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lunes, 21 de febrero de 2011

¡Por fin llegó el día! Estela leería la carta que Samantha y Vania habían escrito para ella haciéndose pasar por mí. El 01 que se imponía en el papel de mi prueba de matemática no podía siquiera hacerle sombra a la emoción que sentía en ese momento, ya que después del recreo, cuando la carta sea entregada, la niña de mis sueños sabría cuanto quiero estar con ella.

Era ya la hora del recreo y devoraba gustoso una empanada que compré en el kiosco del patio. Nada podía arruinar este día, nada excepto que Estela no quisiera estar conmigo; pero yo confiaba plenamente en el gusto femenino de las dos chicas que se habían portado muy bien conmigo. Siempre me daban un trato algo especial en comparación a los demás chicos del aula. Nada podía arruinar ese momento…

-          Oye, Joseph… - preguntó alguien tocándome el hombro con un dedo detrás de mí.
-          ¡Oh! Hola Karina – saludé a una chica de lentes que estaba en mi salón - ¿Quieres un poco de mi empanada? – ofrecí feliz.
-          No, gracias. – rechazó -  ¿Le has escrito una carta a Estela?
-          ¡Claro! – respondí con la mejor sonrisa que tenía – Es para demostrarle todo lo que siento por ella.
-          Pues no creo que le guste – replicó Karina frunciendo el ceño – Me parece de muy mal gusto, la verdad.
-          ¿Eh…? ¿Qué decía la carta?
-          Que quieres hacer de todo con ella – atinó la chica de las gafas.
-          Pues es cierto. –  añadí – Quiero hacer muchas cosas con ella para hacerle feliz
-          ¿Sexo puro es hacerle feliz? – preguntó – Toda la carta esta llena de referencias sexuales…
-          ¡No! ¡Yo no he escrito eso! – respondí angustiado
-          Es por eso que vengo a preguntarte. Yo se que no eres así. – dejó colar un pequeño tono de preocupación – Samantha y Vania me mostraron una carta muy fea firmada por ti, para Estela.

No respondí, la carta iba a ser entregada cuando termine el recreo, en unos escasos cinco minutos. Me alejé de Karina asintiendo la cabeza en tono de agradecimiento. Mi empanada se desmoronó al caer al piso mientras corría a toda velocidad en busca de las dos chicas. ¿Por qué lo harían? ¿Es que querían hacerme una maldad? ¿O es que, por el contrario, las chicas piensan igual que los chicos a esta edad? Si así fuera ¿Por qué a Karina no le agradó la carta? No tenía tiempo de responder a mis incógnitas mentales, lo importante era ubicar a esas chicas antes de que Estela pueda leer la carta. Pude ver a Marianne y Katty sentadas en las gradas de la escalera, que conducía a los salones del segundo piso, conversando.

-          Hola… ¿Han visto a Samantha o a Vania? – pregunté retomando el aliento.
-          No – respondió Marianne – las vimos antes de empezar el recreo
-          Por cierto… - añadió Katty – Tenían una carta escrita por ti que…
-          ¡Arrrgghhh! – gruñí – ¡Eso lo se! Por eso las estoy buscando – grité mientras me alejaba a toda velocidad.

Corrí hacia el jardín.

-          No las he visto, pero tenían una carta muy fea que no me gus…
-          Olvídalo, gracias. – seguí mi carrera hacia las dos chicas

Corría de un lugar a otro con el mismo resultado.

-          No las veo desde antes de empezar el recreo – respondió mordiendo un pan – Pero tú no has escrito esa carta ¿Verdad?
-          ¡No! – grité a lo lejos mientras corría sin saber a donde ir
-          ¡Lo imaginaba! Yo te conozco bien… ¡Suerte! – gritaba Luz, la pequeña niña de pelo corto mientras me perdía de vista entre los pilares del patio principal.

Algunos compañeros me decían que la carta era lo peor que pude haber hecho, otros me creyeron al decirles que no había sido yo, otros simplemente no estaban enterados del asunto… Pero nadie sabía donde estaban Samantha y Vania. Mi búsqueda fue en vano, había corrido mucho y ahora estaba tirado frente a la cancha de basket, donde algunos chicos jugaban. Cerré los ojos con intención de olvidarme de todo y rendirme, pero algo redondo me regresó a la realidad.

-          ¡Auch! – me quejé mientras miraba como un balón de basket rebotaba de mi pecho a un lado.
-          Hey… No ha sido intencional – me habló un chico alto y delgado – pero ha sido tu culpa, no puedes estar acostado frente a la cancha.
-          Tienes razón… - contesté devolviéndole el balón mientras me ponía de pie – He tenido un recreo muy agitado.

El chico regresó a la cancha y le pasó el balón a otro, mucho más bajo, con gafas y algo nervioso.

-          es tu turno, Piero. – ordenaba el chico alto – Intenta encestar desde la línea de tres puntos.
-          Eso es fácil para ti que eres alto. – respondió el chico nervioso, agarrando el balón con timidez – Pero yo ya me rendí a intentarlo.
-          ¡No seas tonto! – recriminó el más alto – Yo también fui un enano alguna vez. ¡Las cosas no se acaban hasta que se acaban!
-         Él dijo "¡Las cosas no se acaban hasta que se acaban!" – No pude evitar citar a este chico mientras pensaba que mi búsqueda no había terminado – ¡Vamos Piero! ¡Demuéstrate a ti mismo que no importa el tamaño! Yo tampoco me voy a rendir en mi partido de basket personal… ¡Porque las cosas no se acaban hasta que se acaban!

Piero asintió, parecía estar feliz al ver que alguien creía que podía lograrlo. La confianza regresó a él. Sin pensarlo dos veces, con un semblante altivo que tres segundos antes no hubiese podido imaginar, lanzó la bola desde la línea de tres puntos… Nunca había visto lanzar a alguien tan mal. Pensé en meterme al taller de basket el año próximo.

Me di vuelta para seguir en mi búsqueda antes de que termine el recreo. Piero y yo habíamos fallado; la pelota rebotó lejos del campo mientras el timbre que marcaba el final del recreo sonaba. Ambos habíamos perdido.

Tal vez yo aún no.



Cuando la conocí, no sabía que, en verdad, nunca iba a conocerla

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