¿Quieres ser amigo de Joseph también?

¿Cuántas personas han visitado a Joseph?

¡Visita a Joseph en Facebook también!

Con la tecnología de Blogger.
jueves, 21 de abril de 2011
-          ¡Pequeño Joseph! – dijo Sandra al verme.
-          ¿Ah…? – respondí, volteando con algo de miedo.
-          Ven, cosita – cambió su tono de voz a uno un poco más sensual – ¿No me has extrañado?
-          Yo… Yo… – me trabé mientras veía sus hipnóticos ojos marrones – Tú… Erhm… Hola, Sandra.

La chica, ahora con 18 años, que, se supone, había terminado el colegio el año pasado y siempre me mandaba miradas algo obscenas o me insinuaba alguna cosa, como ella decía, “divertidilla” estaba parada frente a mí con las ondas negras de su cabello adornando un rostro, para mí, mayor. Estaba saludándome como si nada.

-          ¿No quieres tomar algo? – me preguntó – Yo te invito, amor.
-          No soy tu amor… - dije, con la cabeza gacha. Estaba deseando irme.
-          Vamos… No seas tontito – dijo con voz divertida – Para ahogar las penas, se que tu novia se fue y estás solito…
-          No estoy “Solito” – me sentí algo idiota diciendo esto.
-          ¿Seguro? – preguntó, muy poco convencida.
-         
-          ¡Vamos! – me gritó, pasándome una botella de gaseosa - ¡Por “La fuerza del amor”! ¡Salud! – exclamó, extendiendo su botella, esperando una respuesta de mi parte.
-          Salud… - dije, muy desganado, chocando mi botella con la botella de Sandra.

No me había dado cuenta que Sandra estaba acompañada de algunos amigos hasta que estos dijeron que se iban a fumar, dejándonos solos.

-          Te noto triste, lindo – me dijo.
-          No me digas así… - susurré – Sabes que yo…
-          Vamos – interrumpió – No es justo que estés triste. Además, sí eres lindo.
-          Gracias – sonreí sin darme cuenta – Creo que ya me tengo que ir…
-          ¿Me vas a dejar solita? – preguntó, algo coqueta.
-          Pues sí… tengo que… que… - y dejé de hablar al notar que no tenía nada que hacer.
-          Al menos hazme compañía hasta que mis amigos regresen.
-          Vale… Vale.

Sandra no resultó ser tan mala como yo pensaba. Estaba siendo muy linda conmigo y, tras invitarme otra gaseosa, me daba ánimos para no sentirme mal por Danila. Ella, además, me contaba sobre su vida. Me contó que había entrado a la universidad y que iba a estudiar derecho. Nos la pasamos conversando y, cuando ya había pasado cerca de media hora, al ver que sus amigos no regresaban, me pidió que le acompañe a la puerta del colegio a buscarles. Había sido tan gentil conmigo que negarme hubiese sido una falta de respeto. Claro que, pensaba en ese momento, cuando encontrara a sus amigos yo iba a regresar al patio principal para ver el concierto.

Después de unos 10 minutos de búsqueda en los alrededores del colegio, no pudimos entrar ni rastro de sus amigos y, sin darnos, o al menos darme, cuenta estábamos en la esquina de un parque que, pensaba, era hermoso. Parecía que ella sabía esto, así que me invitó a buscar una banca para conversar ahí.

-          Gracias por acompañarme – me decía ella.
-          No te preocupes… Nunca habíamos hablado así… Eres muy agradable, la verdad.
-          Gracias, Joseph… - cambió su tono a uno más curioso – Así que tienes una novia por Internet.
-          Sí… Bueno… Es Danila… Ella antes estaba aquí, como sabrás…
-          ¿Y la extrañas mucho? – me preguntaba, refiriéndose a Danila.
-          Sí – le decía – pero yo se que algún día nos veremos otra vez.
-          ¿No es algo incómodo? Yo nunca he tenido una pareja por Internet…
-          Pues, yo soy muy feliz con ella pero, a veces, siento que le necesito cerca…
-          No es lo mismo – dijo – tener a alguien frente a ti cuando le necesitas… ¿No sería más bonito tener a alguien real?
-          ¡Pero ella es real! – grité – Sólo que… - bajé el tono de voz – Está lejos – concluí sin poder evitar agachar la cabeza y tener un semblante triste.

Al verme cabizbajo, Sandra me envolvió en sus largos brazos y me rascó la cabeza mientras me decía que no merecía sufrir así. Que la vida no era justa pero que, a veces, podía darte recompensas inesperadas.

Cuando sentí el pecho de Sandra acogerme con tanta ternura me sentí querido como no me había sentido en ya mucho tiempo. Descubrí, entonces, lo que me faltaba. La necesidad de sentir el amor de alguien mediante actos como el abrazo cálido que me envolvía en esos momentos era lo que necesitaba, ya que ni Serge ni Adela, cuando iban a visitarme, lo hacían. A veces el apoyo moral no suele funcionar tan bien si sólo queda en palabras; cuando Sandra comenzó a rascar mi cabeza me di cuenta de esto.

-          Se siente bien – le dije.
-          ¿Qué cosa? – preguntó.
-          Que me rasques la cabeza… Me relaja bastante.
-          Oye… Pequeño Joseph – llamó mi atención mientras levantaba mi cara a la altura de la suya utilizando sus largos dedos.
-          ¿Sí?
-          ¿Verdad que sentirse querido es lo más rico del mundo? – preguntó con una sonrisa casi de oreja a oreja.
-          Sí... – dije, algo nervioso.

Me había gustado estar acurrucado en el calor de Sandra. Nunca, en todo el tiempo que le conocía, pensé que llegaría un momento en el que sentiría ganas, incluso, de darle un abrazo para demostrarle lo agradecido que estaba con su gesto.

Cuando quise regresar a sentir lo lindo que es ser querido, titubeé por un momento ya que quería, de verdad, darle un abrazo muy fuerte. La miré directamente a esos ojos hipnóticos mientras el viento hacía jugar las hondas de su cabello y, cuando sentí algo de vergüenza ante el abrazo que quería ya que no sabía si debía pedírselo o dárselo, me agarró por el cuello de la polera y, sin que pudiese hablar o intentar un movimiento, fui jalado hacia su figura mayor. Nuestros labios se juntaron, logrando así un beso.

Había engañado a Danila.


Cuando la conocí, no sabía que iba a odiar la primera vez

1 comentarios:

Alejandro Céspedes dijo...

A veces uno, sin darse cuenta, se ve metido en cosas muy distintas a lo planeado.