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martes, 29 de marzo de 2011
Unos rayos de luz solar se colaron por las persianas de la ventana del cuarto, dándome directamente en el rostro, lo cual me hizo despertar... Sin saber donde estaba, yo no tenía persianas en mi habitación. La cabeza me daba vueltas y estaba en una habitación que no era la mía. La ropa de tela moteada que tenía puesta no era mi pijama y no había nadie que me explique que estaba pasando.

La puerta de la habitación se abrió y entró un hombre de bata blanca con un estetoscopio en el cuello. Tenía una tabla con un papel que dejó sobre la cama donde me encontraba tras anotar un par de cosas. Me miró al ver que había despertado y salió de la habitación.

-          Ya despertó, señores – escuché decir a alguien tras la puerta – pueden pasar.

Tras ver la tabla con el papel en el que estaba escrito “Informe del cuarto 243”, ver al señor de bata y escuchar la alegría fuera del cuarto de gente que parecía tener la voz de mis padres, caí en cuenta que estaba en una clínica, en el cuarto 243 y que mis padres habían sido avisados por el doctor de turno que había recuperado el conocimiento.

Mis padres entraron a la habitación muy preocupados, mi madre estaba llorando.

-          Hijo – dijo mi madre entre sollozos - ¿Qué tenías en la cabeza?
-          ¡Uno no suele hacer estas cosas! – reprendió mi padre - ¿En qué estabas pensando? – preguntó.

¿De qué demonios me estaban hablando? Los miré sin saber de que hablaban. Me di cuenta que tenía un yeso en el brazo, así que solamente atiné a decirles “lo siento”. Tal vez eso les tranquilice más que saber el hecho de que no tenía la más mínima idea de que hablaban, claro, sin contar el yeso que tenía en el brazo izquierdo.

Tras un día de análisis a cargo del doctor y de alguna maquinaria médica que no se de que iba, decidieron dejarme un día más en la clínica.

-          Su hijo presenta, aún, algunas lagunas momentáneas – dijo el hombre de bata blanca – No es nada grave, pero habría que dejarle descansar al menos una noche más.
-          Está bien doctor – respondió mi padre.
-          ¿Pero se pondrá bien mañana? – intervino mi madre.
-          Perfectamente, las lagunas son muy comunes en estos casos. – respondió el médico – Su hijo las tiene, pero muy escasas y ya podría darle de alta, pero es mejor asegurarnos. El descanso a veces es el mejor remedio. Apuesto a que para mañana ya recodará todo.
-          ¿Cuando podrá quitarse el yeso? – preguntó mi padre.
-          25 días me parece más que suficiente. – respondió el hombre con bata blanca.

De vuelta al cuarto 243 pasé lo que quedaba de día viendo televisión ya que no podía hacer casi nada divertido gracias al bendito yeso. Cuando ya oscurecía estaba viendo una comedia argentina.

-          Pero… ¿Crees que es lo mejor, ché? – preguntaba un hombre de terno en la pantalla mientras veía a otro sujeto echar crema de afeitar en la mano de un policía dormido.
-          No hay de que preocuparse. – respondió el sujeto con la lata de crema – Esto solía hacerlo en mi país – le decía sacando una pluma gigante de su bolsillo mientras hablaba con un acento algo gracioso.
-          Ché, si hay problemas, yo no te conozco – decía el primer sujeto mientras el otro le hacía cosquillas al policía con la pluma.
-          ¡Juajajaja! – rió el hombre del acento divertido al ver que el policía se había embarrado la cara con la crema de afeitar al intentar aliviar la comezón con su mano – Esto ha sido la vida, chico.

“Chico”… “Chico”… Esa manera de pronunciarlo se me hacía divertidamente familiar, pero no tenía idea de la razón. Seguí viendo la tele.

Siempre me habían dicho que la comida de hospital era horrible, pero la que comía esta noche no sabía tan mal ¿Es que la comida de una clínica es diferente a la de un hospital? Terminé todo y me dio sueño, eran cerca de las diez de la noche y había tenido un día muy atareado entre exámenes médicos y demás cosas. Esa noche, mi madre se quedó a dormir en la clínica conmigo, estaba en un sofá que se veía muy cómodo. Las persianas de la habitación estaban abiertas y, en el piso, se podía ver rastro de luz que dejaba la luna.

-          Chico – dije para mí mismo quedándome dormido.

Dos segundos después abrí los ojos de sobremanera y desperté, no fui capaz de dormir casi nada el resto de la noche, pero pude recordar todo lo que había pasado y la razón por la cual yo estaba en una clínica.

Danila es el nombre de mi novia y nunca pensé que todo terminaría así.


Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida

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