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miércoles, 27 de julio de 2011
Los días que siguieron a la visita de Serge fueron, por mucho, más grises que los de la semana anterior. Karla estaba a ocho países de distancia y aún pensaba en ella. A Adriana no le haría mucha gracia, pero era algo que tenía que contárselo sí o sí.

Serge había venido a mi casa un jueves, empezando octubre y, para el domingo, aún no le había contado nada a Adriana, pero ya estaba preparado para hacerlo al día siguiente a primera hora cuando la vea en el colegio.

Empezando la semana escolar, no vi a Adriana en el colegio. Remi me dijo que había amanecido enferma y que no iría a la escuela un par de días.

Esa misma tarde, después de la escuela, acompañé a Remi a su casa para poder ver a mi novia. Tal vez contarle lo que pasó no es lo más indicado pero, al menos, debía comentarle acerca de mi confusión.

Tras casi una hora de conversación me di cuenta que Adri no conocía mucho de mi pasado, así que esa era la excusa perfecta para comentarle un poco de mi vida… Y un poco de Karla Jiménez.

-          Es una historia triste – me dijo – Se nota que… Es muy importante.
-          Pues… La verdad sí – susurré.
-          Yo… - paró.
-          ¿Sí?
-          Yo no sabía… - continuó – Que había alguien así en tu vida.
-          Pues ahora ella está muy lejos de mí… Otra vez.
-          Bueno – suspiró – hay cosas que uno no puede controlar.
-          ¡Hey! El almuerzo está casi listo – Remi entró al cuarto gritando – Chokobo, ¿Vas a quedarte a almorzar?
-          No, no – respondí, sin dejar de ver a Adriana – no puedo llegar muy tarde a casa.
-          Está bien – respondió, y luego miró a su hermana – apúrate que ya van a servir.

Miré a mi novia mientras escuchaba, desde el pasillo de fuera gritar a Remi “Joseph no va a comer aquí” hacia su madre. Acto seguido tomé las manos de Adriana, caminamos hacia la puerta principal de su departamento y, con un dulce beso en los labios, nos despedimos.

Esa noche me la pasé retomando mis viejas incógnitas mentales, las cuales hacía tiempo me habían dejado en paz. ¿En serio fue lo mejor contarle sobre Karla a Adriana?… Tal vez estaba de más, ya que, por más que doliera, no iba a poder verla otra vez o, al menos, dentro de mucho tiempo. ¿Este pensamiento que acababa de tener era bueno? ¿O tal vez debería olvidarme de Karla para siempre?

Decidí no hacerme más líos en la cabeza esa noche. Hasta que sea la hora de dormir me iba a dedicar a jugar Gunbound. Este juego me había enganchado casi instantáneamente desde que decidí buscarlo en el cyber de Rafa por haber oído, por pura casualidad, acerca de él en el colegio.

Ya había logrado mucho en poco tiempo en el juego, pero era momento de dormir, y si bien el juego sirvió por un momento de distracción, los pensamientos sobre lo que había hecho en la tarde volvieron a invadirme. Giré en la cama toda la noche con varios disparates en mi cabeza, pero había uno que, sin duda alguna, era el que más me perturbaba: Tal vez ahora Adriana piense que soy una mala persona que sólo quiere jugar con ella.


Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos significaban tanto

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