamos por los cielos, a veces la brisa del viento revoloteaba nuestros cabellos al atardecer en un agradable viaje en bote, a veces estábamos comiendo helado de la misma copa, a veces…

-          … Tal vez usted sepa la respuesta, señor Villalta – amenazó la profesora de historia al verme mirando el techo
-          ¿Ah…? – Repliqué volviendo a la realidad
-          La respuesta, señor Villalta – ordenó, incisiva, la maestra
-          Historia... – pensé – La respuesta debe ser un año… Estamos estudiando el descubrimiento de América… - trabajé mi cerebro a mil por hora.
-          ¿Y bien? – insistió ella - ¿No la sabe?
-          Erhm… - respondí – mil… cuatrocientos… noventa y dos…
-          Muy bien señor Villalta – respondió la profesora – 1492 descubrió América en el año Cristóbal Colón ¿Verdad? – se burló – Hay que estar más atento, alumno.

Las risas no pararon luego de ese incómodo momento. La buena noticia es que no duraron más de 3 minutos, por que sonó el timbre del recreo.

Con mi peinado “hongo” y mi piel trigueña me quedaba esperando parado siempre, muy tímidamente, en la puerta del aula solamente para saludarle cada día después del recreo, ella me respondía con una sonrisa muy dulce que me hacía desear cada día más estar con ella. A mis escasos 12 años de edad, yo juraba que no existía persona en la tierra más enamorada que yo.

-          Además ya es hora de conseguir pareja, estoy muy grandecito – pensaba mientras sudaba y le veía llegar desde el patio de recreo al aula.
-          ¡Hola! – esta vez ella adelantó el saludo.
-          Erhm… yo… - titubeé – Ho… 
-           Siempre estás aquí cuando entro de vuelta a clases y me saludas, eres muy dulce… ¡Pero está vez te he ganado el saludo! – se adelantó antes de que pudiese decirle algo mientras me guiñaba el ojo y sacaba la lengua de forma muy tierna.

Cuando ella ya estaba a varios pasos de mí y el alma pudo por fin regresar a mi cuerpo, me sentí un ganador. Después de un par de intentos fallidos por parte de mis compañeros por conseguir una novia, con esta conversación ya me sentía en la “carrera” por conseguir pareja y pensaba adelantarme varios pasos para que nadie se me adelante.



Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla

Joseph es un joven con una historia. Vamos, como todos, sólo que él decidió escribirla.

Les muestro unas líneas introductorias antes de empezar con su vida.

Joseph, tienes la palabra.






-          “Cuando la conocí, no sabía que yo podría ser mi propio enemigo”
-          “Cuando la conocí, no sabía que podía ser tan venenoso”
-          “Cuando la conocí, no sabía que iba a tener que luchar tanto”
-          “Cuando la conocí, no sabía que íbamos a crecer juntos”
-          “Cuando la conocí, no sabía que el sexo iba a ser agotador”
-          “Cuando la conocí, no sabía que era un soñador”
-          “Cuando la conocí, no sabía que las influencias podían ser poderosas”
-          “Cuando la conocí, no sabía que ella se iba a sentir sola”
-          “Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto”
-          “Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto”
-          “Cuando la conocí, no sabía que iba a odiar la primera vez”
-          “Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida”
-          “Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla”



La vida de uno es algo que todos conocemos, ha habido alguna vez soledad en nuestras vidas.

La vida de dos es algo que todos conocemos si al menos una vez hemos tenido una pareja.

La vida de tres es algo que pocos conocen, pues no solo intervienen tanto tu pareja como tú; existe una historia con alguien más.

La vida de a cuatro es la que pocos han tenido la oportunidad, buena o mala, de conocer. En mi caso, pues, además de mí mismo, aparece mi novia, mi amante y la mujer que amo. ¿Has conocido la vida de cuatro? Pues te invito a explorar los pasajes que te explicarán como llegué a la mía.



Por alguna razón que desconozco aún, muchas personas piensan que mi vida amorosa ha sido plena; que he gozado de muchas relaciones en las cuales el amor y la experiencia han hecho de mí un hombre maduro, correcto, formal y, sobre todo, un conocedor nato en el arte del romance.

Pocos son los verdaderos conocedores de los amores que he tenido en mi vida: Si bien he gozado de muchas relaciones, y si he llegado a ser más correcto y formal en cada una de ellas, la experiencia solo me ha servido para lamentarme antes en la metida de pata que tengo en la relación siguiente.

Incluso hoy, mientras escribo estas líneas, voy a seguir esperando madurar en algún momento.

Así, pues, empieza esta historia. La vida de Joseph Villalta (ese soy yo) es, ni más ni menos, uno de los historiales amorosos más complicados que, tal vez muy a mi pesar,  he conocido en mi vida. Desde lamentos por amores injustamente perdidos, hasta viles hipocresías hacia el ser amado. Las emociones más opuestas se presentan en mí y en cada uno de los protagonistas de mi vida, lo que volverá a algunos personajes odiosos hasta el límite de amarlos, o tal vez al revés… Tan buenos que es imposible no odiarlos.

Ya no hay marcha atrás. Ahora les presento mi vida, la cual he titulado “Mi novia, mi amante y la mujer que amo”.


Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla
La chica del patio de recreo
Soy Alfredo. Supongo que si están aquí es por que eres amigo mío, por que alguien te recomendó esta historia... o por que te cruzaste con este blog de casualidad.

Bueno, no importa... Lo importante es que este blog empieza aquí, en poco tiempo tendrá un diseño personalizado y yo solamente espero que la vida de Joseph sea de su agrado.


NO SE OLVIDEN QUE SE PUBLICAN LOS LUNES Y VIERNES.

Au revoir!