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viernes, 22 de julio de 2011
cuando algo le molestaba; podría ser el claro ejemplo de la princesa más tierna del mundo cuando está feliz y el de un pirañita de algún lugar de la Victoria, cuyo nombre no quiero recordar, cuando estaba fastidiada por algo.

-          Remi de mierda.
-          ¿Qué pasó, Adri? – pregunté.
-          Que quería que vallamos todos al teatro.
-          Ese era el plan ¿No?
-          Pero como Stephanie se va a demorar, el idiota ya no quiere ir a ningún lado – respondió, molesta.

Remi era un tipo muy práctico, si algo no le parecía, lo cortaba de raíz. Varias salidas se cancelaban por las demoras de Stephanie. A veces era mejor porque podía salir a solas con Adriana, pero la idea, por el momento, era que todos nos divirtamos.

-          ¡Chokobito!
-          ¡Señora! Muy buenas tardes – saludé a la madre de Adriana.
-          ¿Cómo has estado? Tiempo sin verte.

La señora me abrazó y se retiró a su habitación. Ella me había agarrado cariño desde que empecé a ir a su casa. El padre de Remi y Adriana, aunque muy diferente a la señora, también parecía agradarle mi persona. Era un señor, ciertamente, extraño. Solía contar historias sobre su juventud, nos contaba algunos chistes malos y, por supuesto, nos daba algunos consejos. Consejos, claro, de gente vieja.

Alicia, en los recreos del colegio, se había hecho muy buena amiga mía y me agradaba demasiado su compañía. Era graciosa y, ciertamente, atractiva. Algo delicada, pero sin llegar a ser “princesita”. Algo inocente, pero sin llegar a ser ingenua”. Algunas veces pensaba que si no hubiese conocido a Adriana, estaría enamoradísimo de ella.

Los días de setiembre, anteriores a la primavera, eran, para mí, una especie de época de lucha. Intentaba pasar la mayor cantidad de tiempo posible con Adriana pero, por alguna razón, siempre volteaba mirando a Alicia. No era posible que me puedan gustar dos chicas a la vez… O quién sabe…

Llevaba ya un par de meses enamorado de Adriana, era imposible fijarme en otra chica. A diario trataba de luchar contra mis pensamientos hacia Alicia, pero sin resultado. Cada recreo era una sublime conversación, la cual me encantaba tener, pero cada momento con Adriana era tan placentero que, pensaba, no podría cambiarlo por nada ¿Qué haría entonces?

Varias clases desatendidas y recreos haciendo catarsis interna después, había decidido afianzar mis lazos con Adriana. Había estado tratando de acercarme a ella desde las vacaciones y no iba a claudicar ahora.

Una noche, como cualquier otra, salí a ver a Adriana, pensando en que esa noche le diría sí o sí, que me gustaba y que quería que fuese mi novia.

Ella me recibió y le dije que tenía algo importante que decirle. Remi estaba viendo una película en la sala con su padre y su mamá estaba recogiendo la ropa sucia del cuarto de Adriana, así que decidimos salir del departamento.

Estábamos sentados en la tétrica escalera del primer piso del edificio donde ella vivía. Estaba sentado un par de gradas sobre ella, abriendo las piernas para que ella, sentada más abajo, se pudiese recostar sobre mi pecho mientras le abrazaba.

-          Adri…
-          ¿qué pasó?
-          Erhm… - pensé – No es nada…
-          Bueno…
-          Adri… - volví a llamarle
-          ¿Sí?
-          Pues… - me acobardé – No, no importa…
-          ¿Pasa algo?
-          No, no…

Luego de esto hubo un silencio de, aproximadamente, unos 15 segundos. No podía quedarme callado. Aunque todo el valor que tenía camino a su casa se había desvanecido ahora… Sentía que debía hacer algo, después de todo, pensé, es mejor arrepentirse de haberlo intentado que de nunca haberlo intentado. Esa frase me gustó mucho y, a partir de ese día, intenté llevarla como escudo. Claro que del dicho al hecho hay un gran trecho… Y me iba a costar aplicarlo a mi vida a lo largo de los años.

-          Adri… - tragué saliva.
-          ¿Qué?
-          Tú… - comencé a temblar
-          ¿Yo…?
-          Sí… Tú – cerré los ojos – Tú me gustas mucho – los abrí - ¿Quieres estar conmigo?
-          Sí – respondió, sonriendo – si quiero estar contigo.
-          ¿De verdad? – sonreí.
-          ¡No, imbécil! – replicó, con un suspiro de decepción.
-          ¿Entonces no…? – mi sonrisa se apagó.
-          ¡Que sí, tonto! – me gritó, entre risas.
-          Entonces, entonces… Yo – titubeé – y tú…
-          Ya, tontito, ya – dijo, con una voz mucho más dulce acercándose hacia mí.

Había tenido miedo por gusto. En ese momento, en la penumbra de esa escalera, me sentí feliz besando a la chica que tanto me gustaba.


Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto

1 comentarios:

l dijo...

Hahah xD que gracioso