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martes, 2 de agosto de 2011
Los días siguientes aún me preguntaba quién había sido la persona que tocó la puerta ese día. Adriana se negó a contármelo aunque le insistí en más de una ocasión los siguientes días. Noviembre llegó como un trago amargo; Adriana ya no me trataba igual. Nuestras últimas salidas fueron, por mucho, muy desalentadoras y, si bien ella nunca fue muy cariñosa, los momentos a solas se hacían un poco molestos.

Todos los pesares habían empezado desde esa noche en la cual su abuelita había venido a darnos una visita. Sin embargo se supone que estaba feliz… Tal vez haya sido esa visita “secreta” lo que la puso así… O tal vez recordó lo que le dije de Karla Jiménez.

Extrañaba mucho mis salidas por Puebla con Karla, sí, pero traté de ser lo más sutil con Adriana al momento de contarle la historia. Tal vez no fue suficiente.

Todos los días las pasaba pensando en mi posible error y en cómo enmendarlo. Había pasado varios meses desde que regresé al Perú y tenía una novia que me gustaba mucho, pero tal vez le estaba haciendo daño con mis inseguridades.

Antes de terminar la primera semana de noviembre intenté averiguar el verdadero motivo por el cual Adriana estaba tan rara, antes que mis incógnitas mentales terminen por destruirme; si era mi culpa, iba a saberlo en ese momento. Esa tarde de viernes, en la puerta del edificio donde vivía, iba a saber la verdad.

-          No es nada, Joseph.
-          Pero desde antes de empezar el mes estás así – le dije, algo desilusionado.
-          ¿En verdad me notas muy rara? – me miró.
-          Sí – respondí, firme –, si no, no te preguntaría nada.
-          Tal vez sí esté ocultando algo – respondió, triste, con obvias ganas de llorar.
-          ¿He hecho algo mal?
-          No, Joseph – me dijo, agachando la cabeza – Pero ya no puedo seguir contigo; debemos terminar.

Una pequeña gota se estrelló contra el suelo, luego otra y otra. Adriana no me miraba de frente y lloraba cada vez más. Yo la miraba sin saber cómo reaccionar. No era posible que todo se termine de un día para otro.

Mi mundo se destruyó junto con ella. No sentía esto justo ya que, si era mi error, ni siquiera estaba enterado del porqué de esa decisión. Aunque lo más probable es que el nombre de ese porqué era Karla Jiménez.

-          Adriana – le dije, tratando de levantar su cabeza con la punta de mis dedos inútilmente – yo sé que aún no puedo olvidarme de Karla, entiende que ella ha sido una chica muy importante para mí – me puse algo triste, pero en ese momento no sabía si era por ver a Adriana así sabiendo que tenía la culpa o si era porque extrañaba tanto a Karla que aún ahora me dolía su ausencia – pero ahora ya no está conmigo, ella está a más de medio continente de distancia y yo…
-          Para, Joseph – me cortó Adriana en seco.
-          ¿Eh?
-          No es tan fácil como parece – me hizo a un lado con su mano y pasó de largo, dejándome atrás –; ya tomé esta decisión. Discúlpame.

Un par de días después, cuando ya me sentía más tranquilo y Adriana volvió a hablarme, terminando la primera semana de noviembre, me di cuenta de la cruda verdad. Efectivamente, nadie olvida. Aquella noche, hacía un par de semanas, Adriana me había engañado con Héctor en la puerta de su casa.

-          Joseph, discúlpame.
-          No te preocupes, Adriana, después de todo, él fue quien lo hizo, no tú.
-          ¡Pero yo no paré!
-          No puedo culparte de nada. Me doy cuenta de lo débiles que somos todos. Sé que si Karla hubiese estado aquí… El que se hubiese equivocado hubiese sido yo.

Todavía no sabía por qué Remi detestaba a Héctor pero, ahora, sentía que también me daba algo de cólera por lo que pasó. Decidí terminar todo por lo bueno; Adriana seguiría siendo mi amiga.



FINAL DEL QUINTO CAPÍTULO


Cuando la conocí, no sabía que ella se iba a sentir sola

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que mal, como pudiste pasarle eso por alto a Adriana :s