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viernes, 6 de mayo de 2011
Sentía la casa extraña. Estaba muy acostumbrado a la que tenía a miles de kilómetros al sur en Perú. Se me hacía muy raro, también, vivir solamente con mi padre. No es que no me agradara su compañía, pero no me parecía normal. Los días pasaban y seguía confundiendo el camino al baño.

No recordaba lo bonito que era Puebla, las iglesias antiguas se levantaban imponentes y, lo que me parecía más increíble era el Cuexcomate, el volcán más chiquito del mundo que, con sus trece metros, era, pensaba, como el hermanito menor de todos los volcanes que había visto en las películas.

En enero las clases en la escuela comenzaron y yo era el alumno nuevo. No sabía que hacer ya que, desde siempre, fui un poco callado y meditabundo. Mis compañeros de clases se me acercaban para pedirme goma para borrar o algún lapicero, mientras aprovechaban para preguntarme algo acerca de mí. Todos parecían muy buena gente… Tal vez no sería tan difícil hacer nuevos amigos.

Terminando el cuarto día de clases, saliendo del colegio con una compañera llamada Angelina, casi me derrito tras ver a una chica muy bonita saliendo del colegio que se encontraba a una manzana del mío.

-          ¿Entonces sólo estarás medio año?
-          … - Yo estaba perdido en la chica del colegio vecino.
-          ¡Hey! ¡Joseph! – Angelina me sacudió el brazo mientras me gritaba.
-          ¿Ah? ¿Eh? – regresé a mí mismo - ¿Me hablabas?
-          Tonto.

Decidí dejar de concentrarme en la chica que nunca conocería y seguí conversando con Angelina mientras caminábamos. La sorpresa llegó cuando, tras despedirme de ella, me di cuenta que la chica que había visto hacía un momento estaba tomando el camino que yo solía tomar para ir a casa. Traté de no perder mi ruta pero, tampoco, sin perder de vista a esta chica que, al parecer, vivía cerca de mi hogar. Vuelta a la izquierda, a la derecha, de frente, a la izquierda, a la derecha…

Cuando me di cuenta, estaba parado al lado de la puerta de mi casa; estaba mirando como esa chica entraba a la suya, justo en frente de mi posición, a menos de 10 metros de distancia. No era posible… Una chica tan bonita viviendo al frente de mi propia casa. El hecho, supongo, me emocionó y, sin querer, me atoré con mi propia saliva e hice un sonido muy extraño entre tos, asfixia y carraspeo. Aunque lo intenté, no fui para nada discreto ya que la chica que estaba entrando a su casa volteó a mirarme.

Casi instintivamente volteé para no verla, ya que tenía algo de pena. Me di cuenta que no tenía las llaves en la mano cuando intenté abrir la cerradura, así que busqué las llaves de la casa en mi bolsillo y, muy desesperadamente, intenté abrir la puerta pero, como suele pasar en estas situaciones, mi mano temblaba y no podía atinar al hueco de la cerradura.



Cuando la conocí, no sabía que la distancia significaba tanto

1 comentarios:

Alejandro Céspedes dijo...

Que divertido es cuando uno intenta disimular en esos casos.