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viernes, 29 de julio de 2011
Al día siguiente, en la escuela, mi novia faltó otra vez. Le pregunté a Remi si Adriana estaba mejor. Me dijo que sí, pero que iba a faltar posiblemente, un día o dos más. Me recosté en la pared del pasillo, a unos metros del lugar donde hablaba con Remi, con la cabeza gacha. Me puse un poco triste porque, aparte de estar enferma, ella había recibido una noticia por parte mía, la cual ni siquiera yo mismo sabía si era buena o mala.

Remi me sacó de la duda cuando sacó del bolsillo de su camisa un pequeño papel doblado. Estiró su mano y lo depositó en la mía. El papel rezaba “Adriana” y, antes de poder preguntar algo, Remi me dijo “Mejor te dejo solo” y partió, subiendo las escaleras. Intuí, entonces, que era una carta.


“Hola:

Bueno… Sólo te quería decir que eres muy especial para mí. Me gustas mucho, mucho más de lo que piensas y, aunque sepa que aún sientes algo por Karla, no me importa porque ahora sé que me quieres a mí. Tal vez no tanto como a ella, pero espero que siempre me guardes a un ladito de tu corazón ¿No? Espero que nunca me olvides.

Espero que nunca perdamos la confianza que tenemos. Deberíamos contarnos todo, todo, tooodo… Es mejor que nosotros nos contemos las cosas que enterarse por otros.

Cuando termines de leer esta carta, dile a Remi que te dé “eso”, él ya sabe qué es. Y te lo envío porque me encanta y quiero que tengas algo que a mí me gusta.

Espero que siempre te acuerdes de mí y no sólo cuando leas esta carta ¿Ok?

Pásala lindo. Te quiero mucho…

                                                                                         Adriana.


Pd: Espero verte pronto”


-          Es una gran chica – pensé – es muy comprensiva y me está dando una oportunidad – me dije.

Alcancé a Remi, un piso más arriba, para pedirle “eso”. Él abrió su mochila y me dio un peluche de un conejo con las orejas inmensas y caídas, algo cachetón y con las patas enormes.

-          Es un conejo de peluche – dije.
-          Y de los feos – intervino Remi, en un tono algo burlón.
-          Nah, a mí me gusta – le miré con un poco de recelo mientras guardaba el peluche en mi mochila – Habla, ¿Después de clases nos echamos una partida de Gunbound?
-          Te estás enviciando con eso ¿No? A mí no me vacila tanto.
-          Ya fue, pues… Vamos ya a clases que se hace tarde…

En el recreo le mostré el peluche a Alicia y a Stephanie. Les pregunté, también, un poco del pasado de Adriana, ya que me había dado cuenta que tampoco conocía mucho de ella. Me contaron que antes había estado con un tal Jimmy, quien había terminado la escuela el año pasado y que, justo antes de conocerme, también había estado con un tal Héctor, quien se había retirado del colegio.


Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto
miércoles, 27 de julio de 2011
Los días que siguieron a la visita de Serge fueron, por mucho, más grises que los de la semana anterior. Karla estaba a ocho países de distancia y aún pensaba en ella. A Adriana no le haría mucha gracia, pero era algo que tenía que contárselo sí o sí.

Serge había venido a mi casa un jueves, empezando octubre y, para el domingo, aún no le había contado nada a Adriana, pero ya estaba preparado para hacerlo al día siguiente a primera hora cuando la vea en el colegio.

Empezando la semana escolar, no vi a Adriana en el colegio. Remi me dijo que había amanecido enferma y que no iría a la escuela un par de días.

Esa misma tarde, después de la escuela, acompañé a Remi a su casa para poder ver a mi novia. Tal vez contarle lo que pasó no es lo más indicado pero, al menos, debía comentarle acerca de mi confusión.

Tras casi una hora de conversación me di cuenta que Adri no conocía mucho de mi pasado, así que esa era la excusa perfecta para comentarle un poco de mi vida… Y un poco de Karla Jiménez.

-          Es una historia triste – me dijo – Se nota que… Es muy importante.
-          Pues… La verdad sí – susurré.
-          Yo… - paró.
-          ¿Sí?
-          Yo no sabía… - continuó – Que había alguien así en tu vida.
-          Pues ahora ella está muy lejos de mí… Otra vez.
-          Bueno – suspiró – hay cosas que uno no puede controlar.
-          ¡Hey! El almuerzo está casi listo – Remi entró al cuarto gritando – Chokobo, ¿Vas a quedarte a almorzar?
-          No, no – respondí, sin dejar de ver a Adriana – no puedo llegar muy tarde a casa.
-          Está bien – respondió, y luego miró a su hermana – apúrate que ya van a servir.

Miré a mi novia mientras escuchaba, desde el pasillo de fuera gritar a Remi “Joseph no va a comer aquí” hacia su madre. Acto seguido tomé las manos de Adriana, caminamos hacia la puerta principal de su departamento y, con un dulce beso en los labios, nos despedimos.

Esa noche me la pasé retomando mis viejas incógnitas mentales, las cuales hacía tiempo me habían dejado en paz. ¿En serio fue lo mejor contarle sobre Karla a Adriana?… Tal vez estaba de más, ya que, por más que doliera, no iba a poder verla otra vez o, al menos, dentro de mucho tiempo. ¿Este pensamiento que acababa de tener era bueno? ¿O tal vez debería olvidarme de Karla para siempre?

Decidí no hacerme más líos en la cabeza esa noche. Hasta que sea la hora de dormir me iba a dedicar a jugar Gunbound. Este juego me había enganchado casi instantáneamente desde que decidí buscarlo en el cyber de Rafa por haber oído, por pura casualidad, acerca de él en el colegio.

Ya había logrado mucho en poco tiempo en el juego, pero era momento de dormir, y si bien el juego sirvió por un momento de distracción, los pensamientos sobre lo que había hecho en la tarde volvieron a invadirme. Giré en la cama toda la noche con varios disparates en mi cabeza, pero había uno que, sin duda alguna, era el que más me perturbaba: Tal vez ahora Adriana piense que soy una mala persona que sólo quiere jugar con ella.


Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos significaban tanto
martes, 26 de julio de 2011
Joseph y Adriana, todo el mundo en el colegio lo veía venir. Ni siquiera Remi estaba sorprendido por nuestra reciente unión. Ahora, mi noviazgo con Adriana era una realidad y yo estaba muy feliz que así fuese.

La semana en la que inició el noviazgo al lado de Adriana fue genial. Salíamos mucho y parábamos juntos gran parte del tiempo. Por lo general me hubiese incomodado saber que mi novia era la hermana de un gran amigo mío, pero este no era el caso. Lo que me agradaba de Remi era que no se molestaba por el hecho de estar con su hermana. A partir de entonces salíamos en parejas, él con Stephanie y yo con Adriana. En el colegio el contacto no era tan íntimo ya que los profesores eran muy molestosos con respecto a ese tema.

El problema empezó la otra semana, cuando un viejo amigo fue a visitarme a casa.

-          ¡Hey, tanto tiempo! – me dijo, cuando le abrí la puerta.
-          ¡Tío! ¡Ha pasado casi un par de meses!
-          Sí, pues… Sólo hablábamos por msn, Joseph. Pero ahora sí, cuéntame de tu nuevo noviazgo.
-          Sí, Serge – le dije, entrando a casa – desde que regresé al Perú no hablamos tanto, pero no te preocupes… Te voy a contar las últimas cosas de mi vida… Y tú también, eh.

Subimos las escaleras y entramos a mi cuarto, nos sentamos al pie de mi cama y, mientras Serge jugaba con una pelota de tenis que estaba en el piso, le comencé a contar lo que había vivido en este par de meses.

-          Qué genial – me dijo, tirando la pelota hacia la pared para que rebote – has tenido suerte, eh.
-          ¿Por qué lo dices?
-          Porque yo no me fijaría en un perturbado que se tropieza en el baño de un cyber por quedarse mirándome – cogió la pelota que había lanzado con las manos.
-          Siempre tú tan pesimista – le empujé con el hombro – deberías alegrarte.
-          No soy pesimista – lanzó la pelota otra vez hacia la pared – soy realista. Pero tienes razón, me alegro mucho que estés con una chica… Siempre y cuando la quieras de verdad, Eh.
-          No te preocupes, Serge – le dije, con una amplia sonrisa – Karla y yo somos el uno para el otro.

La pelota se dirigió hacia Serge gracias al rebote. El impacto de la bola hizo que Serge reaccionara de su estupefacción. Cerró los ojos y agitó la cabeza, luego se quedó mirándome atentamente.

-          ¿Qué? – le dije, algo extrañado.
-          Has dicho Karla…
-          ¿Eh?
-          La chica con la que estás… ¿No se llama Adriana?

Entonces comprendí. Abrí los ojos y Serge me miró algo confundido. ¿Por qué había confundido a Karla con Adriana?

-          Yo… yo… - titubeé.
-          Es que no puedes olvidarla – me dijo, tocando mi hombro – tal vez debas reconsiderar las cosas un poco, amigo.



Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto
viernes, 22 de julio de 2011
cuando algo le molestaba; podría ser el claro ejemplo de la princesa más tierna del mundo cuando está feliz y el de un pirañita de algún lugar de la Victoria, cuyo nombre no quiero recordar, cuando estaba fastidiada por algo.

-          Remi de mierda.
-          ¿Qué pasó, Adri? – pregunté.
-          Que quería que vallamos todos al teatro.
-          Ese era el plan ¿No?
-          Pero como Stephanie se va a demorar, el idiota ya no quiere ir a ningún lado – respondió, molesta.

Remi era un tipo muy práctico, si algo no le parecía, lo cortaba de raíz. Varias salidas se cancelaban por las demoras de Stephanie. A veces era mejor porque podía salir a solas con Adriana, pero la idea, por el momento, era que todos nos divirtamos.

-          ¡Chokobito!
-          ¡Señora! Muy buenas tardes – saludé a la madre de Adriana.
-          ¿Cómo has estado? Tiempo sin verte.

La señora me abrazó y se retiró a su habitación. Ella me había agarrado cariño desde que empecé a ir a su casa. El padre de Remi y Adriana, aunque muy diferente a la señora, también parecía agradarle mi persona. Era un señor, ciertamente, extraño. Solía contar historias sobre su juventud, nos contaba algunos chistes malos y, por supuesto, nos daba algunos consejos. Consejos, claro, de gente vieja.

Alicia, en los recreos del colegio, se había hecho muy buena amiga mía y me agradaba demasiado su compañía. Era graciosa y, ciertamente, atractiva. Algo delicada, pero sin llegar a ser “princesita”. Algo inocente, pero sin llegar a ser ingenua”. Algunas veces pensaba que si no hubiese conocido a Adriana, estaría enamoradísimo de ella.

Los días de setiembre, anteriores a la primavera, eran, para mí, una especie de época de lucha. Intentaba pasar la mayor cantidad de tiempo posible con Adriana pero, por alguna razón, siempre volteaba mirando a Alicia. No era posible que me puedan gustar dos chicas a la vez… O quién sabe…

Llevaba ya un par de meses enamorado de Adriana, era imposible fijarme en otra chica. A diario trataba de luchar contra mis pensamientos hacia Alicia, pero sin resultado. Cada recreo era una sublime conversación, la cual me encantaba tener, pero cada momento con Adriana era tan placentero que, pensaba, no podría cambiarlo por nada ¿Qué haría entonces?

Varias clases desatendidas y recreos haciendo catarsis interna después, había decidido afianzar mis lazos con Adriana. Había estado tratando de acercarme a ella desde las vacaciones y no iba a claudicar ahora.

Una noche, como cualquier otra, salí a ver a Adriana, pensando en que esa noche le diría sí o sí, que me gustaba y que quería que fuese mi novia.

Ella me recibió y le dije que tenía algo importante que decirle. Remi estaba viendo una película en la sala con su padre y su mamá estaba recogiendo la ropa sucia del cuarto de Adriana, así que decidimos salir del departamento.

Estábamos sentados en la tétrica escalera del primer piso del edificio donde ella vivía. Estaba sentado un par de gradas sobre ella, abriendo las piernas para que ella, sentada más abajo, se pudiese recostar sobre mi pecho mientras le abrazaba.

-          Adri…
-          ¿qué pasó?
-          Erhm… - pensé – No es nada…
-          Bueno…
-          Adri… - volví a llamarle
-          ¿Sí?
-          Pues… - me acobardé – No, no importa…
-          ¿Pasa algo?
-          No, no…

Luego de esto hubo un silencio de, aproximadamente, unos 15 segundos. No podía quedarme callado. Aunque todo el valor que tenía camino a su casa se había desvanecido ahora… Sentía que debía hacer algo, después de todo, pensé, es mejor arrepentirse de haberlo intentado que de nunca haberlo intentado. Esa frase me gustó mucho y, a partir de ese día, intenté llevarla como escudo. Claro que del dicho al hecho hay un gran trecho… Y me iba a costar aplicarlo a mi vida a lo largo de los años.

-          Adri… - tragué saliva.
-          ¿Qué?
-          Tú… - comencé a temblar
-          ¿Yo…?
-          Sí… Tú – cerré los ojos – Tú me gustas mucho – los abrí - ¿Quieres estar conmigo?
-          Sí – respondió, sonriendo – si quiero estar contigo.
-          ¿De verdad? – sonreí.
-          ¡No, imbécil! – replicó, con un suspiro de decepción.
-          ¿Entonces no…? – mi sonrisa se apagó.
-          ¡Que sí, tonto! – me gritó, entre risas.
-          Entonces, entonces… Yo – titubeé – y tú…
-          Ya, tontito, ya – dijo, con una voz mucho más dulce acercándose hacia mí.

Había tenido miedo por gusto. En ese momento, en la penumbra de esa escalera, me sentí feliz besando a la chica que tanto me gustaba.


Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto
sábado, 16 de julio de 2011
 Él empezó explicándome el ejercicio número cinco, luego yo tendría que explicarle el dos y, después, el me contaría acerca del seis.

Tras unos minutos de explicación, comenzamos a hablar y nos desviamos completamente del tema estudiantil. Las tiritas de ideas que, en la tertulia al pie de la escalera, eran cada vez más interesantes lograron captar la atención de ambos. Pasamos de los ejercicios a las series que habíamos visto en nuestra infancia. De la plática de algunos videojuegos terminamos hablando de OVNIS. Sinceramente me divertí mucho hablando con él y, esta vez sí estaba seguro, él también. Había empezado, sin querer, una bonita amistad.


Con el tiempo me di cuenta que no era muy difícil entablar un compañerismo ameno con los alumnos de mi salón e, incluso, con los alumnos de otros años.

-          Me gusta la manera en la que piensas – me dijo Alicia, comiendo un pedazo de galleta, en el recreo.
-          Gracias, intento lo mejor – respondí, con una sonrisa.
-          ¿Por qué no le dices a Adriana de una vez para que estén? – me animó – Yo creo que si caen como pareja.
-          ¿Tú crees?
-          ¡Claro!

Los recreos en los cuales no los pasaba con Adriana, las amigas de ella, como Stephanie o Alicia, se dedicaban a darme apoyo moral. Sobretodo Alicia, una chica alta y muy bonita, parecía ser la más emocionada en el hecho que yo esté con Adriana.

Las salidas de Remi con Stephanie me ayudaban bastante a acercarme más a Adriana, ya que, al final, siempre terminábamos saliendo de a cuatro, puesto que ahora Remi se había convertido en un gran amigo, entonces ya no le resultaba insoportable como antes. Y, aunque Adriana y yo sólo salíamos en materia de amigos, pensaba, esas veladas me darían más confianza al momento de intentar algo.

El problema siempre empezaba cuando Adriana y yo teníamos que salir solos. Solía ponerme muy nervioso. Pero debía evitar esto, así que un día le invité al cine.

Luego de la primera salida al cine con Adriana me decepcioné un poco; me había puesto muy nervioso y se habían causado ciertos silencios incómodos, entre sudoraciones de mano y algo de dislexia. Obviamente eran puntos en contra.

-          Yyy… - Titubeé - ¿Te gustó la película?
-          ¡Claro! – se exaltó – ¡Estuvo pajasa!
-          Bueno… sí.
-          ¡Gracias por traerme! – me dijo, abrazándome. Tal vez no fue tan malo después de todo.

Días después me topé con un par de cosas sorprendentes. Demasiado increíbles, diría yo. Un lunes cualquiera, terminando el mes de agosto, a la hora de entrada, una silueta extraña se posó en la puerta del aula. Después de algunos segundos pude reconocer a quién pertenecía. Eso sí que era muy extraño.

-          ¿Qué demonios te pasó? – pregunté, algo confundido
-          Creo que así está mejor
-          Bueno… - pensé – No sé.
-          Es más fresco.
-          Supongo que sí – me acerqué - ¿Puedo tocar?
-          ¡Claro! – dijo, sonriendo.
-          ¡Tío, estás pelado! – exclamé, sobando la cabeza calva de Remi.

Creo que ese fue el día en el cual escuché más insultos viajar de un lado a otro del aula, entre las risas y el lenguaje que, por lo general, cuatro hombres solos utilizan cuando quieren chacotear entre ellos. 


Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto
miércoles, 13 de julio de 2011
Los recreos eran muy buenos ya que los pasaba con Adriana. Habíamos complementado muy bien. Aunque su lenguaje era muy coloquial para mi gusto, intenté acoplarme a él. Después de todo, casi todos en el colegio tenían ese estándar en su lenguaje. En clase, Remi parecía un poco más tolerante conmigo, era el único que me hablaba pero, aún, con un poco de distancia.

Empezando la segunda semana de clases en mi nuevo colegio, aún no tenía el texto de matemáticas ya que ni siquiera sabía cuál era.

-          Remi – dijo el profesor – Préstale tu libro a Villalta para que le saque fotocopia.
-          Está bien – respondió, con algo de desgano.

A la hora de la salida, Remi me prestó su libro de matemáticas y me pidió que se lo devuelva a más tardar en la noche ya que habían dejado tarea.

Cerca de las siete de la noche recién estaba caminando, muy apurado, hacia un sitio donde saquen fotocopias. Me había quedado toda la tarde en el cyber de Rafa explorando ese juego del que había escuchado hablar hacía ya varios días: Gumbound.

Ya no podía estar todos los días en el cyber de Rafa porque había empezado las clases. Iba algunos días a la semana y, lógicamente, ya no atendía y tenía que pagar para consumir. Esto último también hizo que mis idas hacia ese lugar disminuyan. Además, en un mes tendría un mejor plan de internet y ya podría estar en mi casa todo el día sin que me moleste nadie.

Cerca de las ocho y media de la noche estaba en la puerta de la casa de Remi, tocando el intercomunicador para devolverle su texto.

Después de casi un minuto de espera, contestó la voz de Adriana por el intercomunicador.

-          ¡Hola, chokobooooo!
-          Adri – respondí, feliz - ¿Está Remi?
-          Sí, claro. Le voy a decir que baje.

Me senté en el piso, recostado al lado de la puerta mientras esperaba. Cerca de cinco minutos después, la puerta a mi costado se abrió y pude ver a Remi. Cerró la puerta tras de él y me saludó.

-          ¡Hey! – exclamó mientras me estrechaba la mano.
-          Oye, gracias – le dije, entregándole su libro – llegando a mi casa haré la tarea.
-          ¿Sabes cómo hacer todo?
-          Supongo que sí... – respondí – he estado mirando los ejercicios camino a tu casa y no son tan difíciles. Aunque hay un par que no entiendo.
-          Lo mismo me pasó – me dijo, poniendo su mano sobre mi hombro – ahora, en clase, que veía el libro antes de dártelo, me di cuenta que había un problema que no entendí bien… Creo que era la dos…
-          ¡Pero si la dos es muy fácil! – hinché mi pecho – las que no entiendo son la cinco y la seis – bajé la mirada.
-          La cinco tiene su truco – susurró, mirando los ejercicios en el texto – la seis está regalada.
-          ¿Me las explicas?
-          Plef… - dejó colar entre sus labios, algo disgustado – No sé si tenga tiempo.
-          Vamos, vamos – le jalé de la chompa – y yo te explico la dos que está muy fácil.
-          Pues… - pensó unos cinco segundos – Tal vez si tenga algo de tiempo… Unos quince o veinte minutos.
-          ¡Más que suficiente!

Abrió nuevamente la puerta de su casa. Por un momento pensé que subiríamos hasta el cuarto piso donde él vivía para hacer los ejercicios, de paso que podía ver a Adriana un momento, pero no fue así. Pude ver, al asomarme dentro de la puerta de la fachada del edificio, un pasillo de aproximadamente cinco metros sirviendo de predecesor a una escalera no muy ancha, color grisácea, alumbrada tétricamente por las luces de los pasillos superiores.


Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto
lunes, 11 de julio de 2011
El chico que me había saludado, con una expresión algo vaga, se desparramaba en la carpeta, con las piernas estiradas. Los otros no eran menos y, como el primero, estaban tirados, muy despreocupadamente, en sus respectivas carpetas.

-          Un nuevo, ya no está Yaritza – dijo, hacia los otros dos chicos, un muchacho cabezón y muy flaco – Sólo falta uno, ¿No?
-          Ajá... – Respondió el último – Yaritza viajó a Italia y en un rato viene el otro, creo. – Me miró – ¿Y tú cómo te llamas?
-          Joseph – respondí, algo parco.

Los tres chicos siguieron hablando entre ellos. Estaban hablando de gente que no conocía así que, luego de un par de minutos, me tumbé sobre mi carpeta para descansar. Mientras mis ojos cerrados luchaban por no hacer que me quede dormido, escuché los pasos de alguien entrar al aula. Escuché que los demás alumnos le saludaron así que levanté la cabeza para saludar al profesor de turno también. Acto seguido volví a recostarme, con mucha flojera. Después de algunos minutos, escuché los pasos del maestro dirigiéndose hacia la puerta para cerrarla. Escuché la voz de un chico gritando “¡Profe un momento!”, a lo que este la volvió a abrir, dejando entrar al chico que había llegado tarde.

-          Pase alumno – dijo el profesor.
-          ¡Ciérrele la puerta, profe! – escuché la voz de uno de los chicos que estaban conversando en sus carpetas, algunos metros a mi derecha.
-          Oe, quédate afuera nomás – dijo otro.
-          Para la próxima ven en pijama – le dijo el profesor a la persona recién llegada.

Las risas empezaron y sentí que alguien se había sentado a mi lado, así que levanté la cabeza. Con algo de flojera, pude ver al profesor arreglando unos papeles en su escritorio. Luego, al virar la cabeza hacia mi izquierda, me topé con una sorpresa muy grande.

-          ¿Tú…? – me miró, en una mezcla entre sorpresa y confusión
-          ¡Hey! ¡Hola! – sonreí, muy animado – Esta sí que es una sorpresa.
-          No sabía que estabas aquí.
-          Yo tampoco – dije – me enteré anoche.
-          Ni siquiera sabía que estabas en mi año.
-          Bueno… Así son las sorpresas – moví los ojos de un lado a otro, como vigilando que nadie escuche lo que iba a decir – Por cierto… Adriana también está aquí ¿Verdad?
-          En tercer año – dijo, con algo de desgano.
-          ¡Genial!
-          Alumnos, silencio – el profesor cortó las risas de los chicos y mi conversación – Vamos a empezar con la clase.

Al parecer sólo éramos cuatro personas en el salón. Esto se me hacía un poco raro ya que estaba acostumbrado a un número de, al menos, treinta, gracias a mi colegio anterior.

Remi estaba muy sorprendido de verme sentado a su lado derecho. Yo también lo estaba, pero en ese momento sólo podía pensar en una cosa; nada me importaba más que salir al recreo y ver a Adriana.



Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto
viernes, 8 de julio de 2011
La caminata a la casa de Stephanie no fue mala. Muy por el contrario, me divertí hablando con Adriana, caminando tras la pareja de enamorados. Stephanie, de vez en cuando, disminuía el paso para poder conversar conmigo o con Adriana. Todos reíamos e intercambiábamos, muy fluidamente, palabras muy amicalmente. El único que no parecía muy contento era Remi, siempre caminando por delante, intentando evitar hablar con las chichas cuando ellas hablaban conmigo. Estaba empezando a creer que no le agradaba mucho.

A un par de días de empezar las clases, aún no sabía cuál iba a ser mi colegio pero, después de meterme en una conversación que tenían Remi y Adriana, deseé con todas mis fuerzas estar en el que ellos estaban con Stephanie.

Un día antes de mi primera clase, mi madre me hizo recuerdo que al día siguiente empezaba. Le pregunté, entonces, en qué colegio iba a estar.

Mi madre dijo que ya me había dicho en qué colegio iba a estudiar, yo no lo recordaba. Luego de hacerme recordar que mi próximo centro educativo iba a ser, literalmente, una casa de tres pisos a dos cuadras de mi casa, cruzando un parque, me fui a dormir.

El primer día de clases había llegado y, aunque estaba sólo a cinco minutos de mi casa, sabía que llegaría tarde. Estaba un tanto emocionado por conocer a las nuevas personas que serían mis compañeros… Tal vez esté con alguna chica bonita en mi salón.

Como era de esperarse, llegué con unos 20 minutos de retraso y con los zapatos sucios gracias al pasto recién regado en el parque que debía cruzar para llegar a la escuela. La casa, algo grande, de tres pisos se levantaba muy adornada, con pancartas y carteles de colores. Entré, pensando en que mi primer día iba a ser malo ya que, desde ahorita, estaba, ya, en tardanza.

Para mi suerte las clases no habían comenzado aún y algunos alumnos conversaban en el patio. Me acerqué a un grupo y pude oír las voces de unos alumnos hablando de un juego llamado Gumbound. Se me hacía extrañísimo no saber nada de este juego, prácticamente pasando gran parte de mi vida en un cyber café.

El timbre del colegio sonó y todos subieron a los salones. Intuí, entonces, que debía hacer lo mismo. Subí las escaleras, recordando que no tenía idea de dónde estaba mi aula.

Mientras subía las escaleras veía pequeños trazos con tiza en las puertas de las habitaciones, marcando el año escolar al que pertenecían. Cuando ya había llegado al tercer piso, no encontraba el salón que pertenecía a cuarto de secundaria. En ese momento alguien me tocó el hombro.  

-          ¡Hola! – dijo una voz de chica.
-          ¡Hey! – respondí, volteando – Stephanie, ¿Qué tal?
-          Primer día de clases del trimestre – respondió con una sonrisa – ¡Qué sorpresa que estés en este colegio!
-          Sí, lo mismo digo… No recordaba en que colegio estaba… - dije – Por cierto… ¿Dónde está cuarto de secundaria?
-          Arriba – movió su pulgar, de arriba hacia abajo, mirando hacia el techo.
-          ¿Pero que esto no tiene tres pisos nomás?

Me agarró el brazo y jaló hacia los pies de una escalera angosta a la derecha.

-          Es arriba – sonrió
-          ¿Hay salones en el techo?
-          ¡Sip!

Subimos hacia la planta superior y pude ver tres pequeños cuartos con tejados de calamina. Uno de ellos tenía, como en las plantas más bajas, una pinta con tiza que marcaba “Cuarto de secundaria”.

Al entrar, había tres chicos sentados en las carpetas.

-          Habla, causa, dijo el más alto.
-          Hola, hola – respondí, sin saber si debía fingir una sonrisa.


Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto
miércoles, 6 de julio de 2011
Que Adriana sea hermana de Remi era algo que, sinceramente, no esperaba. En ese momento sentí algo de miedo; tal vez Remi quiera pelear porque me quería meter con su “Hermanita”. Bueno, la verdad es que no sabía cómo reaccionaría él, pero conociendo el estándar limeño…

-          Oye, oye – agité las manos como pidiendo que no me golpee – no sabía, disculpa, eh.
-          No pasa nada, brother.
-          ¿Eso significa que normal? – sonreí.
-          Allá tú. Me da igual lo que hagas.
-          Ya bueno… ¿Entonces puedo preguntarte algunas cosas de ella?
-          Brother – dijo – te estoy pagando para que me dejes usar el internet… No quiero que mi tiempo corra conversando.

Los días pasaron y las vacaciones se terminaban. Al parecer mis padres pudieron meterme a un colegio a mitad de año para poder terminar de cursar el cuarto de secundaria. La “jugada” de regresar a México funcionó. Según lo que me dijeron mis padres, no estaría en un colegio como el anterior. Sería uno pequeño, muy pequeño.

A pocos días de empezar las clases, yo aún no tenía conocimiento de mi nuevo centro educativo. Pero en ese momento no importaba ya que, después de reiteradas insistencias, Remi me presentó, por fin, a su hermana.

-          Me llamo Joseph, pero todos me dicen Chokobo o Chokobex, como más te guste. – le dije, feliz.
-          Choko…¿Qué? – me miró, algo extrañada.
-          ¡Chokoborra! – interrumpió Rafa, desde el otro extremo del cyber.
-          Es chokobo – miré a Adriana mientras ella reía, repitiendo “Chokoborra”.
-          Yo me llamo Adriana – dijo.
-          Sí, ya sé.
-          ¿Eh?
-          Aaahh… Uhm… - pensé – Es que… Remi me acaba de decir tu nombre, pues – respondí, evitando decir que siempre intentaba estar al tanto de ella.

Hablamos mucho esa tarde, en la puerta del cyber, mientras esperábamos que Remi termine su hora. No pensaba que iba a caerle tan bien. Después de todo, aunque era consciente que había cambiado desde mi regreso de México, no me importaba ya el cómo me veía y eso, sabía, influenciaba en la manera de pensar de las personas con respecto a mí. Adriana parecía estar exonerada de este pensamiento; ella me hablaba de la manera más natural y amical posible.

-          ¡Mira! Ella es Stephanie – dijo, emocionada – señalando a una chica muy delgada, de mirada algo perdida, que venía hacia nosotros - ¡Hola Teph! – saludó, a su amiga.
-          Hola chicos – dijo, algo distraída.
-          Él es chokobo – dijo Adriana, presentándome.
-          ¡Hola! – saludé a la recién llegada – En verdad me llamo Joseph, pero chokobo está bien.
-          ¡Hola chokobo! – gritó - ¡Que gracioso! Jajajaja.
-          Gracias, supongo – respondí.

Al escuchar las risas, Remi salió a investigar.

-          Stephanie, hola – saludó, y pensé que este chico conocía a muchas chicas bonitas.
-          ¡Hola amorcito! – respondió ella y, acto seguido, le estampó un beso en los labios.
-          Oye, amorcito – dijo una voz desde dentro del cyber – ya terminaste tu hora – concluyó, saliendo al umbral de la puerta, donde nos dimos cuenta que era Rafa hablándole a Remi – y tú, chokoborra – me miró – si vas a salir a enamorar chicas, al menos hazlo con la tabla para que no se te pasen los tiempos – concluyó, bromeando con una sonrisa.

Stephanie le pidió a Remi que le acompañe a su casa ya que venía de la casa de una amiga y había pasado por el cyber por si lo encontraba para pedírselo. Adriana, quien no podía regresar a su casa sin Remi, me pidió que le haga compañía para que no se aburra entre los besuqueos y amoríos de Remi y Stephanie. Yo, ni corto ni perezoso, le dije a Rafa que tal vez regresaba al cyber en la noche.



Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto