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martes, 26 de julio de 2011
Joseph y Adriana, todo el mundo en el colegio lo veía venir. Ni siquiera Remi estaba sorprendido por nuestra reciente unión. Ahora, mi noviazgo con Adriana era una realidad y yo estaba muy feliz que así fuese.

La semana en la que inició el noviazgo al lado de Adriana fue genial. Salíamos mucho y parábamos juntos gran parte del tiempo. Por lo general me hubiese incomodado saber que mi novia era la hermana de un gran amigo mío, pero este no era el caso. Lo que me agradaba de Remi era que no se molestaba por el hecho de estar con su hermana. A partir de entonces salíamos en parejas, él con Stephanie y yo con Adriana. En el colegio el contacto no era tan íntimo ya que los profesores eran muy molestosos con respecto a ese tema.

El problema empezó la otra semana, cuando un viejo amigo fue a visitarme a casa.

-          ¡Hey, tanto tiempo! – me dijo, cuando le abrí la puerta.
-          ¡Tío! ¡Ha pasado casi un par de meses!
-          Sí, pues… Sólo hablábamos por msn, Joseph. Pero ahora sí, cuéntame de tu nuevo noviazgo.
-          Sí, Serge – le dije, entrando a casa – desde que regresé al Perú no hablamos tanto, pero no te preocupes… Te voy a contar las últimas cosas de mi vida… Y tú también, eh.

Subimos las escaleras y entramos a mi cuarto, nos sentamos al pie de mi cama y, mientras Serge jugaba con una pelota de tenis que estaba en el piso, le comencé a contar lo que había vivido en este par de meses.

-          Qué genial – me dijo, tirando la pelota hacia la pared para que rebote – has tenido suerte, eh.
-          ¿Por qué lo dices?
-          Porque yo no me fijaría en un perturbado que se tropieza en el baño de un cyber por quedarse mirándome – cogió la pelota que había lanzado con las manos.
-          Siempre tú tan pesimista – le empujé con el hombro – deberías alegrarte.
-          No soy pesimista – lanzó la pelota otra vez hacia la pared – soy realista. Pero tienes razón, me alegro mucho que estés con una chica… Siempre y cuando la quieras de verdad, Eh.
-          No te preocupes, Serge – le dije, con una amplia sonrisa – Karla y yo somos el uno para el otro.

La pelota se dirigió hacia Serge gracias al rebote. El impacto de la bola hizo que Serge reaccionara de su estupefacción. Cerró los ojos y agitó la cabeza, luego se quedó mirándome atentamente.

-          ¿Qué? – le dije, algo extrañado.
-          Has dicho Karla…
-          ¿Eh?
-          La chica con la que estás… ¿No se llama Adriana?

Entonces comprendí. Abrí los ojos y Serge me miró algo confundido. ¿Por qué había confundido a Karla con Adriana?

-          Yo… yo… - titubeé.
-          Es que no puedes olvidarla – me dijo, tocando mi hombro – tal vez debas reconsiderar las cosas un poco, amigo.



Cuando la conocí, no sabía que los recuerdos importaban tanto

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