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miércoles, 22 de junio de 2011
La tarde pasó rápida. Sinceramente no me sorprendió. Había escuchado ya, varias veces, que cuando estás enamorado el tiempo vuela.

Cuando la noche se anunciaba, con las primeras luces en la calle, el padre de Karla nos llevaba en su auto hasta el D.F. para abordar nuestro avión. Karla estaba acompañándome también en aquel recorrido de, aproximadamente, tres horas.

Me di cuenta que algo no andaba bien. Sentía a Karla algo fastidiada. Le tocaba con el dedo en la panza, ella volteaba y le miraba con un poco de ansiedad. Ella sabía que yo quería que me cuente qué le pasaba.

-          No es nada, borreguito – dijo, jugando con la manivela que subía y bajaba la luna de la puerta – no puedo estar feliz si sé que se va para siempre.
-          ¡Oye! – sonreí – ¡No puedes decir que es para siempre! Eso nunca se sabe.
-          ¿Y cuándo regresarás?
-          Eso tampoco se sabe.
-          ¿sabes? Hasta en estos momentos, aunque esté triste, puedo sentir muchas cosas bonitas – sonrió y me miró fijamente – Me gustaría recibir un abrazo muy fuerte ahorita.

No hicieron falta más palabras para tomarla entre mis brazos y apretarla fuerte contra mi pecho.

-          Borreguito – me dijo, al oído – eres el mejor.
-          Je ne sais pas, mais je veux retourner… Je t’adore ma chérie – susurré en un francés muy malo, ya que no quería que me entienda. Si lo hacía, iba a ponerme a llorar.
-          ¿Qué? – preguntó ella.
-          Que eres la mejor, pastorcita – le mentí, por última vez, a Karla.
-          ¿Eso es francés?
-          Debería serlo, al menos.
-          No sabía que hablabas francés – sonrió
-          No sé… Sólo algunas cositas que me enseñó una tía que vive en el Perú. Pero ya no recuerdo casi nada.

Justo cuando sentí que estaría eternamente con Karla en el auto, llegamos al aeropuerto. Bajé del auto para poder ayudar a mi padre, sacando las maletas de la parte posterior del vehículo. Caminamos por las instalaciones. Yo iba de la mano con Karla.

Cuando llegamos a un enorme pasillo con un cartel azul que decía “Sólo pasajeros”, tanto ella como yo sabíamos que había llegado el momento de dar ese “Adiós” que nadie quería.

-          Supongo que aquí acaba ¿No? – miró el pasadizo que me llevaría a la zona donde sólo los pasajeros podían llegar. Luego agachó la cabeza.
-          Sólo si quieres que termine – respondí.
-          No quiero…
-          Entonces – levanté su carita con mi mano derecha – sólo es un “Continuará”.
-          Incluso ahorita siento esas cosas bonitas – dijo, mirándome con los ojos algo empañados.
-          Y espero que las siga sintiendo si vuelvo a verte.
-          ¿Lo harás?
-          Eso planeo.

Mi padre apuró el paso y me llamó desde varios metros por delante. Era el momento de partir y, aunque no quería, tenía que hacerlo.


Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto
Nuevo comienzo(Parte 3)-> Aún no disponible. 

1 comentarios:

Johanna dijo...

¡Rayos! Me entró una basurita al ojo T^T...