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viernes, 25 de febrero de 2011
-          Toma, Estela – escuché decir a Marianne que, llena de hojas de jardín, le daba mi carta a la chica que tanto me gustaba en la puerta del aula.
-          ¿Todo terminó? – pensé - ¿Debo rendirme? – me pregunté - ¡Nunca! – me animé mentalmente - ¡Las cosas no se acaban hasta que se acaban!

Con una agilidad que ni siquiera yo conocía, corrí como en 12 años no lo había logrado en dirección a Estela. Si mis compañeros de clase decidieron formar los bandos de hace tres minutos en una segunda “guerra” dentro del aula para poder conseguir la carta, lo olvidaron instantáneamente al notar que había llegado el momento decisivo entre Estela y yo… O tal vez al verme atravesar dos carpetas de un solo salto de la manera más desesperada posible.

Esta vez era el final. Final que debía enfrentar personalmente. La “guerra” se había reducido a una persecución por parte mía hacia Estela por los pasillos del colegio. Yo tenía las de ganar, siempre fui de los mejores en la clase de deportes, además estaba inyectado de adrenalina y no podía parar de correr.

Nada podría detenerme ahora.

                                         Nadie podría pararme.

                                                                            Tendría esa carta.

                                                                                                    Sólo un poco más.

Paré en seco. Impotente. Asustado. Rendido.  Agotado. Tonto. Inútil. Frustrado.

Había perdido. Yo había perdido a unos pocos centímetros de alcanzar a Estela. El cartel de “Damas” sobre la puerta del baño parecía burlarse de mí al ver mi impotencia. Estela estaba dentro de ese cuarto que yo ni en sueños podía entrar. Tenía ganas de llorar, pero no lo hice. La cólera era más grande en ese momento; no podía creer que perdería por un simple cartel. Me quedé parado, casi inexpresivo, en la puerta del baño de damas. No podía fijar mi vista en algo, no podía pensar en nada. No sabía si todo era un sueño o si estaba alucinando, como siempre lo hacía, en clase de historia. En ese momento sólo me pregunté si Piero podría encestar desde los tres puntos la próxima vez que lo intentara.



Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla
Triángulo de cuatro lados (Parte 1)

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