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viernes, 20 de mayo de 2011
Hacía tiempo no me sentía tan feliz. No me faltaba nada, o al menos eso creía yo. Algunas veces los comentarios ajenos podrían hacerte pensar en cosas en las cuales, originalmente, no estabas interesando. Eso me pasó una mañana en la escuela.

-          Hey, wey – me habló Hugo, un compañero de curso, mientras esperábamos al profesor de turno - Y ya hiciste de todo con la chava ¿No?
-          ¡Sí! – dije, enérgico – Ya hemos salido a mil y un lugares.
-          No habla de eso, menso – intervino Pedro, otro compañero.
-          ¡Aaahh! – dije – Ya les entiendo… Pero no, aún no hemos llegado a eso.
-          Pero quieres, ¿Verdad?
-          No tengo muy buenas experiencias con eso… - repliqué, algo cabizbajo, recordando mi primera vez.
-          Eso no tiene nada que ver – interrumpió Pedro – Si yo tuviese novia lo haríamos a cada rato. Además, yo se que de querer quieres.
-          Como no tienes idea – respondí.

No tenía mucho apuro, sinceramente, por introducir una vida sexual a mi relación con Karla… Pero si se daba la oportunidad, iba a ser muy feliz. El problema era que mis compañeros de clase ya me habían metido el bicho de la curiosidad y las ganas en más de una conversación pero, pensaba, no iba a doblegar mi fuerza de voluntad. Planeaba esperar la oportunidad para llegar a algo más con Karla, no iba a buscarla. No mucho, al menos. O tal vez sí.

Sin contar mi pequeña pugna mental entre si Karla era mi novia o no, hacía tiempo, ya, que no me sentía confundido pero, aunque pasaba los días con Karla, mis noches eran solitarias conmigo mismo y sentía, tal vez por la edad, una inmensa necesidad de su piel rozando la mía de una manera un poco más que cariñosa; el libido que había estado dormido por ya bastante tiempo, exactamente desde mis primeras alucinaciones febriles hacía un poco más de dos años, había despertado esta vez pero, ahora, con mucha más fuerza. Si bien me había prometido a mí mismo no buscar una situación con Karla, desde hacía días ya, sentía que las caricias personales y los roses contra mi propia piel eran insuficientes.

La última semana de abril miraba a Karla con deseo de tenerle más cerca. Sus palabras me encantaban, sus abrazos me encendían y sus besos lograban cambios notorios en mi cuerpo. Muchas veces tenía que encontrar la manera de no ser tan obvio. Intentaba, por ejemplo, ponerme poleras largas para cubrir mi ingle, prefería estar sentado e, incluso, las veces que le abrazaba y besaba, cuando, gracias al abrazo, juntábamos nuestros cuerpos, procuraba girar la parte inferior de mí para que no sienta mis erecciones.

-          ¿Pasa algo, borreguito? – Preguntó Karla, al verme mirando el techo desde hacía ya mucho tiempo
-          Ah… - regresé en mí – No… Nada… Pensaba en una tarea de la escuela – mentí ya que, en verdad, imaginaba como sería hacerlo con ella.
-          ¿No vas a comer eso? – señaló el pastel bañado en leche condensada que había dejado de comer hacía ya varios minutos.
-          Sí, sí… Sólo me distraje con lo de mi tarea…

La fuente de sodas estaba casi vacía, salvo por nosotros dos y unos cuatro o cinco comensales que habían venido a tomar algo. Después de varios segundos sacudí mi cabeza e intenté comer, concentrado en mi comida y no en mi libido.

A los pocos segundos, una señora, ya de edad avanzada, cayó de bruces al suelo al no notar un pequeño escalón que se encontraba justo después de la puerta a unos 5 metros de Karla y de mí. Me paré para ayudarle pero, inmediatamente y casi por instinto, volví a tomar asiento. Un par de mozos que estaban cerca, pero no tanto como yo, corrieron para el auxilio de la viejecita. Llevaron a la señora a una mesa y uno de los mozos me miró con desaprobación al retirarse a la cocina.

-          ¿Pasa algo, borreguito? – Preguntó, por segunda vez, Karla.
-          ¿Algo como qué? – contesté, muy nervioso.
-          Pensé que ayudarías a la señora, incluso te paraste y todo…
-          ¡Ah…! Yo… Es que… - trabajé mi cerebro a revoluciones increíbles – Tengo la pierna acalambrada, al pararme se me acalambró – inventé.
-          ¡Pobrecito! – intentó pararse – A ver, borreguito – Estiró su mano para sobar mi pierna
-          ¡NO! – grité – Digo… No, no… No es para tanto… - bajé el tono de voz mientras bajaba la mirada en tono de arrepentimiento.

Al bajar la mirada pude ver que aún no había cesado. Luego de regresar a la realidad, tras mi pequeño pensamiento libidinoso, al mirar el pastel cubierto de leche condensada, las imágenes mentales volvieron cada vez más fuertes y, por más que hubiese querido ayudar a la señora a ponerse en pie, el bulto que mis jeans dejan notar, incluso hasta ahora, no es algo que deseara enseñar. Tendría mucha vergüenza si Karla me viera.

Me sentía muy mal por haberle gritado, pero no quería que piense que era un pervertido o algo así. Pude calmarme y, mi cuerpo, cesó en depravación, pudiendo regresar a su estado normal. Me disculpé con Karla, terminamos de comer nuestros postres y salimos a una recreativa. Nos pasamos el resto del día, y gran parte de la noche,  jugando el hockey de mesa, donde siempre ganaba, carreras en los simuladores de conducción, donde los resultados entre ambos eran muy parejos. También habíamos probado las máquinas de baile DDR(Dance Dance Revolution), donde, sinceramente, no era muy bueno y ella siempre terminaba destruyéndome. Tal vez algún día, pensaba, aprendería a jugar DDR, me divertía mucho. Incluso había visto que habían otras máquinas de baile llamadas PIU(Pump it up) con 5 botones en diagonal en el panel del suelo, a diferencia de los 4 en cruz que tenía el DDR pero, pensaba, si no podía con 4 botones… Menos iba a hacer con 5. 

En resumen, me di cuenta, esa noche, que todo dependía de mí. Podía dejar de pensar cosas fuera de lugar y concentrarme más en mis salidas con Karla. El problema era que, en la escuela, los alumnos cada día parecían más interesados en el tema sexual y, por ende, como era mis compañeros con los cuales solía pasar los recreos y con los cuales solía conversar en varias ocasiones, a veces yo mismo no dejaba de pensar en eso.


Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto

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