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martes, 5 de abril de 2011
-          Adela… ¡Dime! – le grité
-          No… No puedo.
-          Somos los mejores amigos… Ya van más de cinco minutos que te estoy preguntando y no me dices nada…
-          No… - susurró.
-          Adela…
-          Luci – me dijo, agachando la cabeza – Ella no se atrevía…
-          ¿A venir? ¿A verme como siempre? – pregunté algo confundido.
-          Ella – cerró los ojos y tomó algo de aire – Ella… ¡Ella se subirá a un avión con destino a Puerto Montt, Chile en poco más de media hora!

Espié la entrada de la casa de Danila sentado tras un arbusto. Cuando ella salga para irse me podría acercar para poder hablarle… Las cosas no podían terminarse así como así. No merecía un abandono sin ninguna explicación; tal vez los motivos del viaje sean de fuerza mayor pero pensé que, al menos, merecía un poco de consideración.

“Cuando salga le hablaré…”
“Cuando salga…”
“Cuando…”
“…”

Escuché la puerta de la casa de Danila abrirse. Era mi oportunidad de salir de mi escondite y hablar con ella, pero, por el contrario, me di media vuelta y me escondí detrás de los arbustos que me cubrían, mirando al lado contrario. Si salía a hablar con Danila, lo más probable era que su padre me mate y, aún peor, por que estaba todo sucio con el buzo del colegio por que había salido sin siquiera lavarme ni cambiarme, solamente cogiendo mi mochila y corriendo en busca de mi novia, la golpiza podría ser peor por llegar descuajeringado.

Un taxi paró a lo que, asumí, era la entrada de la casa de Danila. Escuché la voz de su madre diciendo que iban para el aeropuerto, luego unos ruidos más que, probablemente, eran las maletas entrando a la parte posterior del vehículo y ya estaba todo listo para ir al aeropuerto. Yo me encontraba de espaldas cuando el taxi partió llevándose al amor de mi vida rumbo a un avión.

No podía permitirlo.

Tal vez fue casualidad o tal vez el destino quería que la vea una vez más. Tal vez algún día lo sepa. Un nuevo taxi apareció en la calle poco transitada donde vivía Danila. Lo tomé y, casi sin pensarlo, le dije que siguiera el taxi de delante rumbo al aeropuerto. No está de más decir que el taxista fue, como muchos en esta ciudad, muy conversador y educado, por lo que terminé contándole todo el drama del porqué estaba con un buzo de colegio sucio siguiendo a un taxi rumbo al aeropuerto.

Tras estacionar el taxi unos diez metros del que habían abordado Danila y su familia, me di con la sorpresa que solamente bajó, aparte de ella, su madre. ¿Dónde estaba su padre? ¿Su hermana? ¿Se habían quedado en casa? ¿Solamente iban a viajar Danila y su mamá? ¿Serán solo unas vacaciones? ¿Regresará pronto entonces? ¿No me lo dijo por que no notaría unas vacaciones de un par de días? Mientras me perdía en las incógnitas mentales que suelo tener, Danila y su madre se alejaban cada vez más, entrando en las instalaciones aeronáuticas.

Corrí hacia el hall donde verifican los boletos, ambas estaban ahí esperando su turno para pasar e irse… Era mi última oportunidad, caminé de frente y choqué con un muro inmenso.

-          No puedes pasar sin un boleto, niño. – me dijo una voz. Tras una inspección leve me di cuenta que no era un muro, si no un sujeto muy grande.
-          Yo… Yo… Yo no tengo, solamente quiero hablar con alguien – respondí.
-          No puedes pasar – dijo.
-          Lo necesito – rogué mientras veía como Danila se dirigía a una puerta giratoria muy lejos de mi alcance.
-          Puede ver a los familiares y amigos que se irán en un vuelo desde el segundo nivel del aeropuerto, busque los balcones y ahí podrá verlos.
-          ¡Danila! – grité, a lo que ella volteó justo antes de ingresar a la puerta giratoria - ¡No entiendo nada, pero te veré desde arriba! – le grité.

Danila volteó y, al verme, soltó algunas lágrimas ¿Le alegraba verme? O, por el contrario… ¿Será un adiós que no quería dar?

Hubiese llenado páginas y páginas con incógnitas mentales si no fuese por que tropecé en las escaleras eléctricas con una señora rechoncha que se disculpó aunque, obviamente, el distraído, y quien atropelló, fui yo.

Había un balcón inmenso que recorría toda la superficie del segundo piso que daba al patio donde el equipaje era distribuido para cargarlos, más adelante, en los aviones. La gente caminaba por debajo saludando a sus familiares y amigos que, desde el nivel donde yo me encontraba, les deseaban un feliz viaje.

Para mi desgracia, yo era un chico de 14 años que no encontraba un espacio en algún balcón para poder acercarme ya que la gente se amontonaba en estos.

Una familia  se retiró hablando sobre “Sergio”, quien partió hacia Texas y habían dejado un espacio enorme en el balcón que debía, sí o sí, ser aprovechado por mí, así que corrí… Era casi imposible coincidir con el lugar donde Danila esté pero, me lo repetí en lamente, la esperanza es lo último que se pierde.

El balcón estaba algo alto para ser un segundo piso. Decidí preocuparme por los detalles arquitectónicos después, ya que Danila estaba, viéndolo desde línea recta, justo al frente de mi posición en el balcón.

-          ¡Danila! – grité. - ¡Danila, Soy Joseph!

Danila volteó y pudo identificarme entre la multitud, estaba llorando mientras agitaba su mano en forma de despedida, lentamente y, con un aura de derrota y desgano alrededor, me di cuenta que no quería hacerlo. Danila se iba para siempre… Nunca más la vería. Nunca más saldríamos juntos. Nunca más pasaríamos momentos divertidos con Adela. Nunca más le escucharía decirme “Chico”.

La impotencia que sentí en ese momento, y sólo esa impotencia, pudo justificar mi cuerpo cayendo por los casi 6 metros de altura que había desde el balcón hasta el amplio primer piso, ante la mirada atónita tanto de la gente del nivel superior como la del nivel inferior. Ellos solo vieron, sin poder hacer nada, a un chico con un buzo sucio de colegio gritando el nombre de, ellos intuían, su novia o su hermana saltando con lágrimas en los ojos.

Lo último que pude ver fue el rostro desencajado de Danila tratando de contorsionar una mezcla entre tristeza y desesperación mientras yo agitaba los brazos intentando volar para llegar a ella. Por un momento me sentí capaz de poder planear, cual elegante cisne, hacia donde estaba Danila, pero el duro suelo de mayólica destruyó mis esperanzas. Luego todo se puso negro.

Cuando desperté, gracias a unos rayos de luz que se colaron por las persianas de la ventana, tras una breve inspección de sucesos, me di cuenta que estaba en la habitación 243 de una clínica con el brazo enyesado y algunas lagunas mentales que, al parecer, ya había superado por completo.



Cuando la conocí, no sabía que iba a lamentar una partida.

3 comentarios:

Johanna dijo...

O_O OMFG! por que.. Danila T_T

Anónimo dijo...

Que triste. u__u

Alejandro Céspedes dijo...

El taxista debió ser muy buena persona.

Extrañaré a Sergio que se fue a Texas, claro que también me da pena lo de Danila.

Volar, sin duda alguna mi querido amigo, sería lo más genial del universo.