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viernes, 24 de junio de 2011
Abracé a Karla y, con las primeras lágrimas del día, la besé por una eternidad de diez segundos antes que mi padre me vuelva a llamar desde lejos. Me separé de ella lentamente, tomando su mano mientras seguía caminando. Por un momento me hubiese gustado poder jalarla para que vaya al Perú conmigo, pero eso no era posible.

Cuando sólo nuestros dedos nos unían, entrelazándose los míos con los de ella, mientras luchábamos por no separarnos, o al menos por hacerlo lentamente, me di cuenta que me alejaba de quien, planeaba, se quedaría conmigo para siempre.

Nuestros pulgares se separaron y me di cuenta que era ella con quien había sido feliz desde mi infancia. Ya, de pequeños, éramos el uno para el otro…

Nuestros meñiques fueron los siguientes y pude notar que desde antes de saber que Karla era ella, había caído rendido a sus encantos. Tal vez era el destino…

Los dedos anulares resbalaron para no volver a tocarse, justo cuando noté que no éramos una pareja cualquiera. Yo era un borreguito y ella una pastorcita…

Nuestros índices se doblaron, queriendo sujetar al que tenían en frente, fallando en el intento al igual que yo cuando mi libido despertó y quise tenerla. Había vivido tanto en sólo medio año…

Mi dedo medio, más largo, fue el último que pudo sentir la piel de Karla. Nuestro último rose, con este dedo, hizo que recuerde mis últimos días. Había sido muy cobarde, pero al final pude demostrarle lo importante que ella era para mí.

En el segundo en el cual nos separamos, pude percibir este último medio año. Había sentido tantas cosas gracias a esta chica. Desde la emoción de verla por primera vez, hasta la nostalgia que sentí al recordar lo feliz que había sido con ella. Desde la perversión por tocar su piel, hasta el miedo por hablarle. Miles de cosas que me hicieron crecer pude sentir gracias a ella y, claro, le estaría eternamente agradecido.

-          Nuestro próximo abrazo tiene que ser más fuerte y dulce que este último.
-          Nuestro próximo beso más largo.
-          Así será.
-          Te amo.
-          Yo también.
-          Adiós.
-          No, hasta luego.

Me perdí entre la multitud. Mi padre me vio llorar a cántaros pero no dijo nada. Me tocó el hombro y me pegó a su pecho mientras seguíamos caminando. Él sabía que no necesitaba palabras, no había nada que él pudiese decir que me haría sentir mejor, pero el tenerlo pegado a mí me dio fuerzas. Entonces me di cuenta que, aunque esté a punto de viajar a ocho países de distancia de la chica con la que yo quería permanecer toda mi vida, nunca iba a estar solo.

Dormí casi todo el viaje de regreso. No estaba de humor para nada. Luego de algunas horas, el avión llego a Lima.

Mi madre estaba esperándonos en el aeropuerto. Me sentí muy feliz de verla, ya había pasado medio año sólo hablándole por teléfono. Le di un abrazo muy fuerte y me apresuré a guardar mis maletas en el taxi que nos estaba esperando.

-          ¿Qué tal la pasaste allá? – me preguntó.
-          Pues, logré el cometido y pasé de año.
-          Eso ya lo sé – respondió - ¿Conociste nueva gente? Me dijo tu papá que te volviste a encontrar con tu amiguita de la infancia.
-          Sí… Con Karla.

No le comenté mucho a mi madre. Después de todo, los padres siempre piensan que a la edad que tenía uno era incapaz de enamorarse.

Las nuevas tecnologías habían logrado que no pierda el contacto con Karla pero, por razones que nunca comprendí, entre problemas con los servidores y cambios de correo… Después de cierto tiempo el contacto con Karla desapareció.

Me deprimí, sí, pero cuando la herida pudo sanar, con algo de resignación me animé a seguir adelante… Al menos no perdí mi año escolar. Desde ese momento, decidí que el recuerdo de Karla siempre estaría en mí y si algún día regresaba a mi ciudad natal, sin duda alguna iría a buscarla. Pero hasta entonces, este sería, para mí, un nuevo comienzo.



FIN DEL CAPÍTULO CUATRO



Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto


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