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lunes, 28 de febrero de 2011
Silencio. Así fue el resto del día tras el regreso de Estela y el mío al aula. Nadie hizo ningún comentario, nadie se animó a hacer algún chiste cuando el profesor no estaba, nadie parecía estar interesado en las típicas “travesuras del aula” en el resto del día.

-          Ayer todos parecían muertos – me comentó Serge, al día siguiente a la hora del recreo.
-          Es lo mejor. – le contesté tajantemente - No creo que me importe mucho el parecer un muerto de verdad en estos momentos.
-          Vamos, no puede ser tan malo. Esto se olvidará en poco tiempo – me animó – Siempre pasa algo extraordinario que hace olvidar el acto extraordinario anterior. – siguió – Es la regla de todo colegio; siempre lo has dicho ¿No?

El día siguiente al incidente de la carta fue casi tan incómodo como el primero. Casi parecía que no había alumnos en el salón. Entre los cambios de hora escuchaba a los profesores discutir preocupados sobre la situación del aula; eran dos días en los que todos parecían ser alumnos-robot sin interés por hablar o hacer desorden.

Tres días después estaba sentado en una carpeta que se ubicaba en la parte posterior del salón a la hora del recreo, sin ánimos de nada; solo repitiendo en mi cabeza “Algo extraordinario hace olvidar el acto extraordinario anterior”, pero parecía que ese “algo extraordinario” nunca llegaría. Levanté la mirada y Serge estaba en la puerta del salón, mirándome.

-          ¿No vas a salir? – preguntó mientras bordeaba las carpetas cerca de la puerta con sus pasos, caminando hacia la parte posterior del aula.
-          No tengo ganas la verdad – contesté levantándome de la carpeta.
-          ¡No puedes quedarte así para siempre!
-          Pero sí hasta que suceda otro “Suceso extraordinario”… – me lamenté mientras caminaba hacia la puerta del salón. – Pero al parecer ese momento está muy lejano aún. – añadí – Pensaba en salir ahorita, pero ya no tiene sentido. – concluí dándome la vuelta, dándole la espalda a la puerta.

Serge estaba parado atrás del grupo de carpetas de los alumnos, mirándome feliz, esperando una sonrisa de vuelta también.

No la hubo.

Serge ha sido mi mejor amigo desde hacía unos cuatro años. Era muy parecido a mí. Nos gustaba casi lo mismo siempre; compartía mi gusto por los videojuegos y mi disgusto por las fiestas con música para bailar. Siempre me escuchó y acompañó desde que tenía 8 años en segundo de primaria. Ahora en sexto grado, con mis 12 años, era cuando más lo necesitaba. Por todos estos motivos es que intenté devolverle la sonrisa que, estoy seguro, me dio de la manera más fraterna posible.

No pude. Sobé mi mano contra mi pómulo para limpiarme, una lágrima quería colarse a mi mejilla. No era la única; muchas otras intentaron repetir la hazaña de la primera y, para mi pesar, estas sí tuvieron éxito. Estaba llorando cada vez más.

Agaché la cabeza, no quería que me vea llorar. Tapé mi rostro mientras le escuchaba decir que no debía ponerme así. Pero no quería hacerlo, no quería dejar de llorar; no quería escucharle tampoco.

*¡Puck!* - Una lágrima escapó de mi ojo izquierdo y cayó al piso.

Una lágrima escapó de mi ojo y derecho cayó al piso - *Puck!*

No esperé que otra lágrima cayese; las dos que estaban ahí se movían hacia un mismo sitio gracias al desnivel del suelo. Me sentí frustrado al ver que incluso las lágrimas que caían por mi desesperación podían ser felices la una con la otra… Pero… ¿Quién era yo para arruinar su destino juntas mandando otra lágrima?

Levanté la cabeza. Serge estaba asustado, no sabía que hacer al verme así. Lo miré sabiendo que estaba actuando como un idiota. Pensaba que se burlaría de mí si veía mis ojos rojos y húmedos gracias a las lágrimas, pero era mi mejor amigo y nunca lo haría. Es por eso que, sollozando como no lo había hecho hace mucho tiempo, con mis ojos inyectados mirando de frente a mi mejor amigo en todo el mundo, pude devolverle la sonrisa que tanto esperaba. El se calmó, estaba feliz otra vez. Pude calmarme.

-          Eres un tonto. – dijo – No había motivo para ponerse así ¿Ves?
-          Gracias por acompañarme y no reírte de mí.
-          El día que me ria de ti al verte llorar será cuando te caigas de manera estúpida.
-          Ella… - susurré – Ella me gusta demasiado.
-          Lo se. Se que nunca quisiste hacer nada malo.

Las lágrimas que hacía un rato decidieron dejar de salir, volvieron para acompañar a los sollozos que, al parecer, las querían de vuelta.

-          Si hubiese sido valiente desde un principio nada de esto hubiese pasado – me quejé aún con lágrimas en los ojos -. ¡Me gusta, pues! ¡Estela me gusta demasiado!

Alguien tocó mi hombro por detrás, lo largué con un movimiento brusco de de mi brazo. Serge abrió los ojos bruscamente. Tocaron mi hombro otra vez. Era obvio que era alguien del salón y, para mí, ya era suficiente que Serge me viera en ese estado.

Volví a largarlo.

Y una vez más.

-          Creo que me voy – dijo Serge algo exaltado.
-          No… Quédate… Por favor – le rogué.
-          Es mejor que lo haga.

Serge caminó hacia donde estaba yo. Pasó al lado mío. Le seguí con la mirada húmeda de la que hacía gala. Todo era silencio salvo por mis sollozos. El salió y en el salón me quedé sólo con Estela que desistió de tocarme el hombro una vez más al ver que había volteado la mirada.


Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla

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