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viernes, 29 de abril de 2011
Mis notas bajaron demasiado en la segunda mitad del año. Ya no valía la pena esforzarse por algo. Mi promedio escolar se derrumbó junto con mi promedio en conducta.

Mi colegio tenía un sistema de amonestación a base de papeletas. Existían tres tipos de sanciones. La primera era la papeleta blanca que reflejaba una amonestación leve, aquel papel blanco debía ser presentado al día siguiente con la firma del padre de familia. El siguiente nivel era la papeleta amarilla, una ficha amarilla que debía ser presentada al día siguiente de aplicarse junto a la presencia del padre de familia o el hijo no entraría a clases. El último nivel era la papeleta azul, un pequeño rectángulo, más celeste que azul, que significaba una suspensión de un par de días.

Existía, también, una leyenda acerca de una papeleta roja que, aunque nadie sabía que hacía, se decía que era la sanción máxima en el colegio. Algunas persona suponían que era la expulsión del centro educativo, otros, por el contrario, pensaban que eso era tonto ya que nadie le daría a alguien un “reconocimiento personal” por botarle.

Hasta noviembre yo ya había recibido muchas papeletas blancas y unas cuantas amarillas. Había tenido suerte de no haber sido portador de una azul hasta el momento. Poco a poco me fui convirtiendo en una especie de “chico problema” pero yo no sabía en que momento había cambiado, desde siempre había sentido que era el mismo, salvo, por supuesto, en mi estado de ánimo que estaba por los suelos.

Llegó un día, terminando noviembre, en el que sentí que vería la primera papeleta azul. Fue después de la clase de educación física, cuando todos los chicos estábamos, después de hacer ejercicios, en los baños mientras usábamos los caños para lavarnos, que alguien logró sacarme de mis casillas.

Edmundo era el nombre del típico chico que frente a los profesores era un santo, pero cuando el maestro daba media vuelta no hacía más que molestar a los que estaban cerca. Era una de las personas que más detestaba en el colegio. El hecho de encontrarnos todos en los baños, después de educación física, sin nadie vigilándonos era una ocasión más que perfecta para que Edmundo fastidiara a los demás alumnos.

La fila de caños donde estaba yo, con algunos compañeros, lavándome la cara no era más que una fila de ineptos para burlarse a la vista de Edmundo quien, con su polo en la mano y con el torso desnudo, estaba dispuesto a golpear gente con su “látigo de sudor”.

*¡Zaz!*    *¡Zaz!*           *¡Zaz!*           *¡Zaz!*           *¡Zaz!*           *¡Zaz!*

Los seis alumnos que se encontraban antes de mí fueron azotados en la espalda o en el trasero con el polo sudado. Ellos insultaban y golpeaban a Edmundo, pero a este no le importaba mucho ya que la situación se le hacía muy divertida. Después de todo, Edmundo ya estaba acostumbrado a que le golpeen en la cabeza y lo empujen después de hacer alguna de sus idioteces. Yo también lo había hecho cuando me molestaba.

Finalmente llegó, con una cara desquiciada, a mi posición en el caño, dispuesto, claro, a golpearme con su polo sudado. Volteé para hacerle frente.

-          Lo haces y te juro que te destruyo…. – le dije con cara de muy pocos amigos
-          No te tengo miedo, Villalta – desafió.

Si pensaba en pegarme con su polo, iba a lanzarme sobre él y molerlo a golpes. Sentía que ya había pasado suficiente en estos años como para que venga un estúpido a golpearme con un polo sudado. Pensé en responderle con otra amenaza pero no valía la pena. Me volteé otra vez en dirección al caño para terminar mi aseo.

                                                     *¡Zaz!*

-          ¡Hey tío! ¡Cálmate! – Me gritó Serge cogiendo mi puño. Yo me encontraba sobre un Edmundo asustado, después de haberlo embestido contra el piso, dispuesto a romperle la cara de un puñete, pero mi mejor amigo me detuvo.
-          No vale la pena – dijo algún compañero – Es un idiota.

La cara de desesperación de Edmundo al ver que mi puño podría estamparse contra su rostro era un buen pago para hacerme sentir mejor. Me paré con ayuda de Serge y decidí que lo mejor era salir del baño. Caminé hacia la puerta y, para mi sorpresa, el polo sudado de aquel chico había salido volando cuando lo tumbé y ahora estaba reposando, inocentemente, a mis pies. Sentí un impulso de maldad y no iba a echarme para atrás.


Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto
miércoles, 27 de abril de 2011
El beso de mi traición fue muy diferente a los que había recibido por parte de Danila; era un beso salvaje y lleno de deseo en el cual yo era dominado, desde mis labios, en cuerpo y espíritu.

El silencio me dominó al notar que había hecho mal y, mientras lloraba internamente, otro beso fue estampado en mis labios.

-          No te sientas mal – me susurró al oído después de varios besos que, intuyo, ella me daba para reanimarme al ver que había quedado en shock – Ya lo has hecho una vez, dos veces, tres y más… Pienses como pienses ahorita… Un beso más no empeoraría las cosas.

Una hoja cayó sobre mi cuello. Ella la quitó al darse la vuelta haciendo que, esta vez, su cuerpo quedara sobre el mío. Estábamos enrollados en un laberinto de brazos y piernas dando vueltas en el pasto de aquel parque. Después de todo, pensé, un beso más no me condenaba a algo peor… Muy dentro de mí sabía que no hacía lo correcto, puesto que yo amaba a Danila… Pero necesitaba sentirle ahora más que nunca y no podía. Sandra estaba dispuesta a hacerme sentir esos cálidos, aunque dominantes, besos que no podía recibir de mi novia.

-          ¡Oigan! ¡¿Qué creen que hacen?! – nos gritaba un guardia ante la atónita mirada que teníamos tanto Sara como yo – ¡Si quieren hacer cochinadas váyanse a otro lado!
-          ¡Sí! – respondió Sandra – Ya… Ya nos íbamos – le dijo, algo nerviosa, al guardia mientras me jalaba de la mano y hacía que me mueva con esas piernas que a las justas y reaccionaban. – Di… Dis… Disculpe.

Cuando estuvimos a un par de cuadras del parque, Sandra echó un par de carcajadas al ver que yo todavía estaba muy nervioso. Me sugirió que, para que no existiese otra vez un problema similar, le acompañe a su casa ya que sus padres no estaban y regresarían al día siguiente por la tarde. Pensé en que si íbamos a su casa los besos serían más que abrumadores.

Pensaba en si debía o no acompañar a Sandra a su casa mientras caminaba por las calles a su lado… Tal vez no sería buena idea acomp…

-          Llegamos, corazón – me dijo una muy animada Sandra metiendo la llave que había sacado de su bolsillo en la cerradura de la puerta que teníamos en frente.
-          Ah… Yo… – titubeé al darme cuenta que ella ya estaba dentro de la casa invitándome a pasar.

Tal vez sólo me quede a conversar un rato y si hay algún beso tendré que soportarlo. Luego sólo tendría que inventar una excusa e irme de ahí. Nunca había pasado tanto tiempo junto a Sandra y, si bien no era una persona desagradable como yo lo había pensado, no sabía si en ese momento era lo mejor.

-          Es… Muy… ricooouu… ¡Hip! – le dije entre risas a una Sandra que se veía, por mucho, más sobria que yo.
-          Y no sabes lo que sigue, nene – me dijo, guiando mi mano con las suyas para recorrer su cintura mientras me besaba.
-          No… No… - tartamudeé al estar tocando su cintura – No se si… ¡Uy!… Que blandito – dije, tocando sus muslos y mordiéndole los labios.

Copas más y estábamos en su cama sentados brindando todavía por dios sabe que. Muchas copas más y ella estaba sobre mí, arañando mi torso desnudo mientras lamía con sus pechos mi vientre y besaba mi cuello.

Aún, desnudos, seguíamos tomando hasta que, casi sin consciencia, rodamos por la cama mezclando sudor y babitas que ni ella ni yo controlábamos. Ella se aferraba a mí y yo enrollaba mis piernas y brazos en los de ella.

Una babita más y un par de gotas de sudor en mi pecho pudieron ser los presentadores de mi primera vez. Al ver esos hipnóticos ojos y su cara de placer, tras un beso en el cual aún no podía mandar yo, el viento sopló fuerte en aquella ventana entreabierta y la puerta se azotó. Ella y yo, con las cortinas revoloteando como testigos junto a la pálida luz de la luna que entraba por la ventana, pasamos a formar una sola persona.

Nunca supe exactamente como empezó ni como terminó. A la mañana siguiente la cabeza me daba vueltas y, al ver a Sandra durmiendo a mi lado sin nada más que una sábana cubriendo su cuerpo, me sentí el ser más miserable del mundo. Había traicionado a la chica por quien, sentía, podía dar todo en esta vida.

Siempre supe que Sandra era una persona en la cual nunca podría confiar. Después de varios días luego del incidente, me di cuenta que ella, de la noche a la mañana, perdió el interés en mí. No me llamaba ni me buscaba. Había sido usado para ser sólo un juego.

Merecido. Muy merecido.

Después de mucho meditarlo, le conté a Danila lo ocurrido y ella terminó conmigo.

                  Merecido. Muy merecido.

El tiempo pasó y mi mejor amiga dejó de hablarme ya que en secreto estaba enamorada de mí. Mi actitud la había decepcionado.

                                         Merecido. Muy merecido.

Las vacaciones de medio año llegaron y pasaron sin hacerse notar. Volví a tener contacto con las dos chicas más importantes en mi vida, pero las cosas no eran las mismas… Terminé siendo “un amigo más”.

                                                                 Merecido. Muy merecido.

Empezaron las clases después de las vacaciones de medio año. Por un momento, aquella noche, pensé que le importaba y que ella intentaría ayudarme para no caer en depresión. Esa chica me mintió y yo, guiado sólo por el instinto, traicioné lo más importante. Sandra desapareció para siempre. Yo había sido sólo un juego.

                                                                                        Merecido. Muy merecido.


Fin del tercer capitulo

Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto
jueves, 21 de abril de 2011
-          ¡Pequeño Joseph! – dijo Sandra al verme.
-          ¿Ah…? – respondí, volteando con algo de miedo.
-          Ven, cosita – cambió su tono de voz a uno un poco más sensual – ¿No me has extrañado?
-          Yo… Yo… – me trabé mientras veía sus hipnóticos ojos marrones – Tú… Erhm… Hola, Sandra.

La chica, ahora con 18 años, que, se supone, había terminado el colegio el año pasado y siempre me mandaba miradas algo obscenas o me insinuaba alguna cosa, como ella decía, “divertidilla” estaba parada frente a mí con las ondas negras de su cabello adornando un rostro, para mí, mayor. Estaba saludándome como si nada.

-          ¿No quieres tomar algo? – me preguntó – Yo te invito, amor.
-          No soy tu amor… - dije, con la cabeza gacha. Estaba deseando irme.
-          Vamos… No seas tontito – dijo con voz divertida – Para ahogar las penas, se que tu novia se fue y estás solito…
-          No estoy “Solito” – me sentí algo idiota diciendo esto.
-          ¿Seguro? – preguntó, muy poco convencida.
-         
-          ¡Vamos! – me gritó, pasándome una botella de gaseosa - ¡Por “La fuerza del amor”! ¡Salud! – exclamó, extendiendo su botella, esperando una respuesta de mi parte.
-          Salud… - dije, muy desganado, chocando mi botella con la botella de Sandra.

No me había dado cuenta que Sandra estaba acompañada de algunos amigos hasta que estos dijeron que se iban a fumar, dejándonos solos.

-          Te noto triste, lindo – me dijo.
-          No me digas así… - susurré – Sabes que yo…
-          Vamos – interrumpió – No es justo que estés triste. Además, sí eres lindo.
-          Gracias – sonreí sin darme cuenta – Creo que ya me tengo que ir…
-          ¿Me vas a dejar solita? – preguntó, algo coqueta.
-          Pues sí… tengo que… que… - y dejé de hablar al notar que no tenía nada que hacer.
-          Al menos hazme compañía hasta que mis amigos regresen.
-          Vale… Vale.

Sandra no resultó ser tan mala como yo pensaba. Estaba siendo muy linda conmigo y, tras invitarme otra gaseosa, me daba ánimos para no sentirme mal por Danila. Ella, además, me contaba sobre su vida. Me contó que había entrado a la universidad y que iba a estudiar derecho. Nos la pasamos conversando y, cuando ya había pasado cerca de media hora, al ver que sus amigos no regresaban, me pidió que le acompañe a la puerta del colegio a buscarles. Había sido tan gentil conmigo que negarme hubiese sido una falta de respeto. Claro que, pensaba en ese momento, cuando encontrara a sus amigos yo iba a regresar al patio principal para ver el concierto.

Después de unos 10 minutos de búsqueda en los alrededores del colegio, no pudimos entrar ni rastro de sus amigos y, sin darnos, o al menos darme, cuenta estábamos en la esquina de un parque que, pensaba, era hermoso. Parecía que ella sabía esto, así que me invitó a buscar una banca para conversar ahí.

-          Gracias por acompañarme – me decía ella.
-          No te preocupes… Nunca habíamos hablado así… Eres muy agradable, la verdad.
-          Gracias, Joseph… - cambió su tono a uno más curioso – Así que tienes una novia por Internet.
-          Sí… Bueno… Es Danila… Ella antes estaba aquí, como sabrás…
-          ¿Y la extrañas mucho? – me preguntaba, refiriéndose a Danila.
-          Sí – le decía – pero yo se que algún día nos veremos otra vez.
-          ¿No es algo incómodo? Yo nunca he tenido una pareja por Internet…
-          Pues, yo soy muy feliz con ella pero, a veces, siento que le necesito cerca…
-          No es lo mismo – dijo – tener a alguien frente a ti cuando le necesitas… ¿No sería más bonito tener a alguien real?
-          ¡Pero ella es real! – grité – Sólo que… - bajé el tono de voz – Está lejos – concluí sin poder evitar agachar la cabeza y tener un semblante triste.

Al verme cabizbajo, Sandra me envolvió en sus largos brazos y me rascó la cabeza mientras me decía que no merecía sufrir así. Que la vida no era justa pero que, a veces, podía darte recompensas inesperadas.

Cuando sentí el pecho de Sandra acogerme con tanta ternura me sentí querido como no me había sentido en ya mucho tiempo. Descubrí, entonces, lo que me faltaba. La necesidad de sentir el amor de alguien mediante actos como el abrazo cálido que me envolvía en esos momentos era lo que necesitaba, ya que ni Serge ni Adela, cuando iban a visitarme, lo hacían. A veces el apoyo moral no suele funcionar tan bien si sólo queda en palabras; cuando Sandra comenzó a rascar mi cabeza me di cuenta de esto.

-          Se siente bien – le dije.
-          ¿Qué cosa? – preguntó.
-          Que me rasques la cabeza… Me relaja bastante.
-          Oye… Pequeño Joseph – llamó mi atención mientras levantaba mi cara a la altura de la suya utilizando sus largos dedos.
-          ¿Sí?
-          ¿Verdad que sentirse querido es lo más rico del mundo? – preguntó con una sonrisa casi de oreja a oreja.
-          Sí... – dije, algo nervioso.

Me había gustado estar acurrucado en el calor de Sandra. Nunca, en todo el tiempo que le conocía, pensé que llegaría un momento en el que sentiría ganas, incluso, de darle un abrazo para demostrarle lo agradecido que estaba con su gesto.

Cuando quise regresar a sentir lo lindo que es ser querido, titubeé por un momento ya que quería, de verdad, darle un abrazo muy fuerte. La miré directamente a esos ojos hipnóticos mientras el viento hacía jugar las hondas de su cabello y, cuando sentí algo de vergüenza ante el abrazo que quería ya que no sabía si debía pedírselo o dárselo, me agarró por el cuello de la polera y, sin que pudiese hablar o intentar un movimiento, fui jalado hacia su figura mayor. Nuestros labios se juntaron, logrando así un beso.

Había engañado a Danila.


Cuando la conocí, no sabía que iba a odiar la primera vez
lunes, 18 de abril de 2011
-          ¿No quieres venir a hacer cositas conmigo, nene?

Era la tercera vez en la semana en la que Sandra llamaba mi atención en el patio de recreo. Yo ya le había dicho que no quería nada con ella. A más de uno de mis amigos del salón le gustaría poder estar con una chica que cursaba el último año en el colegio, pero, con mis 14 años, yo tenía una novia perfecta con la cual me sentía pleno al 100%: Danila

-          Joseph, cuidado… – me susurraba Serge a la hora de la salida – La de la mochila azul.

Cada vez que Serge me avisaba sobre “la de la mochila azul” yo ya sabía que Sandra, quien cargaba siempre una mochila azul muy pequeña para llevar sus útiles, se acercaba hacia donde yo estaba. Esperaba que en algún momento en el que Serge me avise sobre la chica de la mochila azul, yo pudiera pensar lo suficientemente rápido para inventar una excusa e irme o, al menos, que ella siga de frente y mi pesadilla termine. Pero no había vez en la que eso pasara y siempre, a mi pesar, la situación incómoda llegaba.

-          ¡Mi amor! – me dijo mientras me rascaba la cabeza por detrás.
-          No soy tu amor – le dije, haciendo mi cabeza hacia un lado.
-          Pero, Joseph… - dijo fingiendo una cara de tristeza – Tú sabes que yo te amo.
-          ¡Eso es mentira! – grité – Sabes muy bien que yo tengo una novia, que se llama Danila ¡Y que la amo con todo mi corazón!

Diálogos como este eran repetidos casi a diario pero yo intentaba ignorarlos. Sandra, una chica que este año terminaba el colegio, era muy insistente en sus acosos pero nunca le hice caso. Después de todo, terminando este año yo pasaba a tercero de secundaria y, ya que ella terminaba, no le iba a ver nunca más, por lo que mis problemas de acoso terminarían.

La relación que yo tenía con Danila era más que perfecta y nadie, mucho menos “la de la mochila azul”, la iba a arruinar. Los días se me hacían cortos para estar con Danila y, aunque las intervenciones de Sandra eran más que frecuentes, sentía que la chica de quinto año cada día me molestaba menos; como decían Adela y Serge: “La fuerza del amor puede más”. Eso, pensaba en ese momento, era más que cierto.

El año escolar terminó, segundo de secundaría sería un historial más en mi vida. Sandra terminaba el colegio y se iba para siempre. Para mi pesar, unos días después, una semana antes de navidad, “La fuerza del amor” se acabó ya que, tras despertar enyesado en una clínica, me di cuenta que me había quedado sin la compañía de mi novia.

El verano siguió su curso y, por algunos azares del destino, pude volver a ser novio de Danila, aunque a la distancia, ya que ella estaba en Puerto Montt, Chile, y yo en Lima, Perú.

Terminando el verano las clases empezaron otra vez y yo me sentía muy vacío. Era muy feliz con Danila, pero cuando la necesitaba nunca iba a estar ahí, tenía que esperar a teclear frente a una pantalla para poder sentirle cerca otra vez. Por otro lado, y para hacerme sentir peor, Miguel y Katherine, dos amigos de mi aula, eran novios y todas las miradas, junto con la atención, eran sólo para ellos.

¿Qué tenía de increíble que sean novios? Yo tenía mi novia… Y nadie me hacía tantas preguntas ni se armaba un alboroto semejante al de la parejita del salón. Danila sabía que eso no tenía nada de impresionante, y para confirmarlo se lo iba a preguntar… Cuando me conecte al MSN… Si es que ella estaba conectada, claro.

Los días ya no eran tan felices como los del año pasado. Si bien Adela y Serge hacían que no cayera en la depresión total, a veces me deprimía ya que extrañaba a Danila.

En mayo, como todos los años, fui a la kermés del colegio con el permiso de quedarme a dormir en la casa de un amigo. La mayor parte de la noche la pasé con Adela comiendo y hablando. Cuando ella se fue no sabía que hacer, puesto que Serge no había ido al colegio.

Decidí ir a ver el concierto que presentaban en el patio principal  y, entonces, deseé tanto que Serge estuviese conmigo para que me dijera “La de la mochila azul”.


Cuando la conocí, no sabía que iba a odiar la primera vez
viernes, 15 de abril de 2011
Los días se convirtieron en semanas y, estas, fueron grises para mí. Serge iba a mi casa a diario pero ya nada me animaba. Adela también me visitaba, botando a un lado la vergüenza que sentía al verme, ya que notó que había caído en depresión y, después de todo, ella era mi amiga.

No había vuelto a hablar con Danila desde aquel fatídico día. Las cosas en mi vida, que podían mejorar, de pronto se desmoronaron como un gran castillo naipes. Ya ni siquiera me daban ganas de entrar al MSN porque sabía que la chica que amaba no iba a estar ahí ya que, posiblemente, me había eliminado de su lista al enterarse de todo.

Cuando la quincena de Junio llegó noté un ambiente hostil en el colegio. De la noche a la mañana Adela dejó de hablarme y no tenía idea de la razón. Tampoco iba a visitarme a mi casa y, cuando me acercaba para hablarle, ella me ignoraba o me decía que estaba muy ocupada.

Serge Jugó al detective y, un par de días después, se enteró del porque Adela no me hablaba. Había olvidado un detalle importante; si bien yo no había mencionado palabra, salvo hacia Serge, Sandra también tenía boca y, de alguna manera, la información se filtró y Adela terminó por enterarse de lo sucedido hace un mes en la kermés del colegio.

Mi vida, otra vez, se había echado a perder. Igual que hace dos años, la chica que amaba me odiaba y, esta vez, como un plus, mi mejor amiga también me quería lejos de su vida.

A pocas semanas de mi cumpleaños, el cual se proyectaba a ser uno de los más miserables de mi vida, pude ver a Danila en el MSN y, al parecer, mi mundo podría volver a ser feliz.

Danila <> Pensando mucho <> dice:
Tal vez fue muy rápido todo… Y actué sólo por instinto
Nada es igual dice:
Yo se que todo ha sido mi culpa… no te condeno por tus acciones…
Danila <> Pensando mucho <> dice:
Yo… Aunque hagas hecho eso… Yo me siento feliz al notar tu sinceridad
Nada es igual dice:
¿A qué te refieres?
Danila <> Pensando mucho <> dice:
Pues… He estado pensando bien las cosas… No debería terminar esto…
Nada es igual dice:
Pero yo he sido muy malo.
Danila <> Pensando mucho <> dice:
Eso no es cierto. Cualquier otro habría ocultado los hechos como si nada…
Nada es igual dice:
Pues… Yo no soy cualquiera
Danila <> Pensando mucho <> dice:
Sin rodeos, Joseph… Fue un error terminar contigo… ¿Quieres regresar?
Nada es igual dice:
No.
Danila <> Pensando mucho <> dice:
¿Ya no me amas?
Nada es igual dice:
Al contrario. Pero soy muy débil… Esta salida te parecerá cobarde pero, por más que te ame, yo quiero tenerte conmigo… Suelo ver a las parejitas en el aula de clase y en el colegio. Eso me frustra demasiado… Yo no quiero que sientas lo que yo. No quiero que sientas ese vacío dentro de ti cuando vez a dos personas juntas. Llego a frustrarme, incluso a sentir algo de envidia… Tal vez por eso hice lo que hice… Y no quiero eso para ti.
Danila <> Pensando mucho <> dice:
Joseph…
Nada es igual dice:
Te amo Danila… Pero te mereces una persona real… No una pantalla.
Danila <> Pensando mucho <> dice:
Entiendo. Pero… ¿Seremos amigos?
Nada es igual dice:
¡Por supuesto! ¡Y de los mejores!

Llegué a cumplir 15 años y, para mi sorpresa, no fue tan malo como pensé. Las vacaciones de mitad de año llegaron y, sinceramente, aunque había quedado con Danila como amigos, la situación de hablarle llegaba a ser algo incómoda por lo que empezamos a guardar las distancias. Las cosas con Adela no fueron mejores; había vuelto a hablarme pero no como antes. Ahora yo era un amigo más.

Cuando las clases volvieron a empezar, en el mes de agosto, Adela ya no estaba en el colegio. Ahora sólo tenía el recuerdo de Mirawa y nadie volvería a llamarme Luci en toda mi vida.


Fin del segundo capítulo

Cuando la conocí, no sabía que iba a odiar la primera vez
miércoles, 13 de abril de 2011
Dudo mucho que Danila esté feliz con algo como esto… Porque se enterará… Bueno, no hay manera de enterarse la verdad… Pero se supone que debo ser más que transparente con ella, sobre todo ahora que estaba lejos y depositaba toda su confianza en mí… O tal vez no.

-          ¡¿Y te quedaste con ella toda la noche?! – gritó Serge con los ojos casi desorbitados.
-          Sí… Y ahora no se que debo hacer…
-          Mi madre siempre me dijo “Amor de lejos… Felices los cuatro”.

Serge, sinceramente, no era la mejor ayuda en estos momentos. Él era un chico como yo e, incluso, con menos experiencia en la vida de pareja puesto que no había tenido ninguna. Intentaba darme ánimos, como todo buen amigo, pero, aún con eso, no me sentía mejor ni podía llegar a una decisión… No sabía si debía contarle a Danila lo ocurrido o no. Al parecer era una decisión que debía tomar sin ningún tipo de ayuda pero, aún, había una última persona a la que podía pedirle consejo.

El timbre, siempre puntual, sonó para avisar a los chicos que el recreo había comenzado, pero yo me quedé en el salón y, sin importar el tránsito de alumnos hacia la puerta, cogí el brazo de Adela. Ya habían pasado cuatro días desde el incidente con Sandra y, ahora, iba a contarle lo ocurrido. Los días anteriores había ocultado este hecho de Adela, puesto que me daba algo de vergüenza por que gracias a ella había conocido a Danila aunque, desde después de año nuevo, ellas dos ya no hablaban mucho.

-          Mirawa…
-          Luci…
-          Sabes…
-          Yo…

Y, entonces, ambos dijimos a la vez “Tengo algo que contarte”.

-          Tú primero – me adelanté, cosa que me daba tiempo para pensar en la manera de explicarle algo tan incómodo.
-          Pues… Verás… – titubeó – Hay algo que no te he contado…
-          Nada puede ser tan malo – dije.
-          Estoy enamorada de ti desde al año pasado – confesó Adela, bajando la mirada mientras yo luchaba por no abrir la mandíbula, pero la sorpresa por la noticia me daba la lucha.
-          Pero… Pero… Eso es imposible… ¿Pero por qué nunca…? – no podía creer lo que estaba escuchando.
-           Cuando conociste a Danila se te veía tan feliz con ella que… – comenzó a sollozar, aún con la cabeza gacha – Me alegraba mucho verte feliz… Y me sentía incapaz de quebrar tu felicidad con ella metiéndome en medio de ambos.

Adela comenzó a llorar apoyando su cabeza en mi pecho, aún mirando hacia el suelo, mientras gritaba que me quería mucho y que lo último que deseaba era que yo piense que ella quería meterse en mi relación, pero con Danila lejos, ahora, sin hablarle todo el día de mí, no podía esconder más ese sentimiento que había estado dormido durante tanto tiempo. La abracé muy fuerte; ella era una persona muy importante para mí, pero no me esperaba esto y no sabía como debía reaccionar. Definitivamente, pensé, lo peor que podía hacer en ese momento era contarle lo ocurrido con Sandra el día de la kermés.

Mayo estaba en sus días finales y, en el colegio, las cosas no me sonreían mucho, la verdad. Adela y yo casi no hablábamos desde que la tuve en mis brazos por última vez y Serge no era, aunque valoraba mucho su apoyo, una persona que pudiese darme soluciones.  Virtualmente las cosas tampoco parecían darme ideas. Por la ventana del MSN yo podía ver cada día más la ilusión que Danila tenía con respecto a nuestro reencuentro en algún momento de nuestras vidas. Tal vez sí era decisión del destino que nos quedemos para siempre. Si no le contaba nada y simulaba que todo estaba bien, podría olvidar el incidente en poco tiempo.

El incidente podía ser olvidado pero, nunca, el puñal que clavé en la confianza de Danila.

Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
No se si deba contarte…
Danila <> En un cuento de amor infinito <> dice:
Vamos mi amor. Estoy ansiosa por saber más cositas de ti.
Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
Tal vez esto no sea lo que esperas, la verdad…
Danila <> En un cuento de amor infinito <> dice:
¿Ha pasado algo malo?
Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
Creo que sí…
Danila <> En un cuento de amor infinito <> dice:
No me preocupes, pues… Dime de una vez que cosa ha pasado.
Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
No es tan fácil…
Danila <> En un cuento de amor infinito <> dice:
En serio me estás asustando, ¡Solo dilo y ya!
Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
Danila <> En un cuento de amor infinito <> dice:
¿?
Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
Te he engañado…
Danila <> En un cuento de amor infinito <> dice:
¿Eh? ¿Con respecto a qué?
Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
Pues… Con otra… Chica…
Danila <> En un cuento de amor infinito <> dice:
Yo esperaba… Otra cosa…
Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
¿Otra cosa?
Danila <> En un cuento de amor infinito <> dice:
¡Eres un tonto! ¡Yo aquí esperanzada en alguien que ha jugado conmigo!
Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
Yo no quería… Dani… Yo no quería hacerlo…
Danila <> En un cuento de amor infinito <> dice:
¡Me das cólera! ¡Pensé que me amabas, Joseph! ¡No quiero saber nada más de ti!
Estoy loco. Algún día te veré otra vez dice:
Pero… Dani… ¡Yo sí te amo!

No se pudo entregar el siguiente mensaje a todos los destinatarios:
Pero… Dani… ¡Yo sí te amo!

Demasiado tarde, Danila se había ido y, muy probablemente, nunca regresaría. Ahora me sentía más solo que nunca, con un mejor amigo que sólo era un receptor de mis problemas, con una mejor amiga a la que no le hablaba hacía una semana por que estaba enamorada de mí y con una novia, o tal vez ya no, que no quería saber más de mi existencia.



Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
lunes, 11 de abril de 2011
Ya estaba en tercer año de secundaria y, si bien el año anterior fue mucho mejor, la vida en el colegio no era tan mala. Mis notas eran buenas, salvo por el álgebra y la trigonometría que, sin duda alguna, no eran mi fuerte pero, con un poco de trabajo duro, el cual no solía hacer, podía lograr resultados medianamente satisfactorios. Con respecto a las actividades extracurriculares, ya no pertenecía al equipo de basket ya que, gracias al incidente del año pasado, me negaron el ingreso por conducta antideportiva. De más está decir que Piero, el capitán del equipo, lamentaba mucho el rechazo de mi reingreso pero, como él decía, “Las decisiones de los jefes son las que al final cuentan”.

En el mes de Mayo, el primer sábado exactamente, se celebraba, todos los años, una kermés por el aniversario del colegio y era la primera vez que iba a quedarme hasta el final ya que tenía permiso de mis padres para quedarme a dormir en la casa de Diego, un compañero de clases, ya que su padre era uno de los encargados del evento y tenía que quedarse hasta el final para cuadrar las cuentas del dinero recaudado y demás responsabilidades que espero nunca tener.

En la tarde conversé con Danila para decirle que no iba a poder conectarme en la noche ya que tenía el evento en mi colegio. Me dijo que me cuidara mucho y que me mandaba un beso gigante desde allá. Hice todo lo posible para poder sentirlo y, con mucho esfuerzo, creo que pude sentir el roce de nuestros labios.

Pasé gran parte de la noche con Adela, hablando de algunos videojuegos nuevos y, principalmente, de Danila que ahora estaba en el extranjero. Adela me comentó que ya no hablaba mucho con Danila pero, yo, terco, no dejaba de mencionarla a cada momento. Cuando Adela se fue pensé que me aburriría, ya que Serge no pudo venir al colegio porque ese sábado iba a quedarse en la casa de su abuela, quien vivía, si no me equivoco, un poco más allá de “Muy lejos”.

Adela se fue y regresé por que habían invitado a un grupo de rock. Pensé que si iba a estar solo lo que quedaba de noche, posiblemente encontrado uno que otro amigos con quien pasar un momento, mejor era ir al concierto que estaba a punto de empezar, así la música me hacía sentir que el tiempo pasa rápido hasta que todo haya terminado y me encuentre con Diego para ir a su casa. Sinceramente pensé que sería más divertido, pero olvidé que los únicos que se quedan hasta el final son los mayores y que no tenía nada que hablar con ellos. Pasando por un puesto de bebidas, camino a la zona del concierto, escuché una voz detrás de mí que pensé no volvería a escuchar nunca.

-          ¡Pequeño Joseph! – dijo.
-          ¿Ah…? – respondí, volteando con algo de miedo.
-          Ven, cosita – cambió su tono de voz a uno un poco más sensual – ¿No me has extrañado?
-          Yo… Yo… – me trabé mientras veía sus hipnóticos ojos marrones – Tú… Erhm… Hola, Sandra.

La chica, ahora con 18 años, que, se supone, había terminado el colegio el año pasado y siempre me mandaba miradas algo obscenas o me insinuaba alguna cosa, como ella decía, “divertidilla” estaba parada frente a mí con las ondas negras de su cabello adornando un rostro, para mí, mayor. Estaba saludándome como si nada.

Ella estaba con unos amigos de su edad, pero estos se fueron a pasear por los distintos stands del colegio, dejándome a solas con ella. Hablamos y acepté, por alguna razón, quedarme con ella un rato para que no esté sola. En ese momento no me puse a pensar ¿Y por qué, si no quería estar sola, no se fue con sus amigos?

Una hora después estaba con Sandra conversando, muy de cerca, en un parque a unas cuadras del colegio y, en un ataque de locura, ella me cogió de la polera, me jaló hacia sus hipnóticos ojos y, sin que pueda decidir si lo quería o no, un beso que me dominó al instante fue estampado en mis labios.

Al día siguiente, al despertarme con un poco de dolor, me pregunté si otra vez había sufrido un accidente, puesto que había despertado, por segunda vez, en una habitación que no era la mía. Tras una breve inspección a mi alrededor me di cuenta que no parecía, para nada, un cuarto de alguna clínica u hospital y, tras ver el cuerpo desnudo de Sandra a mi lado, me di cuenta que, obviamente, el único accidente había sido haberle hablado la noche anterior.



Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
sábado, 9 de abril de 2011
Pasó cerca de una semana después de mi salida de la clínica para poder conectarme al Messenger; se me hacía muy incómodo movilizar los dedos pero al parecer, con un poco de práctica, ya lo tenía dominado. Danila estaba conectada y no sabía si debía hablarle. A los pocos segundos no había necesidad de pensarlo, ya que ella fue la que inició la conversación.

Dani <> Ahora muy lejos de todo <> dice:
¡Hola!
Si demoro en responder es porque tengo un yeso dice:
Hola… ¿Qué tal?
Dani <> Ahora muy lejos de todo <> dice:
¡¿¡Tienes un yeso!?!
Si demoro en responder es porque tengo un yeso dice:
Sí… Sí…
Dani <> Ahora muy lejos de todo <> dice:
Es por… ¿Eso?
Si demoro en responder es porque tengo un yeso dice:
Pues, si lo que recordé después de las lagunas mentales que tuve es cierto, sí.
Dani <> Ahora muy lejos de todo <> dice:
¿Lagunas mentales?
Si demoro en responder es porque tengo un yeso dice:
Larga historia… Así que Puerto Montt…
Dani <> Ahora muy lejos de todo <> dice:
Yo… Yo… Disculpa… Te envié mil correos ni bien llegué… Soy una tonta…
Si demoro en responder es porque tengo un yeso dice:
¿Correos? Uhm… Tal vez deba revisar mi bandeja…. ¡Tengo 13 correos nuevos que figuran como tuyos!

Los correos de Danila explicaban que viajaba ya que su padre había conseguido un trabajo en alguna universidad en Puerto Montt. Al principio parecía que solo se iba a quedar ahí por un año, entonces regresaría a Lima pero, como nadie es dueño del destino, después de un tiempo, decidió quedarse e instalarse ahí con su familia. Su hermana mayor viajó primero para dar una “opinión femenina” ya que el padre de Danila planeaba hacer ese su hogar, el de su esposa y el de sus hijas.

En los correos electrónicos de Danila decía, además, que ella no se atrevía a decirme adiós, que era la primera vez que sentía algo tan bonito por alguien y que, todos los días anteriores a su partida, había sufrido mucho. Decía, además, que no me merezco a una chica cobarde como ella, que seguía muy enamorada de mí, que sentía impotencia ya que no podía quedarse ni siquiera, para la final del campeonato de basket y que si no quería volver a hablarle por que le odiaba ella lo comprendería.

Yo no odiaba a Danila, al contrario, seguía muy enamorado de ella y me dolía demasiado el hecho de que ahora esté a un país de distancia sin poder verla. Los días pasando la navidad en los que hablé con ella sirvieron para que nos diéramos cuenta que la flama no se había apagado y que, aunque estemos en países diferentes, no podíamos abandonar nuestra relación así como así.

 Dani <> ¡Yupi! En verano <> dice:
Yo se que tu tampoco quieres que termine
¡Por fin sin yeso! dice:
Nunca. La distancia no es impedimento
Dani <> ¡Yupi! En verano <> dice:
Entonces…
¡Por fin sin yeso! dice:
¡Entonces seguimos siendo novios! Claro… Sólo si quieres
Dani <> ¡Yupi! En verano <> dice:
¿Y cómo no quererlo, chico?
¡Por fin sin yeso! dice:
No te imaginas cuanto extrañaba el “chico”… Aunque escucharlo sería mejor.

Tras esta conversación, pasando la quincena de enero, después de actualizar mi nick, había decidido, junto con Danila que, sin importar la distancia, íbamos a estar juntos ya que, algún día iba a tener el dinero suficiente para viajar y verle… O tal vez sea ella quien de la sorpresa para reunirnos otra vez y, así, estar juntos para siempre una vez más.

Enero terminó muy rápido y febrero no quería ser más lento. Mis días pasaban en un Cyber-café hablando con mi novia ya que no tendría Internet hasta empezar el año escolar en Marzo. Cada día que hablaba con Danila me sentía muy feliz, pero había un vacío en mi interior que no podía explicar. No entendía por que sentía un agujero dentro de mí cuando hablaba con Danila, era feliz y todo pero… Era mil veces mejor cuando la tenía en frente de mí.

-          ¿Te enteraste lo de Miguel y Katherine? – me preguntó Serge, saliendo del Cyber-café, a pocos días de empezar clases.
-          ¿Qué cosa? – pregunté mientras pateaba una piedrita en la calle.
-          Pues – dijo – Miguel me dijo que ha estado viendo a Katherine en las vacaciones y que ahora son novios.
-          Oh… – dije, pensando en Danila – Entonces tendremos nueva parejita en el salón
-          Así parece.

El año escolar empezó y volví a ver a Adela a quien no había visto mucho en el verano y, para mi sorpresa, aún muchos pensaban que a ella le gustaba yo. Solía escuchar comentarios tipo “Ya es hora de que estés con Adela”, “Tienes que aprovechar mientras Adela esté dispuesta a estar contigo” entre otros. Pero yo aún no podía entenderlo… Ella siempre se preocupó por que las cosas con Danila estuviesen bien, no podía estar enamorada de mí.

 El tema de Adela era menor, en verdad todo el mundo hablaba de Miguel y Katherine pero a mí no me importaba mucho ya que tenía Internet en casa y podría hablar con Danila siempre… O, al menos, con más facilidad que cuando alquilaba una PC por una hora o dos.



Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
martes, 5 de abril de 2011
-          Adela… ¡Dime! – le grité
-          No… No puedo.
-          Somos los mejores amigos… Ya van más de cinco minutos que te estoy preguntando y no me dices nada…
-          No… - susurró.
-          Adela…
-          Luci – me dijo, agachando la cabeza – Ella no se atrevía…
-          ¿A venir? ¿A verme como siempre? – pregunté algo confundido.
-          Ella – cerró los ojos y tomó algo de aire – Ella… ¡Ella se subirá a un avión con destino a Puerto Montt, Chile en poco más de media hora!

Espié la entrada de la casa de Danila sentado tras un arbusto. Cuando ella salga para irse me podría acercar para poder hablarle… Las cosas no podían terminarse así como así. No merecía un abandono sin ninguna explicación; tal vez los motivos del viaje sean de fuerza mayor pero pensé que, al menos, merecía un poco de consideración.

“Cuando salga le hablaré…”
“Cuando salga…”
“Cuando…”
“…”

Escuché la puerta de la casa de Danila abrirse. Era mi oportunidad de salir de mi escondite y hablar con ella, pero, por el contrario, me di media vuelta y me escondí detrás de los arbustos que me cubrían, mirando al lado contrario. Si salía a hablar con Danila, lo más probable era que su padre me mate y, aún peor, por que estaba todo sucio con el buzo del colegio por que había salido sin siquiera lavarme ni cambiarme, solamente cogiendo mi mochila y corriendo en busca de mi novia, la golpiza podría ser peor por llegar descuajeringado.

Un taxi paró a lo que, asumí, era la entrada de la casa de Danila. Escuché la voz de su madre diciendo que iban para el aeropuerto, luego unos ruidos más que, probablemente, eran las maletas entrando a la parte posterior del vehículo y ya estaba todo listo para ir al aeropuerto. Yo me encontraba de espaldas cuando el taxi partió llevándose al amor de mi vida rumbo a un avión.

No podía permitirlo.

Tal vez fue casualidad o tal vez el destino quería que la vea una vez más. Tal vez algún día lo sepa. Un nuevo taxi apareció en la calle poco transitada donde vivía Danila. Lo tomé y, casi sin pensarlo, le dije que siguiera el taxi de delante rumbo al aeropuerto. No está de más decir que el taxista fue, como muchos en esta ciudad, muy conversador y educado, por lo que terminé contándole todo el drama del porqué estaba con un buzo de colegio sucio siguiendo a un taxi rumbo al aeropuerto.

Tras estacionar el taxi unos diez metros del que habían abordado Danila y su familia, me di con la sorpresa que solamente bajó, aparte de ella, su madre. ¿Dónde estaba su padre? ¿Su hermana? ¿Se habían quedado en casa? ¿Solamente iban a viajar Danila y su mamá? ¿Serán solo unas vacaciones? ¿Regresará pronto entonces? ¿No me lo dijo por que no notaría unas vacaciones de un par de días? Mientras me perdía en las incógnitas mentales que suelo tener, Danila y su madre se alejaban cada vez más, entrando en las instalaciones aeronáuticas.

Corrí hacia el hall donde verifican los boletos, ambas estaban ahí esperando su turno para pasar e irse… Era mi última oportunidad, caminé de frente y choqué con un muro inmenso.

-          No puedes pasar sin un boleto, niño. – me dijo una voz. Tras una inspección leve me di cuenta que no era un muro, si no un sujeto muy grande.
-          Yo… Yo… Yo no tengo, solamente quiero hablar con alguien – respondí.
-          No puedes pasar – dijo.
-          Lo necesito – rogué mientras veía como Danila se dirigía a una puerta giratoria muy lejos de mi alcance.
-          Puede ver a los familiares y amigos que se irán en un vuelo desde el segundo nivel del aeropuerto, busque los balcones y ahí podrá verlos.
-          ¡Danila! – grité, a lo que ella volteó justo antes de ingresar a la puerta giratoria - ¡No entiendo nada, pero te veré desde arriba! – le grité.

Danila volteó y, al verme, soltó algunas lágrimas ¿Le alegraba verme? O, por el contrario… ¿Será un adiós que no quería dar?

Hubiese llenado páginas y páginas con incógnitas mentales si no fuese por que tropecé en las escaleras eléctricas con una señora rechoncha que se disculpó aunque, obviamente, el distraído, y quien atropelló, fui yo.

Había un balcón inmenso que recorría toda la superficie del segundo piso que daba al patio donde el equipaje era distribuido para cargarlos, más adelante, en los aviones. La gente caminaba por debajo saludando a sus familiares y amigos que, desde el nivel donde yo me encontraba, les deseaban un feliz viaje.

Para mi desgracia, yo era un chico de 14 años que no encontraba un espacio en algún balcón para poder acercarme ya que la gente se amontonaba en estos.

Una familia  se retiró hablando sobre “Sergio”, quien partió hacia Texas y habían dejado un espacio enorme en el balcón que debía, sí o sí, ser aprovechado por mí, así que corrí… Era casi imposible coincidir con el lugar donde Danila esté pero, me lo repetí en lamente, la esperanza es lo último que se pierde.

El balcón estaba algo alto para ser un segundo piso. Decidí preocuparme por los detalles arquitectónicos después, ya que Danila estaba, viéndolo desde línea recta, justo al frente de mi posición en el balcón.

-          ¡Danila! – grité. - ¡Danila, Soy Joseph!

Danila volteó y pudo identificarme entre la multitud, estaba llorando mientras agitaba su mano en forma de despedida, lentamente y, con un aura de derrota y desgano alrededor, me di cuenta que no quería hacerlo. Danila se iba para siempre… Nunca más la vería. Nunca más saldríamos juntos. Nunca más pasaríamos momentos divertidos con Adela. Nunca más le escucharía decirme “Chico”.

La impotencia que sentí en ese momento, y sólo esa impotencia, pudo justificar mi cuerpo cayendo por los casi 6 metros de altura que había desde el balcón hasta el amplio primer piso, ante la mirada atónita tanto de la gente del nivel superior como la del nivel inferior. Ellos solo vieron, sin poder hacer nada, a un chico con un buzo sucio de colegio gritando el nombre de, ellos intuían, su novia o su hermana saltando con lágrimas en los ojos.

Lo último que pude ver fue el rostro desencajado de Danila tratando de contorsionar una mezcla entre tristeza y desesperación mientras yo agitaba los brazos intentando volar para llegar a ella. Por un momento me sentí capaz de poder planear, cual elegante cisne, hacia donde estaba Danila, pero el duro suelo de mayólica destruyó mis esperanzas. Luego todo se puso negro.

Cuando desperté, gracias a unos rayos de luz que se colaron por las persianas de la ventana, tras una breve inspección de sucesos, me di cuenta que estaba en la habitación 243 de una clínica con el brazo enyesado y algunas lagunas mentales que, al parecer, ya había superado por completo.



Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida.