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lunes, 11 de abril de 2011
Ya estaba en tercer año de secundaria y, si bien el año anterior fue mucho mejor, la vida en el colegio no era tan mala. Mis notas eran buenas, salvo por el álgebra y la trigonometría que, sin duda alguna, no eran mi fuerte pero, con un poco de trabajo duro, el cual no solía hacer, podía lograr resultados medianamente satisfactorios. Con respecto a las actividades extracurriculares, ya no pertenecía al equipo de basket ya que, gracias al incidente del año pasado, me negaron el ingreso por conducta antideportiva. De más está decir que Piero, el capitán del equipo, lamentaba mucho el rechazo de mi reingreso pero, como él decía, “Las decisiones de los jefes son las que al final cuentan”.

En el mes de Mayo, el primer sábado exactamente, se celebraba, todos los años, una kermés por el aniversario del colegio y era la primera vez que iba a quedarme hasta el final ya que tenía permiso de mis padres para quedarme a dormir en la casa de Diego, un compañero de clases, ya que su padre era uno de los encargados del evento y tenía que quedarse hasta el final para cuadrar las cuentas del dinero recaudado y demás responsabilidades que espero nunca tener.

En la tarde conversé con Danila para decirle que no iba a poder conectarme en la noche ya que tenía el evento en mi colegio. Me dijo que me cuidara mucho y que me mandaba un beso gigante desde allá. Hice todo lo posible para poder sentirlo y, con mucho esfuerzo, creo que pude sentir el roce de nuestros labios.

Pasé gran parte de la noche con Adela, hablando de algunos videojuegos nuevos y, principalmente, de Danila que ahora estaba en el extranjero. Adela me comentó que ya no hablaba mucho con Danila pero, yo, terco, no dejaba de mencionarla a cada momento. Cuando Adela se fue pensé que me aburriría, ya que Serge no pudo venir al colegio porque ese sábado iba a quedarse en la casa de su abuela, quien vivía, si no me equivoco, un poco más allá de “Muy lejos”.

Adela se fue y regresé por que habían invitado a un grupo de rock. Pensé que si iba a estar solo lo que quedaba de noche, posiblemente encontrado uno que otro amigos con quien pasar un momento, mejor era ir al concierto que estaba a punto de empezar, así la música me hacía sentir que el tiempo pasa rápido hasta que todo haya terminado y me encuentre con Diego para ir a su casa. Sinceramente pensé que sería más divertido, pero olvidé que los únicos que se quedan hasta el final son los mayores y que no tenía nada que hablar con ellos. Pasando por un puesto de bebidas, camino a la zona del concierto, escuché una voz detrás de mí que pensé no volvería a escuchar nunca.

-          ¡Pequeño Joseph! – dijo.
-          ¿Ah…? – respondí, volteando con algo de miedo.
-          Ven, cosita – cambió su tono de voz a uno un poco más sensual – ¿No me has extrañado?
-          Yo… Yo… – me trabé mientras veía sus hipnóticos ojos marrones – Tú… Erhm… Hola, Sandra.

La chica, ahora con 18 años, que, se supone, había terminado el colegio el año pasado y siempre me mandaba miradas algo obscenas o me insinuaba alguna cosa, como ella decía, “divertidilla” estaba parada frente a mí con las ondas negras de su cabello adornando un rostro, para mí, mayor. Estaba saludándome como si nada.

Ella estaba con unos amigos de su edad, pero estos se fueron a pasear por los distintos stands del colegio, dejándome a solas con ella. Hablamos y acepté, por alguna razón, quedarme con ella un rato para que no esté sola. En ese momento no me puse a pensar ¿Y por qué, si no quería estar sola, no se fue con sus amigos?

Una hora después estaba con Sandra conversando, muy de cerca, en un parque a unas cuadras del colegio y, en un ataque de locura, ella me cogió de la polera, me jaló hacia sus hipnóticos ojos y, sin que pueda decidir si lo quería o no, un beso que me dominó al instante fue estampado en mis labios.

Al día siguiente, al despertarme con un poco de dolor, me pregunté si otra vez había sufrido un accidente, puesto que había despertado, por segunda vez, en una habitación que no era la mía. Tras una breve inspección a mi alrededor me di cuenta que no parecía, para nada, un cuarto de alguna clínica u hospital y, tras ver el cuerpo desnudo de Sandra a mi lado, me di cuenta que, obviamente, el único accidente había sido haberle hablado la noche anterior.



Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida

2 comentarios:

Alejandro Céspedes dijo...

Es ahí, donde empieza lo malo.

Johanna dijo...

comienza a caerme mal xD