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viernes, 18 de octubre de 2013
Todo mejoraba, sí señor. Esa misma noche, Sany se convirtió en mi novia. Fue tierno, lindo, bonito y hasta algo cursi; nos miramos sin decir nada mientras nos tocábamos el rostro como si fuésemos una adivina tratando de descubrir el futuro en una bola de cristal… al menos por mi parte, quería asegurarme que la chica que tenía en frente era de verdad. Pasamos ahí un buen rato. Yo no sabía si Sara pensaba lo mismo que yo; tal vez sólo me imitó y no tenía idea de qué decir.
Al final, fui yo quien rompió el hielo cuando le dije que no me esperaba que fuese tan bonita en la vida real. Ella sonrió y, hasta yo sabía, la sonrisa es la mejor manera de saber que vas por un buen camino. Los hechos no dejarán que mienta, pues a los pocos minutos (aunque pudieron ser horas, para mí pasó casi al instante… tal vez porque adoraba verla) un beso me lo confirmó.
Otra cosa que me alegraba era lo cerca que estaba el día para que el colegio se aleje de mí. Faltaba poco menos de medio año. Hey, a esa edad, era lo que más quería.
Cada viernes, después de clases, corría a mi casa. Mi madre tenía el almuerzo en la mesa y, con la misma prisa que tenía al comer, salía disparado, luego de cambiarme de ropa, hacia el paradero más cercano de la avenida de La Marina. Casi un mes después, me enteré que podía llegar hasta la casa de Sany con un solo carro. Antes tomaba dos, o hasta tres, micros para poder llegar hasta la avenida El Sol.

Conocí a las dos mejores amigas de Sany; Cindy y Zaira. Con la primera, una chica de anteojos y semblante despreocupado, la amistad era más cercana debido a que vivía a escasas cuadras de la casa de mi novia. Zaira, por otro lado, vivía en Chorrillos; cómo son las cosas… no había pasado más de un mes desde que me enteré de la existencia de Surco y, al conocer a Zaira, descubrí que también existía algún distrito llamado «Chorrillos».

Los días viernes me hacían conocer Surco, de la mano de Sany, entre risas y besos, por lo general, sabor de la cantidad de dulces que comíamos. Era, sí, un invierno muy dulce.
La relación con Sany era tierna y, al parecer, yo regresaba poco a poco a ser aquel chico que extrañaba: feliz, preocupado por mi pareja y alejado de pensamientos, y acciones, que podrían ser perjudiciales en la relación.
Me sentía estupendo al haber empezado una relación perfecta. Aunque los viernes, sin excepción, iba a Surco, cuando nuestros dos meses juntos, en octubre, se cumplieron, Sany fue hasta San Miguel para darme una sorpresa. No voy a comentarles sobre la cara de estúpido que tuve cuando Remi me llevó a Plaza San Miguel para, sin que yo tenga idea, vea a mi novia.
    Amor —le dije, tras pasear por las tiendas del centro comercial—, vamos a comer algo rico.
    ¿Algo como qué? —su mirada se encontró con la mía en una melosa onda invisible de amor sincero. Sus labios formaban una media luna que me derretía poco a poco.
    ¡Helado! —respondí, devolviendo la sonrisa sincera— ¡Vamos a comer Helado!
La sonrisa de Sany se degeneró en una mueca de asco y, luego, de miedo. En esos momentos no tenía ni la más mínima idea de cómo algo como el helado podría causar una reacción como aquella en alguien. Sí, era invierno, pero, personalmente, el helado era una de las cosas más ricas del mundo. No, no era por el helado… pensé que podría haber dicho algo que la incomode, pero no lo recordaba.
La gente caminaba de un lugar a otro, frenética y desesperada mientras veían las vitrinas y escaparates de las tiendas. Algunos niños reían y gritaban ante un hombre disfrazado de algún personaje de dibujos animados. También, me pareció, que un bebé lloraba, quién sabe por qué… pero, para mí, todo eso no existía. Luego de ver la desfigurada expresión de mi novia, el tiempo se detuvo; las personas dejaron de andar y los niños dejaron de emitir sonido alguno. Sólo oía la voz de Sany, sólo ella se movía y sólo ella era foco para cada uno de mis sentidos.
    No —dijo— No quiero comer helado.
Sany tenía la cabeza gacha. La proposición, por alguna razón, le había afectado. Esa noche me acosté con una avalancha de incógnitas mentales que me quitaron el sueño ¿Habré dicho algo malo? ¿O, por otro lado, era por culpa del helado? ¿Qué de malo tiene el helado? ¿O qué de malo tengo yo? ¿O mis proposiciones? ¿Sany se habría molestado conmigo? ¿Las cosas seguirían igual? ¿Qué la había puesto triste?

Me acosté muy tarde. Tuve un sueño que no recuerdo, pero sé que había helado en él.


Cuando la conocí, no sabía que las influencias eran tan poderosas

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