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lunes, 12 de septiembre de 2011
Salí en dirección a casa de Maggie con algo de miedo. Tomé una combi que me dejó en la intersección de las avenidas Venezuela y Faucett, justo entre el límite del distrito de San Miguel con Bellavista. No conocía la zona, pero gracias a dios era más bonita de lo que pensaba.

Vi como las casas de, por lo general, tres pisos de altura se levantaban, tratando de imponerse ante los pequeños tejados de las casas más bajas.

Caminé algo pensativo. Miraba de un lado a otro, algo perdido ya que no tenía la más mínima idea del lugar en el que me encontraba; definitivamente me faltaba conocer Lima.

Entré a una tienda con una simpática caja registradora, la cual ya no funcionaba, en el mostrador. tenía algo de sed y compré una bebida. El señor que atendía el negocio se veía muy buena gente, así que aproveché, también, para pedir alguna referencia que pudiese ayudarme a llegar a mi destino. El amable dependiente me explicó con detalles y, cuando se dio cuenta que ya no seguía el hilo de su relato, perdiéndome entre las direcciones izquierda y derecha mezcladas entre sí junto a un complejo repertorio de nombres de calles, sacó, con una sonrisa, un lapicero del bolsillo de su camisa. Levantó la caja registradora con algo de esfuerzo y sacó, debajo de ella, un pequeño cuadernito, el cual colocó frente a mí. Dejó caer la caja registradora en el mostrador, la cual logró un fuerte sonido gracias al palmazo. No se veía tan pesada.

El pequeño cuaderno, color verde y algo maltratado, no parecía nada especial. Cuando el hombre lo abrió, buscando dios sabe qué, vi que contenía varios planos de calles dibujados a mano.

Paró en una hoja, señaló con su dedo el trazo que marcaba el nombre de la calle que buscaba y me sonrió al ver que le asentí con la cabeza. Dio media vuelta y se dirigió a la fotocopiadora. Regresó con una copia del croquis y me la dio. Me explicó, una vez más, la ruta que debía seguir y esta vez, con mapa en mano, ya sabía cómo ubicarme.

-          ¡Gracias! – le dije, caminando hacia la puerta de la tienda para irme.
-          Un momento, jovencito – interrumpió.
-          ¿Sí?
-          La fotocopia – señaló el papel que tenía en la mano – son diez céntimos.

Ya afuera, tras haber desembolsado el dinero para pagar la fotocopia, pensé en que esa era una muy buena manera de sacarle provecho a una fotocopiadora. No importaba, sinceramente el señor merecía mucho más por haberme ayudado a llegar a la casa de Maggie. Ya estaba a un par de cuadras.

Aún tenía una cara de perdido impresionante, y con mi nueva guía parecía un turista. Al menos ya era imposible perderme y recordaba muy bien el camino de regreso.

-          ¡Oe! – escuché gritar a alguien, atrás de mí. – ¡Oe, tú!

Volteé, de puro curioso, para ver quien gritaba. Me sorprendí mucho cuando me di cuenta que al que le gritaban era a mí. Me quedé parado, mirando al tipo alto y con brazos muy marcados gritándome recostado en una pared, rascándose una barba, algo tupida, la cual compensaba la falta de cabello.

-          ¿Qué pasa? -  respondí, entre extrañado y confundido.
-          Yo te conozco – sonaba rudo.
-          Pues yo no – respondí.
-          ¡No te hagas el payaso, mierda! – al ver que un hombre desconocido, obviamente más fuerte que yo, me gritaba. Me asusté – Ya te he dicho que no te metas en mi barrio hasta que le hayas pagado a mi hermano el dinero que le debes.
-          Pe… pero… - tartamudeé – yo no te conozco a ti – tragué saliva –, tampoco conozco a tu hermano – ahora sí tenía algo de miedo. No todos los días se es amenazado por un hombre grande, malo y calvo.



Cuando la conocí, no sabía que ella iba a sentirse sola

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