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miércoles, 25 de mayo de 2011
Estábamos, más o menos a las once de la mañana, platicando, sentados cerca a la puerta de mi casa, sobre cual sería nuestra próxima salida juntos. Pero mi mente estaba en otro lado, mis ojos no podían dejar de posarse sobre la fachada de la casa de Karla, ahora vacía, esperando a que ambos entremos para liberar nuestra pasión.

La conversación seguía y yo, casi por inercia, respondía sin decir nada fuera de lugar. Casi no podía saber que estaba hablando ya que estaba concentrado en algo que, para mí, era mucho más importante.

-          ¿Pasa algo, borreguito? – preguntó Karla, al ver que perdí el hilo de la conversación y me perdía en mis pensamientos.
-          ¿Eh? – regresé a la tierra.
-          Preguntaba si podías esperarme un rato.
-          ¿Un rato?
-          Sip – dijo, sonriendo – debo ir a bañarme. Luego regreso para seguir platicando.

Justo en ese momento, atando cabos en mi cabeza, pensando a mil por hora, llegué a la conclusión que, tal vez, sabiendo que no había nadie en casa de Karla, lo que me acababa de decir podría ser una invitación para ir con ella y, ahí, en la soledad de su hogar, poder consumar nuestro amor de la manera más lasciva posible. Rogaba por que me pida que le acompañe. Tal vez esperaba que yo diese el primer paso.

-          ¿A bañarse, pastorcita? – Pregunte, muy interesado.
-          Sí, eso dije, borreguito – respondió con la sonrisa que nunca le abandonaba
-          Pues – pensé muy bien lo que iba a decir a continuación – yo podría acompañarle – concluí, algo excitado, ya que esta era la oportunidad que estaba esperando desde hacía mucho
-          ¿Acompañarme? – Parecía algo confundida
-          Pues, sí – dije – Vas a bañarte y yo puedo acompañarle.
-          ¡No borreguito! – alzó la voz – Cuando una pastorcita va a bañarse, los borreguitos buenos se quedan en el patio… Amarrados a un árbol – al decir lo último, parecía tomar un tono con el cual quisiera reprenderme.
-          Oh… - dije, casi susurrando, perdiendo todo el libido que invadía mi cuerpo – Vale, entonces esperaré a que vuelvas…
-          Está bien, borreguito – me dijo, regresando a su tono alegre – No me tardo, eh.
-          Nos vemos, pastorcita – le dije, agitando la mano mientras ella cruzaba a la acera del frente.

¿Cómo había podido ser tan estúpido? Todo el rato en el que estuve solo, esperando a Karla, me di cuenta lo egoísta que había sido todos estos días; pensaba sólo en lo rico que sería estar con ella, pero sin pensar en ella. No sabía si ella estaba lista para empezar algo o no, pero yo, estúpidamente, daba por sentado que sí y, más estúpidamente aún, buscaba una situación para poder lograr algo y, cuando esa situación llegó, hace poco más de 10 minutos pude, por fin, despertar con un bofetón mental por parte de Karla. A partir de este momento, con la ingle sin ningún tipo de estímulo, iba a concentrarme en la vida junto a ella sin preocuparme por cosas banales.

Con ese pensamiento en mente, viré la cabeza hacia la puerta de la casa de Karla ya que había escuchado un ruido. Ella ya había salido y estaba cruzando la pista. Casi instintivamente me paré y me apresuré a darle el encuentro.

-          ¡Pastorcita! – Grité, mientras corría con una sonrisa de oreja a oreja.
-          Borre… - Intentó decir, pero el abrazo que le di hizo que parara de hablar.

La abracé con más fuerza cada segundo que pasaba. Tanto que, por un momento, pensé que le asfixiaría, así que, sin dejar de tomarla entre mis brazos, alejé mi rostro para mirarle de frente. Me sentía tan feliz de estar con ella…

-          ¿Pasa algo, borreguito? – preguntó y, sentí, esta sería la última vez que lo haría sin que le mienta diciendo que no pasaba nada.
-          Sí, sí pasa algo – respondí, con una amplia sonrisa.
-          ¿Y qué es lo que pasa? – preguntó, algo confundida
-          Ahora me siento seguro de querer estar con usted toda mi vida.
-          ¿Antes no lo sentía? – parecía estar algo decepcionada.
-          Bueno… - dije, en voz baja – Siempre lo sentí pero, por ciertas tonterías pensaba tanto en lo feliz que yo era contigo… Que olvidé pensar en si usted estaba siendo feliz.
-          ¡Yo soy muy feliz contigo! – dijo, recuperando la felicidad.
-          Y me ocuparé en que siempre sea así, mi pastorcita.

Luego de eso, nos besamos.

Decidí no comentarle a Karla acerca de mi crisis mental en estas semanas, ya que carecían de importancia ahora.

Los días siguientes tuve un mejor semblante y parecíamos más unidos. En la escuela los mismos locos de siempre contaban sus experiencias en las bancas del patio. Yo, por mi parte, sabía que cuando llegue el día, no tendría necesidad de andar contando mis cosas ya que ese pequeño universo sería sólo de ambos.



Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto

1 comentarios:

Alejandro Céspedes dijo...

Así es, ese universo es privado.