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martes, 29 de marzo de 2011
Unos rayos de luz solar se colaron por las persianas de la ventana del cuarto, dándome directamente en el rostro, lo cual me hizo despertar... Sin saber donde estaba, yo no tenía persianas en mi habitación. La cabeza me daba vueltas y estaba en una habitación que no era la mía. La ropa de tela moteada que tenía puesta no era mi pijama y no había nadie que me explique que estaba pasando.

La puerta de la habitación se abrió y entró un hombre de bata blanca con un estetoscopio en el cuello. Tenía una tabla con un papel que dejó sobre la cama donde me encontraba tras anotar un par de cosas. Me miró al ver que había despertado y salió de la habitación.

-          Ya despertó, señores – escuché decir a alguien tras la puerta – pueden pasar.

Tras ver la tabla con el papel en el que estaba escrito “Informe del cuarto 243”, ver al señor de bata y escuchar la alegría fuera del cuarto de gente que parecía tener la voz de mis padres, caí en cuenta que estaba en una clínica, en el cuarto 243 y que mis padres habían sido avisados por el doctor de turno que había recuperado el conocimiento.

Mis padres entraron a la habitación muy preocupados, mi madre estaba llorando.

-          Hijo – dijo mi madre entre sollozos - ¿Qué tenías en la cabeza?
-          ¡Uno no suele hacer estas cosas! – reprendió mi padre - ¿En qué estabas pensando? – preguntó.

¿De qué demonios me estaban hablando? Los miré sin saber de que hablaban. Me di cuenta que tenía un yeso en el brazo, así que solamente atiné a decirles “lo siento”. Tal vez eso les tranquilice más que saber el hecho de que no tenía la más mínima idea de que hablaban, claro, sin contar el yeso que tenía en el brazo izquierdo.

Tras un día de análisis a cargo del doctor y de alguna maquinaria médica que no se de que iba, decidieron dejarme un día más en la clínica.

-          Su hijo presenta, aún, algunas lagunas momentáneas – dijo el hombre de bata blanca – No es nada grave, pero habría que dejarle descansar al menos una noche más.
-          Está bien doctor – respondió mi padre.
-          ¿Pero se pondrá bien mañana? – intervino mi madre.
-          Perfectamente, las lagunas son muy comunes en estos casos. – respondió el médico – Su hijo las tiene, pero muy escasas y ya podría darle de alta, pero es mejor asegurarnos. El descanso a veces es el mejor remedio. Apuesto a que para mañana ya recodará todo.
-          ¿Cuando podrá quitarse el yeso? – preguntó mi padre.
-          25 días me parece más que suficiente. – respondió el hombre con bata blanca.

De vuelta al cuarto 243 pasé lo que quedaba de día viendo televisión ya que no podía hacer casi nada divertido gracias al bendito yeso. Cuando ya oscurecía estaba viendo una comedia argentina.

-          Pero… ¿Crees que es lo mejor, ché? – preguntaba un hombre de terno en la pantalla mientras veía a otro sujeto echar crema de afeitar en la mano de un policía dormido.
-          No hay de que preocuparse. – respondió el sujeto con la lata de crema – Esto solía hacerlo en mi país – le decía sacando una pluma gigante de su bolsillo mientras hablaba con un acento algo gracioso.
-          Ché, si hay problemas, yo no te conozco – decía el primer sujeto mientras el otro le hacía cosquillas al policía con la pluma.
-          ¡Juajajaja! – rió el hombre del acento divertido al ver que el policía se había embarrado la cara con la crema de afeitar al intentar aliviar la comezón con su mano – Esto ha sido la vida, chico.

“Chico”… “Chico”… Esa manera de pronunciarlo se me hacía divertidamente familiar, pero no tenía idea de la razón. Seguí viendo la tele.

Siempre me habían dicho que la comida de hospital era horrible, pero la que comía esta noche no sabía tan mal ¿Es que la comida de una clínica es diferente a la de un hospital? Terminé todo y me dio sueño, eran cerca de las diez de la noche y había tenido un día muy atareado entre exámenes médicos y demás cosas. Esa noche, mi madre se quedó a dormir en la clínica conmigo, estaba en un sofá que se veía muy cómodo. Las persianas de la habitación estaban abiertas y, en el piso, se podía ver rastro de luz que dejaba la luna.

-          Chico – dije para mí mismo quedándome dormido.

Dos segundos después abrí los ojos de sobremanera y desperté, no fui capaz de dormir casi nada el resto de la noche, pero pude recordar todo lo que había pasado y la razón por la cual yo estaba en una clínica.

Danila es el nombre de mi novia y nunca pensé que todo terminaría así.


Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
sábado, 26 de marzo de 2011
Cuando hablé con su padre me trabé más de lo acostumbrado y murmuraba mucho. Desde la semana pasada tenía miedo de este día; yo no me sentía listo para conocer al padre de Danila, pero no tuve el valor para decírselo. Ahora sabía que no le había agradado… ¿Danila terminaría conmigo? ¿Enfrentará a su padre? No quería incógnitas mentales en ese momento, pero no podía evitar que vengan a mí.

Danila me jaló de la mano cuando regresó a la habitación donde yo le esperaba, salió conmigo a rastras mientras le objetaba que no me había despedido de su padre. Al ver la mirada molesta de su papá dirigida hacia mí, gracias al umbral que dejaba ver la puerta entreabierta, dejé de quejarme.

-          Me odia ¿Verdad? – Le pregunté a Danila, después de que una hoja lamiera suavemente mi mejilla tras caer de un árbol.
-          ¿Quién? – pasó su mano sobre mis cabellos.
-          Escuché lo que te dijo tu padre en tu casa.
-          Es que no te conoce lo suficiente, cuando te conozca te va a querer.
-          “No me importa conocerle” – imité a su padre.
-          Jijiji. – rió con una mueca tierna – te salió igualito.

 Dejó de tener esa cara de felicidad cuando vio que yo no tenía la más mínima intensión de reírme. Ella estaba sentada en una banca del parque, yo tenía apoyada la cabeza sobre su regazo, mirando las hojas de los árboles caer. Toda esta situación era muy difícil para mí; no quería desagradarle a su padre y tenía miedo de que eso haga que ella me deje.

-          ¿Vas… A… Terminar… Conmigo? – titubeé.
-          ¡Pero tú está’ loco! – respondió con los ojos muy abiertos con ese acento que sólo pronunciaba en situaciones de emoción extrema – ¿Por qué habría de hacerlo?
-          Por que tu papá me odia.

Las semanas pasaron y mis inseguridades aumentaron considerablemente. El campeonato de basket sería en una semana y Danila no podría ir a verme ya que su padre le prohibió cualquier tipo de contacto conmigo. “No todo es color de rosa” Pensé. Solíamos vernos a escondidas con la ayuda de su hermana mayor, Daiana que, con sus casi veinte años, sabía que mis sentimientos hacia su hermanita eran, por mucho, más que puros y sinceros.

-          Es una pena que Dani no pueda ir a verte – se lamentó Daiana.
-          No importa, supongo que habrán muchas fotos y videos ese día. – le dije.
-          Voy a ver si puedo sacar a Dani y vamos a verte ¿Vale? – sonrió.
-          ¡¿En serio podrías hacer eso, chica?! – Interrumpió Danila, con brillo en los ojos, al verle sentí que podría morir feliz.
-          Voy a intentarlo, hermanita. No te prometo nada. – le acarició la cabeza – Ahora los dejo solos, debo irme al cine.

Daiana cruzó el parque a grandes zancadas y nos dejó solos, como de costumbre, para poder estar juntos mientras su padre creía que ambas hermanas estaban juntas.

-          Espero que Daiana pueda llevarte – le dije
-          La voy a estar molestando para convencerla – dijo, aún muy emocionada.
-          Me encantaría poder verte… En serio.
-          No, a ti “Te encantará poder verme” – dijo – Por que voy a ir de todas maneras, ya lo verás.

Me sentí muy feliz cuando dijo estas palabras. Me sentí más que feliz cuando sonrió después de decirlas. Me sentí muchísimo más que feliz cuando me besó.

-          Es una promesa, chico.

Paseamos por la orilla del mar hasta que empezó a oscurecer, ella se encontró con su hermana en el mismo parque de siempre para regresar a su casa. Yo regresé a la mía. El día terminó y a la mañana siguiente me desperté con un semblante algo opaco con respecto a los días anteriores. No todo era perfecto; ya tenía más de cuatro meses con mi novia, sí, pero en la escuela mis notas no eran exactamente las de un alumno muy aplicado y, según los rumores, los entrenamientos de basket iban a ser más duros esta semana por que estábamos a menos de siete días del campeonato. Pocas cosas podrían arruinar esta vida.

Tal vez no muy pocas.

Sandra, aquella chica del quinto año de secundaria parecía vigilarme constantemente. Yo no iba a hacer nada estúpido. Al menos al terminar este año ella concluiría el colegio y no la vería nunca más en mi vida.

Empezó la primera fecha del campeonato y ahí estaba jugando como nunca mientras en las tribunas era alentado por mi mejor amiga Adela y por mi novia Danila. Daiana acompañó a su hermana en esta primera fecha, pero por algunos motivos, los cuales no me querían contar, Daiana ya no vendría a las siguientes fechas del campeonato, pero Danila sí ¡¿¡Que importaba entonces!?! Con tal que Danila pueda verme jugar, su hermana no importaba mucho. No era que no me agradara, pero una chica de su edad de seguro tenía otros planes y tal vez no quería contarme cuales eran, para no minimizar a un pobre chico que se ilusiona con el basket.


Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
jueves, 24 de marzo de 2011
Terminamos la copa de helado y paseamos hasta que anocheció. El día terminó y a la mañana siguiente me desperté con un semblante de felicidad. Después de poco me di cuenta que todo era perfecto; ya tenía más de un par de meses con mi novia, en la escuela las notas me sonreían y, según los rumores, sería elegido para la selección de basket del colegio. Nada podría arruinar esta vida.

Nada.

El único “Problema”, por así decirlo, era Sandra. Una chica de 17 años que cursaba el quinto año de secundaria y que, constantemente, se me insinuaba y me hacía ciertas propuestas indecentes. ¡Sin problemas! Yo no iba a hacer nada estúpido ahora que tenía la mejor temporada de mi vida.

-          ¡Joseph Villalta! – gritó, finalmente, el entrenador de basket, seleccionándome como jugador en la selección del colegio.

Me había inscrito en el taller este año y, para sorpresa mía, era muy bueno en este deporte. Además me daba “puntos extras” con mi novia ya que ella odia a los hombres que solo se enfrascan en el futbol; mi pasión por el basket le atrajo mucho ya que abolía al futbol de mis pensamientos. Y, ahora, los martes y jueves estaría entrenando para los partidos del campeonato inter-escolar que serían a finales de año.

-          Sabía que vendrías con nosotros, Joseph – me felicitó Marco, defensa derecho de la selección del colegio
-          ¡Felicidades, hombre! – me alentaba Sebastián, alero izquierdo de la selección
-          ¡Era de esperarse, eh! – esta vez fue Paul, defensa izquierdo.
-          Fue por mi recomendación que te escogieron, ¡Eres el mejor alero del colegio!
-          Gracias, en verdad he aprendido mucho por ti – le respondí feliz a Piero, Pívot y capitán de la selección.
-          Yo también de ti. – respondió – desde aquella vez hace dos años. Gracias por eso, Joseph.

Varias sesiones de entrenamiento eran partidos amistosos contra otros colegios. Éramos muy buenos y lo mejor era que contaba con el apoyo tanto de Adela como de Danila que iban a ver todos los partidos de la selección, sin falta.

-          Buen trabajo, Joseph – me felicitó Danila tras un partido amistoso en el cual destruimos al rival.
-          ¡Esa canasta de tres fue espectacular! – añadió Adela, muy emocionada.
-          Mi papá solía jugar basket en el colegio también. – comentó Danila – Y regresa de su viaje la próxima semana ¡De seguro le caes muy bien! – me dijo mientras se aferraba a mi brazo - ¡Ya no puedo esperar para que se conozcan en una semana!

El padre de Danila era catedrático. Él estaba de viaje en algún país de América latina dando cátedra en alguna universidad, pero la próxima semana estaría visitando el Perú para reunirse con su familia. En años anteriores, el señor había estado dictando clases en una universidad peruana, pero la situación económica lo obligó a viajar por el bien de su familia y, aprovechando los días de vacaciones en la universidad, decidió regresar. Los días siguientes fueron muy extraños para mí. ¿Conocer a su padre? ¿Por qué? ¿Es necesario? ¿Y si no quiero hacerlo? ¿Me podía obligar? Y si no lo hago ¿Se molestaría? No me sentía preparado para conocer a su padre y las incógnitas mentales que suelo tener en situaciones de riesgo no me dejaban dormir ¿Le tenía que decir que estaba con su hija? ¿Y si se enfurece? Me daba vergüenza.

-          No me gusta ese chico – escuché decir al padre de Danila en la habitación contigua.
-          Tienes que conocerlo mejor, papá. – Respondía Danila a su padre
-          No quiero conocer a un chico como él, y es definitivo – parecía estar hablando muy en serio.


Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
martes, 22 de marzo de 2011
Adela estaba muy feliz ahora que sabía que Danila me gustaba mucho, estaba emocionada por que sus dos mejores amigos tenían posibilidades de ser novios.

-          ¡Luci! Ella tiene que ser tu novia
-          ¿Eh…? Pero no se si yo le guste… – le respondí; Danila me gustaba demasiado pero tenía miedo de decírselo.
-          ¡Claro que si! Siempre me pregunta por ti, dice que eres lindo.
-          Me da cosita decirle… Pero si me gustaría mucho estar con ella…
-          Mis dos mejores amigos estarán juntos… ¡Que genial!

Desde ese día Adela fue una especie de “Cupido”. Según algunos compañeros del colegio, Adela estaba loca por mí, pero eso no tenía ningún sentido… Si estuviese enamorada de mí… ¿Por qué querría que yo esté con Danila? ¿Por qué, incluso, nos ayudaría a estar juntos? Los enjambres mentales empezaban a relucir, como siempre.

Tres días antes del cumpleaños de Adela, Danila y yo nos vimos por primera vez solos. Seleccionamos un regalo en una tienda de curiosidades para dárselo por parte de ambos; ese ya era un paso adelante en mi “conquista” ¿No?

Un día antes del cumpleaños de Adela, Danila y yo nos reunimos en mi casa para prepararle un pastel a la cumpleañera, juntos. Jugueteamos con la masa antes de hornearla en mi cocina. Me había divertido muchísimo haciendo un pastel. Ese día fue el que me hizo tomar una decisión: Hoy día le diré a Danila que sea mi novia.

No pude, tenía miedo.

-          ¡Feliz cumpleaños! – dijimos Danila y yo al unísono tras llevarle el pastel a Adela.
-          ¡Hey! – se sorprendió ella – No tenían que hacerlo. Gracias Dani, gracias Luci.
-           Es lo mínimo que podemos hacer por nuestra mejor amiga – dije.
-          Y por la chica que nos unió – añadió Danila.
-          ¿Que los unió? – preguntó Adela.
-          Y será para siempre, chica – respondió Danila, encendiendo las velitas del pastel.

El día anterior al cumpleaños de Adela, mientras me torturaba la decisión de preguntarle a Danila si quería ser mi novia o no, ella me dijo que se sentía muy bien conmigo y que lo mejor era que ambos éramos amigos de Adelita. Pasó su dedo con masa de pastel por mi frente. Finalizó eso con un abrazo muy cálido y, al menos eso me pareció a mí, un rose de mejillas que invitaba al beso.

Aparté mis brazos de ella y me alejé.

-          Disculpa, - me dijo, algo avergonzada – no quería incomodarte.
-          N… No… No… P…Para…Para nada… - Me trabé conmigo mismo, como de costumbre – Yo… Yo solo quería…
-          Sabía que no debí haber hecho eso – agachó la mirada.
-          Pero… - le dije, mientras levantaba su rostro con mis manos – Tú me encantas… Quiero que seas mi novia. Me daba miedo preguntarte… No quería que me rechaces.
-          Pero… ¿Por qué te alejaste entonces? – Preguntó jugueteando con su cabello.
-          Tenía muchas ganas de besarte… No quería que me rechaces tras intentarlo. – respondí, con su rostro aún entre mis palmas.
-          Era una invitación al beso.
-          ¿Aún está disponible esa invitación?
-          Siempre que quieras. – me miró fijamente.
-          ¿Quieres ser mi novia?
-          Sí. Claro que sí, Joseph. – dijo, muy feliz, mientras comía un poco de masa que había en un tazón sobre la mesa.

Tras dos segundos de quedar completamente hipnotizado por su mirada profunda y su sonrisa angelical, acerqué mi rostro, lentamente, al de ella y, cerrando los ojos, descubrí algo que era nuevo para mí. Mi primer beso había llegado, y tenía sabor a masa de pastel.


Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
domingo, 20 de marzo de 2011
-          Siempre vi en la tele esas lámparas de lava y quería una ¿Cómo sabías eso? ¿Le preguntaste a Adi? – me preguntó Danila, tomando una fresa de la copa del helado.
-          ¡Claro que no! – respondí, enérgico – Fui a comprarla con Serge. Él quería que le pregunte a Adela, pero iba a parecer que no tenía idea de que regalarte… Ella es tu mejor amiga y tal vez te contaría que estaba pidiendo ayuda.
-          Jajaja – rió en voz baja, con cierto toque de ternura, tras comer la fresa que tenía en la mano - ¡Que lindo! Si he visto estas lámparas en algunas tiendas y me gustan mucho. No se por qué la gente prefiere las lámparas de plasma, no les veo el chiste. – me explicó – Los colores de las lámparas de lava son más lindos.

Me reí tan fuerte que más de la mitad de la heladería volteó a mirarme. Cuando le conté a Danila el como Serge me reclamaba por no haber comprado la lámpara de plasma ella rió, al menos, casi tan escandalosamente como yo.

-          ¿Recuerdas como nos conocimos?
-          No podría olvidarlo, fue gracias a Adelita.

Adela pertenecía a un foro de Internet donde la gente compartía historias. Ella era muy buena escribiendo y, en alguna discusión en el foro gracias a alguna publicación que alguien hizo de alguna de las tantas historias que circulaban por ahí, topó por mera casualidad con Danila, una chica que gustaba de historias de amor. Adela, por el contrario, prefería los relatos de aventuras y emociones extremas.

Las chicas encontraron el gusto en común en una historia de amor en tiempos de guerra, la verdad no les entendí muy bien cuando me lo contaron, pero sabía que lo extremo de la batalla atrajo a Adela y el amor rompiendo barreras atrajo a Danila. Juntas descubrieron que el amor puede llegar a ser algo extremo, es por eso que aún con gustos que parecen tan distantes, ambas pudieron entender el punto de vista de la otra. Así es como comenzaron a hablar por mensajería instantánea en la computadora y, para sorpresa de ambas, vivían a sólo tres cuadras de distancia, así que decidieron conocerse y llegaron a ser las mejores amigas.

Días antes de conocer en persona a Danila, Adela me pidió que le acompañe. Tenía algo de miedo ir sola, por todo lo que se ve en televisión e Internet sobre secuestros, robos, violaciones, etc. Yo acepté acompañarle, ya había hablado con Danila por el Messenger un par de veces y me había agradado también. Por alguna razón yo sabía que no íbamos a encontrarnos con un hombre maduro de 40 años, posiblemente por que ya la había visto por webcam… Ese pudo ser el motivo más fuerte. Cuando nos conocimos los tres y ellas empezaron a hablar, me di cuenta que yo no tenía mucho que decir y que, probablemente, sería el día más aburrido de mi vida ya que mientras ellas hablaban caminando por ahí, yo acompañaba sus pasos solo entreteniéndome con lo que podía ver en las calles.

Al parecer Adela no se daba cuenta que mi participación era casi nula en las salidas que habíamos tenido con Danila y, lastimosamente para mí, los días en los que acompañaba a la pareja de amigas eran eternamente aburridos ya que, como no conocía tanto a Danila y solamente estaba ahí por Adela, no me animaba a hablar mucho, pero no podía estar así siempre. Todo mejoró cuando me animé a hablar, a los pocos días, y no sólo a ser el “amigo mudo” de Adela; intenté meterme cada vez más en sus conversaciones y opinar de manera inteligente, y, fue tanto el interés que mostré en sus salidas que, en poco tiempo, terminé conociendo muy bien a Danila y me cayó muy bien, después de todo era amiga de Adela y mi mejor amiga en todo el mundo no iba a ser amiga de una cualquiera.

Ella era una chica de 13 años que vivía con su madre y su hermana Daiana. Eran de la Habana, Cuba. Estaban en Lima por que su padre trabajaba aquí hacía algunos años, pero ahora estaba de viaje. Tras entablar una amistad más firme con Danila, terminé enamorándome de ella.


Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
viernes, 18 de marzo de 2011
-          ¿Y qué cosa pretendes comprarle? – preguntaba Serge acompañándome al centro comercial.
-          No lo se… Nunca había estado con una chica… – dije – No estoy muy seguro de que cosas debería comprarle al cumplir un mes.
-          Según yo, basta con una rosa o una caja de chocolates.
-          Eso lo has visto en una novela ¿Verdad?
-          ¡Cállate! – gritó con las mejillas sonrojadas.

Paseamos viendo peluches, tarjetas de amor y algunas cajas ostentosas que contenían pequeños bombones. Nada parecía gustarme. Quería algo un poco más que original, pero debía apurarme. Era viernes, cumplíamos un mes el domingo.

-          Deberías venir con Adela para elegir – recomendó Serge.
-          ¡No seas tonto! Eso demostraría que no tengo idea de que debería comprar – dije – Por eso estoy viniendo contigo.
-          Pero no tienes idea de que comprar.
-          Pero venir con Adela sería de las últimas cosas que haría pues… No quiero parecer un mal enamorado sin ideas.
-          Pero lo eres – dijo en tono de broma.
-          No lo soy, yo adoro a mi novia.
-          Yo se, hermano. Vamos. – adelantó el paso – Esta tienda se ve interesante.
-          Te sigo – asentí.

Entramos en una tienda que tenía buena pinta. Tras la puerta había, alumbrada por pequeños faros en la parte superior, una cortina blanca. El lugar sabía como ahorrar luz con estilo. Las velas con flamas de colores eran protagonistas y las figuras pegadas en las paredes azules, con forma de estrellas y lunas que brillaban en la oscuridad no eran menos.

Me acerqué a una lámpara de lava en el medio de la habitación, en el líquido transparente flotaba de arriba abajo una masita verde que me hipnotizó.

-          ¡Hey! Mira esta cosa. – Gritó Serge, sacándome del transe tocando una lámpara de plasma – Esto podría gustarle. Yo quiero una.
-          Es eso o la lámpara de lava.

Salí del centro comercial con una caja que contenía una lámpara de lava. Serge se quejó todo el camino diciendo que la lámpara de plasma era mucho mejor. “Las lámparas de plasma siguen tu dedo con un rayo”, “Las lámparas de plasma no se calientan tanto como las de lava”, “Las lámparas de plasma dan un ambiente más futurista que las de lava”. Todos estos comentarios hacían que odiase a Serge pero, por otro lado, tal vez tendría razón. El único problema era que yo solo tenía catorce años y las lámparas de plasma valían, por lo menos, tres veces más que una de lava. Confié en que mi buena voluntad por tener un detalle bonito con mi novia iba a serle agradable.

El domingo por la tarde me alisté apurado, tenía cerca de diez minutos para verla y aún estaba en pijama. Me cambié mientras me lavaba y salí tan apurado que por poco y olvido el globo rojo que había comprado para acompañar la lámpara.

Corrí hacia nuestro lugar de encuentro, moría por verla y en cinco minutos podría hacerlo. Al llegar ella ya estaba parada esperándome, tan bonita como siempre. Estaba al lado de una pileta en el patio del centro comercial, donde el viento corría fuerte y hacía juguetear su largo cabello. Tenía un vestido largo y amarillo que vibraba al compás del susurro que el agua dejaba escuchar, claro, con ayuda del viento.

-          Llegaste – dijo con una sonrisa tan angelical que casi me desmayo.
-          N… No iba a llegar tarde a nuestra cita del primer mes – respondí algo nervioso.
-          Eres muy dulce, chico. Por eso estoy contigo. – me dijo con ese acento que tanto me gustaba.
-          Dulce eres tú, yo solo me reflejo en ti
-          Eso fue muy bonito. – tomó mi mano.
-          Es lo mínimo que te mereces – la besé.

Ya era oficial, Danila y yo habíamos cumplido nuestro primer mes de enamorados.


Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
miércoles, 16 de marzo de 2011
El año pasado me di cuenta que las vacaciones de verano son, al menos en mi colegio, “curativas” en los alumnos. Los enojos y resentimientos son olvidados y los malos tratos eliminados. Después de todo éramos, todos, más grandes y habíamos madurado bastante. En primero de secundaria toda la promoción se llevaba bien entre sí.

Ahora estoy en segundo año de secundaria y, a diferencia de algunos compañeros, la presencia de barba y vello corporal era nula en mí. Después de dos años no había cambiado mucho la verdad, salvo que ahora mi cabello pasó de estilo “hongo” a ser un remolino desordenado sin mucho sentido.

Ya no me importaba Estela como pareja. Había llegado a ser una amiga mía. Vania y Samantha no se quedaban atrás; solíamos hablar bastante y me presentaron a una chica que entró a la escuela este año con la cual forjaron amistad muy rápido.

Su nombre era Adela, una chica de cabello lacio y ojos marrones, no era muy alta y tenía una voz algo graciosa. Cuando la conocí nos dimos cuenta que nuestra compatibilidad era armoniosa. Era imposible no ser su mejor amigo de la noche a la mañana.

Los días pasaban y nos conocimos mejor. Las semanas pasaban y éramos más compatibles. Los meses pasaron y, tras cumplir 14 años en Julio, nunca pensé que podría llegar a pasar más tiempo jugando videojuegos y viendo series con una chica que con Serge.

La temporada que pasaba con ella en el colegio no era menos divertida que nuestros encuentros fuera del aula para quedarnos viendo fijamente una pantalla. En los recreos solía esperar a que ella salga para asustarle por la espalda. Cuando me aburría en clase ella recibía los papeles arrugados que le lanzaba con la cabeza, luego los abría para poder ver alguna caricatura del profesor de turno. En las clases de cómputo solía asustarle con imágenes de Regan, la niña del exorcista. Pero nuestra interacción más común era que, todo el día, la molestaba pronunciando cosas ininteligibles como si se tratase de alguna especie de ritual maligno; ella reía al notar en mí la parodia de algún ser malvado. Es por esto último que decidió que yo intentaba ser un diablo con ella. Un diablo muy divertido con el cual se reía todos los días; no uno malo como Lucifer… Así que me bautizó como “Luci”, diminutivo de Lucifer, y de Lucía también… Toque perfecto a los días divertidos que solíamos tener.

-          ¡Mirawa matotu kin! – grité con una voz sombría a la oreja de Adela mientras me acercaba por detrás - ¡Hola!
-          ¡Tonto! Me has asustado – dijo, algo exaltada, pero su gesto cambió por una sonrisa al reconocerme - ¿Mirawa? ¿matotu kin? ¿Qué demonios es eso? – atinó a preguntar, muy  confundida.
-          Hahahaha – reí – “Mirawa” eres tú – dije al azar – “matotu” es el verbo “ser” y “kin” es… - pensé – ¡Hermanita! – dije con una sonrisa de oreja a oreja.
-          ¿Entonces soy tu hermanita?
-          Eres Mirawa, la hermanita de Luci.
-          Eres muy genial – dijo acercándose a mí.

Nos abrazamos. Me sentía muy feliz con ella entre mis brazos. Teníamos una relación muy extraña la verdad; nunca había visto a un chico y a una chica interactuar como ella y yo lo hacíamos. Nuestras conversaciones no eran normales y nuestro humor era visto de manera extraña por la gente del salón. Sin duda me encantaba estar a su lado.

-          Te quiero, Luci – dijo, muy divertida, aún entre mis brazos.
-          Yo te quiero a ti, Mirawa. – sonreí mientras le apretaba más contra mi pecho – Nunca vamos a abandonar al otro ¿Ya?
-          Nunca, pues. Pero prométemelo.
-          Te lo prometo.
-          Yo también.



Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
domingo, 13 de marzo de 2011
El Joseph que estaba en el colegio antes de sentir la lluvia hubiese partido en llanto al sentir tal humillación. El nuevo Joseph no iba a ser afectado por eso, o al menos eso pensaba él; no sabía si estaba siendo firme y podía superar esto fácilmente, o si las gotas de lluvia que corrían por su rostro disimulaban las primeras lágrimas que brotaban desde sus cuencas. Miré a los alumnos que estaban en frente mío, aún me observaban. No sabía a cuanta gente había atraído, así que volteé la vista a la derecha.

La imagen de chico orgulloso que tenía se desmoronó como una gran montaña de naipes. Pude ver a Estela dando media vuelta para irse; ahora comprendía este clima. La lluvia no era señal de cambio radical, de lo tranquilo a lo rebelde. El cielo estaba llorando por que sabía la idiotez que iba a cometer.

Miré hacia la izquierda. Serge caminaba hacia mí con un gesto de total desaprobación, no era para menos. Los curiosos decidieron irse al notar que el espectáculo había acabado, supongo que sentían que mojarse por un par de minutos valía la pena después de lo observado.

-          ¿Qué he hecho? – le pregunté a Serge, esperanzado en que me de una solución.
-          Hasta donde se, – dijo – algo muy estúpido.
-          Estela tampoco querrá saber nada de mí…
-          Vio y escuchó todo, pues.
-          Nunca más me hablará… ¿Verdad?
-          No se si sea lo mejor decirte esto pero… – tomó aire para continuar – Ella pensaba decirte que sí.
-          ¿Cómo lo sabes?
-          Me lo comentó… Ella sabía que todo era un plan de Samantha y Vania. Claro, le chocó bastante todo el asunto, así que decidió consultar con alguien que te conoce para saber como te sentías. Como soy tu mejor amigo, me lo contó antes que a nadie. Le dije que aún querías estar con ella, siempre me lo repetías… – me miró como pidiendo disculpas –  No te comenté esto por que no sabía que ibas a actuar de esta manera tan tarada.
-          Bueno, – dije, con algo de resignación – ya he llorado demasiado estos días como para seguir. – sonreí – Además, el cielo ya lo está haciendo por mí – Serge me miró confundido –.  Que esto me sirva para crecer ¿Recuerdas cuando Marco y yo te dijimos que a Violeta le gustabas y tú no quisiste hacer nada aunque también morías por ella?
-          ¡Jo! No me lo recuerdes. – dijo, sobándose la cabeza. – todos tenemos nuestros minutos de estupidez… Supongo
-          Tal vez aún estamos muy chicos para poder afrontar cosas como esas. Vamos a mi casa a jugar en la PC, he conseguido un juego genial.
-          Habrá que darnos prisa, ya que la lluvia, al parecer, no tiene cuando parar.

El resto del viernes la pasé con mi mejor amigo machucando botones en el Joypad como un par de locos.

Mucha gente dejó de hablarme durante el resto del año luego de aquel incidente bajo la lluvia. Samantha y Vania tampoco me dirigieron la palabra. Estela muchísimo menos. 



Final del primer capítulo


Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida
miércoles, 9 de marzo de 2011
Era raro el poder ver lluvia en la ciudad de Lima. Esta vez era diferente, las gotas parecían haberse puesto de acuerdo para caer cada vez más deprisa desde que el recreo había terminado y continuaron precipitándose, sin parar, durante la salida también.

Nadie podía sentarse en las bancas cerca de la puerta ya que estaban empapadas totalmente. El guardia de turno, quien siempre se paraba junto a la salida para permitir el pase de los alumnos, decidió hacerlo desde una pequeña caseta ubicada al lado de la puerta, donde reposaba un botón para abrirla que, desde que tengo memoria, nunca había usado. El clima, tan bondadoso como era antes, había cambiado ¿Porqué yo no podía hacerlo también? El Joseph amable e ingenuo que vivía en mí había sido despedido por otro que, al igual que la lluvia atípica que caía sobre el colegio, era más decidido, precipitado y sin miedo a las cosas. Había llegado el momento en el cual el nuevo Joseph tomara su primera decisión firme.

Cruzando el umbral de la puerta divisé a Samantha y a Vania. Esta última temporada de mi vida había sido muy difícil gracias a ellas dos, pero había llegado el momento de voltear el pastel a mi favor. Con este pensamiento caminé entre los charcos que la lluvia formaba en el suelo en dirección hacia ambas chicas.

-          ¡Hola chicas! – saludé muy animado.
-          Hola. – respondieron ambas, sin muchos ánimos, mientras algunos compañeros curiosos se acercaban para vernos. Era una especie de desenlace que todos esperaban.
-          Chicas – dije, levantando la voz para que más compañeros se acerquen a ver mi gran hazaña, sin duda era mi momento –, he estado pensando y me he dado cuenta que todo el asunto de hace tiempo ha sido una tontería.
-          ¿A qué te refieres? – preguntó Vania algo confundida.
-          Es muy simple – respondí con una sonrisa.
-          Habla, pues – pidió Samantha luego de unos segundos de silencio.
-          Ustedes me gustan. – dije triunfante. No pude quedarme con Estela pero, a cambio, podría estar con dos chicas al mismo tiempo. No era un mal cambio, Samantha y Vania eran muy bonitas. – Así que… ¿Qué dicen chicas? ¿Lo intentamos? – concluí.

La lluvia no parecía molestarle a nadie ahora. Samantha y Vania tenían el rostro desencajado, al igual que los alumnos curiosos que podía ver detrás de ellas. Todos estaban al tanto de nuestra conversación.

-          Esto es muy extraño, pequeño – dijo Samantha.
-          Nosotras ya no estamos interesadas en ti, lindo – intervino Vania.
-          ¿Qué…? – pregunté confundido - ¿Qué quieren decir?
-          Pues, en todo este tiempo aún seguías mirando a Estela – explicó Vania
-          Nosotras no podemos fijarnos en alguien que ni siquiera nos hace caso. Simplemente ya no nos importas, Joseph – Concluyó Samantha.

Samantha y Vania se fueron después de que la última acomodó sus negros cabellos para que no le tapen la cara, tenía toda la cabeza empapada y el peso de su cabellera se había ido hacia delante. Samantha sacó papel tissue del bolsillo de su casaca para secar sus manos morenas mientras se iban dejándome totalmente empapado en medio de una multitud que debía pensar, sí o sí, que era un completo estúpido.



Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla
sábado, 5 de marzo de 2011
-          Te lo digo, pero a solas – me dijo Gaby – no quiero que luego vayan diciendo que soy una chismosa – miró a Serge con cara de pocos amigos.
-          ¡Hey! A mí ni me mires – dijo Serge, algo asustado.
-          No te preocupes… – le dije a la chica – Serge es mi mejor amigo y si no estuviese presente igual se lo contaría
-          Pues mejor que se lo cuentes tú. Yo no quiero comprometerme – atinó ella tajantemente.

Serge se retiró al kiosco a comprar las galletas de animalito que tanto le gustaban mientras Gaby se preparaba para contarme lo que sabía. Si por mi cabeza hubiese pasado remotamente la idea de que la frase que Gaby iba a pronunciar en unos segundos era verdad, no hubiese pensado en llevarme el pan que tenía en la mano hacia la boca. Era obvio que iba a atorarme de la peor manera al tragar la comida.

-          Samantha y Vania están enamoradas de ti. – dijo – Tenían que quitar a Estela del camino para poder quedarse contigo sin que tú te “distraigas”. Estaban dispuestas a ser tus novias al mismo tiempo.

Tosí al tener un pedazo de pan en la garganta que no decidía que camino seguir. La sorpresa fue tan grande que después de casi medio minuto sin poder respirar, esputé el pan medio masticado al suelo.

Mientras unas hormigas de algún jardín cercano caminaban graciosamente en fila para llevarse pedazo a pedazo los restos del pan que escupí, le contaba a Sergio lo que Gaby me dijo. Él también entró el shock.

-          ¡Wow! – dijo – esto es como las novelas que ve mi mamá. Esto se llama “triángulo amoroso”, si no me equivoco.
-          No sabía que veías novelas, Serge – bromeé.
-          No es que las vea… Es solo que la tele de la sala está justo al lado de la puerta de mi cuarto.

El timbre del colegio nos avisó que el recreo había terminado. Serge y yo caminamos hacia el salón mientras las hormigas abandonaban el pedazo de pan que había estado en mi boca hacía unos minutos al darse cuenta que el piso se mojaba cada vez más. Empezó a llover.

-          ¿Por qué se llama triángulo amoroso? – pregunté a Serge mientras me acostaba sobre la carpeta esperando a la profesora del siguiente curso.
-          Porque un hombre se encuentra entre la decisión de quedarse con una chica o con la otra. – sacó un papel –  Si ponemos a las tres personas en un cuarto, – dibujó tres puntos en su papel – se forma un triángulo si las unimos con líneas imaginarias.
-          Sí que sabes mucho de novelas, eh.
-          Más o menos – parecía orgulloso de eso.
-          Pero en este caso no hay tres personas, - le quité el lápiz y dibujé un punto al lado de otro que ya estaba en el papel – hay cuatro; Vania y Samantha son dos personas, aunque quieran estar conmigo a la vez.
-          Entonces es un triángulo de cuatro lados, amigo. – contestó como si fuese un experto en la materia – De todas maneras le preguntaré a mi mamá.


Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla.

jueves, 3 de marzo de 2011
-          ¡Estela! – grité mientras me frotaba los ojos para secarme las lágrimas.
-          Joseph – respondió ella muy tranquila.
-          Tú… Yo… - titubeé - Erhm… ¿Tú… Quieres…?
-          No.

Un monosílabo bastó para destruir mi mundo. Los ojos me ardían por las lágrimas que se atoraban ya que no pensaba parpadear. No sabía si debía hablar, salir de ahí o esperar a que ella diga algo.

Tras pensarlo rápidamente, decidí que lo mejor era irme; si iba a sufrir sería donde nadie me viera. Caminé pasando al lado de ella y dejándola atrás. Pero paré a los pocos pasos; en este momento, dándole la espalda a Estela, recordé que en ningún cuento que había leído hasta ahora, el protagonista no se quedaba con la princesa.

Parpadeé. Mis mejillas se humedecieron. Pero no podía resignarme al rechazo.

-          ¿No hay manera de hacerte cambiar de parecer? – pregunté después de un eterno silencio de 5 segundos.
-          No lo se, Joseph… Nunca había estado en una situación así. – me dijo mirando mi espalda – esto es muy difícil.
-          ¿Eso significa que puedo tener una esperanza? – pregunté dando media vuelta para verle.
-          No lo se Joseph… - dudó mientras sonaba el timbre que marcaba el final del recreo.

Eso bastaba para mí. Un rayo de esperanza iluminó mi alma al verla dudar, no todo estaba perdido.

En los días siguientes mi humor mejoró bastante. Poco a poco el aula también comenzó a tomar la vida que había perdido desde la semana pasada. Cada vez las conversaciones que antes eran muy comunes entre clase y clase volvieron a llenar el ambiente y los chistes cada día resonaban más entre las paredes. Los profesores parecían estar más tranquilos y ya no hacían comentarios acerca de nuestro estado. Pero yo seguía viendo a estela sin que ella voltee a verme y no le había dirigido la palabra ni a Samantha ni a Vania en todo este tiempo.

-          Me parece que esta vez se excedieron – me comentaba Serge en el recreo, tras la clase de inglés –. ¡Es demasiada tarea para solo dos días!
-          No es tan malo, peor hubiese sido si…
-          ¡Joseph! No sabes de lo que me he enterado. – interrumpió Gaby, una chica delgada que siempre me hizo recordar a un galgo – ya se por que Samantha y Vania planearon todo.
Mi corazón dio un salto. Había muchos cabos sueltos de los cuales no me había ocupado hasta este momento. ¿Cuál era el verdadero motivo de Samantha y Vania? ¿Estela sabía que yo no había escrito esa carta? ¿Qué demonios decía esa carta? Al parecer yo era la persona menos informada de todas.


Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla