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sábado, 19 de febrero de 2011
-          Por supuesto, pequeño. – me decía Samantha con mirada coqueta – Nosotras estamos para ayudarte, lindo.
-          ¿Entonces si me ayudarán? – las miré a las dos con esperanza. – entonces…
-          ¡Más que eso, lindo! – me interrumpió Vania con una sonrisa – Vamos a escribirla por ti, pequeño – concluyó, como si todo el diálogo hubiese estado ensayado desde antes.

Al fondo del salón estaba yo pidiéndole ayuda a dos chicas: Samantha y Vania. Quería escribirle una carta a Estela declarándole mi amor, pero me di cuenta que con mi cerebro lleno de perversiones inocentes no era capaz de pensar en como enamorar a una niña, así que no podía hacerlo solo. En dos días una romántica carta le sería entregada a Estela y ella sabría todo lo que siento por ella.

Esa noche me sentía más ansioso que nunca, no podía esperar dos días… Tenía que hacer algo; la llamaría por teléfono y sería el preludio de lo que venga en dos días. Eran las 8:05 PM y tomé la bocina del teléfono con decisión.


**RING RING**
- ¿Aló?
                                                                            **TU-TU-TU-TU**

**RING RING**
- ¿Aló?
                                                                            **TU-TU-TU-TU**

**RING RING**
- ¿Aló?
                                                                            **TU-TU-TU-TU**

**RING RING**
- ¿Aló?
                                                                            **TU-TU-TU-TU**

Después de cerca de 90 intentos por hablarle decidí rendirme, eran las 9:30 PM y había olvidado que mañana tenía prueba de matemáticas.

Eran ya las 10:30 PM y en vez de estudiar, por la ventana el cielo nublado de Lima dejaba que vea una o dos estrellas en el cielo. En la bóveda celeste de esta ciudad era casi imposible ver algo brillante, pero ahí estaban esas dos estrellas que parecían sonreir al estar juntas. Una era yo, la otra era Estela.

-          Ayer la llamé para decirle que me gusta – Le contaba a Serge, mi mejor amigo.
-          ¿Y que te dijo? – preguntó él devorando la última pieza de su pan.
-          Es una historia complicada… - respondí algo avergonzado – No pude decirle nada, intenté llamarle muchas veces.
-          ¿Tú fuiste quien la llamó infinitas veces? – añadió mi amigo casi atorándose con el último bocado de su refrigerio – En la clase de historia ella se quejaba de no haber estudiado matemática por que alguien no dejaba en paz su teléfono, y como sus padres salieron ella tenía que atender siempre...
-          No creo que haya dado un peor examen que el mío. – añadí tratando de sonar lastimero – No pude estudiar ni una pizca pensando en hablarle y en la carta que mañana le llegará.
-          ¿Qué carta?

El timbre del recreo sonaría en cualquier momento, corrí hacia la puerta para poder verla pasar y saludarle como todos los días. Paré. Sentí vergüenza para saludarle después de lo pasado la noche anterior. Se que ella no tenía ni idea que era yo quien había intentado llamarle, pero yo sí lo sabía y eso me bastaba para no poder mirarle de frente. Aquel día fue el primero, después de mucho tiempo, en el que no le pude saludar.



Cuando la conocí, no sabía que, en veradad, nunca iba a conocerla

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