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jueves, 16 de junio de 2011
Justo a tiempo terminé lo que preparé, a unos escasos minutos de la llegada de Karla y, efectivamente, cuando ella abrió la puerta de su habitación, quedó muy sorprendida en cuanto me vio. Nadie esperaría un recibimiento así, o, al menos, eso creo yo.

-          Recuerde que una pastorcita debe, siempre, cuidar y perdonar a su borreguito, por más tonto que este sea – le dije.
-          Jo… ¿Joseph? No entiendo – dijo, algo confundida - ¿Qué es todo esto exactamente?
-          Es muy simple – dije, con una sonrisa en el rostro – Todo se puede con un poquito de amor.

Le explique, entonces, lo que había hecho. Algo improvisado fue, pero, en estos minutos en los cuales esperaba su regreso a casa, había trabajado tanto corazón y mente a revoluciones increíbles para esto.

Cuando los padres de Karla salieron de la habitación, dejándome solo, decidí preparar algo especial para ella. El único problema era que no sabía que iba a ser ese “algo especial”.

Miré de un lado a otro esperando una respuesta que pensé, en ese momento, no llegaría pero, para mi sorpresa, llegó.

Justo pude ver algo en una esquina que me trajo algunos recuerdos; la túnica amarilla que Karla había usado para ser una pastorcita en la pastorela del año pasado fue todo lo que necesité para poner en marcha mi plan.

Salí, presuroso, del cuarto de Karla. Sus padres estaban en la sala. Los vi al bajar las escaleras.

-          Señor, señora – les dije - ¿En cuánto tiempo creen que llegue Karla?
-          Uhm… - pensó su padre, viendo su reloj – en unos quince minutos, a más tardar, debe estar por aquí más o me...
-          Entonces – interrumpí – voy a salir a comprar un ratito. No demoraré.
-          ¿Qué pretendes, Joseph? – preguntó su madre, muy curiosa.
-          Le contaría pero – hice una pausa – me da algo de vergüenza… Sería mejor si Karla les cuenta cuando regrese.
-          No será nada malo ¿Verdad?
-          Para nada, señor – respondí, ante un padre algo serio – se lo prometo.

Salí de la casa y, corriendo, di la vuelta a la esquina, justo en dirección a la farmacia. Conté un par de billetes que saqué de mi bolsillo y llamé al dependiente del local.

-          ¿Sí? – me preguntó un hombre de baja estatura, algo viejo.
-          ¡Buenas tardes…! – respondí, algo agitado – Deme… Por favor… Algo de Algodón.
-          ¿Una bolsita? ¿Dos?
-          Todo el que pueda comprar con esto – le mostré los billetes que había sacado de mi bolsillo hacía un minuto.
-          No creo tener tanto algodón la verdad… - dijo, algo sorprendido.
-          No importa – le interrumpí – deme, entonces, todo el que tenga.

Corrí, entonces, hacia una librería y compré un pote de pegamento. Tras tener ambas cosas en las manos regresé a casa de Karla y subí, casi sudando, las escaleras muy rápido ante la mirada de ambos padres quienes, posiblemente, se preguntaban que hacía con tanto algodón. Camino a la alcoba de mi pastorcita les pedí que, por favor, me entiendan y que, desde luego, siempre iba a querer lo mejor para Karla. Sus padres, como lo esperaba, confiaron en mí, pero me dijeron que cuando las cosas se solucionen iban a pedir una explicación de lo que pasaba en su casa en ese momento.



Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto

1 comentarios:

Alejandro Céspedes dijo...

Pegamento... ¿Para comer, cierto?