¿Quieres ser amigo de Joseph también?
¿Cuántas personas han visitado a Joseph?
¡Visita a Joseph en Facebook también!
Con la tecnología de Blogger.
jueves, 17 de julio de 2014
Sany dobló la
esquina y vi como caminaba a su casa. Llevaba el buzo de su colegio; pantalones
azules con una raya blanca a cada uno de los lados y un polo celeste. No llevaba
casaca. Tal vez la tenía dentro de la pequeña mochila negra que llevaba sobre
la espalda. A varios metros, de pie al lado de una banca (y con un inmenso ramo
de girasoles), me encontraba reuniendo valor para reconquistar a mi ex. Varias
veces esa misma semana imaginé lo que sería después; los besos y abrazos. Pero
nunca me ponía a pensar en el momento que dispararía la situación. O sea, cómo
ir a hablarle.
Escondí el ramo de
girasoles en mi espalda.
Cerré los ojos y
respiré profundo para reunir valor.
Aún sin abrirlos,
caminé tres pasos hacia el frente y paré por unos cinco segundos. Planeaba
caminar con los ojos cerrados y abrirlos luego de un rato; después de todo,
cuando la distancia se haya acortado lo suficiente, y Sany me haya visto, no
habría vuelta atrás.
Cuando di el
primer paso de mi caminata, sentí ímpetu.
Cuando di el
segundo paso de mi caminata, sentí decisión.
Cuando di el
tercer paso de mi caminata, no pude
descubrir qué sentía porque un ruido seco, como el impacto de algo
pesado contra el suelo, retumbó en mi cabeza.
Muy lentamente,
con algo de miedo, abrí mi ojo derecho. Por experiencia previa, presentía que
éste iba a ser el momento final, el que me haría crecer un poco más al
enfrentarme directamente (tras morir de miedo) con la chica. Como siempre.
Por ejemplo,
cuando Estela me encontró llorando en el salón,
(Ya estarás grande, Estelita)
o cuando tuve que hablar con Danila para confesarle que le había engañado,
(¿Seguirás en Chile, chica?)
o cuando tuve que llenarme de valor y decirle a Karla que era un cobarde,
(Pastorcita, a veces te pienso tanto)
o cuando acepté ante Adriana que yo también pensaba en mi ex,
(Aún te veo a veces, cuando visito a Remi)
o cuando intenté convencer a Sol de que era la única en mi vida,
(Espero que ya no te sientas sola)
o ahora, que hablaría con Sara para decirle que, aunque no soy su padre, soy bueno.
(No existe, ni existirá, un hombre bueno, salvo tu padre).
(Ya estarás grande, Estelita)
o cuando tuve que hablar con Danila para confesarle que le había engañado,
(¿Seguirás en Chile, chica?)
o cuando tuve que llenarme de valor y decirle a Karla que era un cobarde,
(Pastorcita, a veces te pienso tanto)
o cuando acepté ante Adriana que yo también pensaba en mi ex,
(Aún te veo a veces, cuando visito a Remi)
o cuando intenté convencer a Sol de que era la única en mi vida,
(Espero que ya no te sientas sola)
o ahora, que hablaría con Sara para decirle que, aunque no soy su padre, soy bueno.
(No existe, ni existirá, un hombre bueno, salvo tu padre).
Abrí ambos ojos
para ver de frente a Sany; tenía que estar ahí para darme alguna cachetada
mental, como todas las que recibí en el pasado.
No pasó nada.
Sara no estaba
frente a mí. Es más, no estaba ni cerca. El ruido de hacía unos segundos no era
más que la puerta de su casa cerrándose tras ella.
Pasó por cuarta
vez. Volví a perder la oportunidad de hablar con Sara.
No debí intentarlo
por una cuarta vez; después de todo, a la tercera va la vencida, según dicen.
Caminé por las
calles de Surco que no conocía. No sé por cuánto tiempo; el cielo se tiñó de
naranja y yo aún tenía el ramo de girasoles en la mano izquierda, como siempre.
Mi celular sonó.
—
Aló —dije.
—
Hijo —dijo mi madre, al otro lado del
teléfono—, ¿ya vas a regresar?
—
No —respondí, secamente.
—
¿Fuiste a Surco? ¿Todavía estás paseando
con Sara?
Guardé silencio.
Levanté mi mano izquierda y contemplé los girasoles.
—
¿Hijo? —dijo.
—
Sí. Aún estoy paseando con Sara —mentí.
—
Está bien. No te demores.
—
Ya, mamá. Adiós.
—
Adiós. Un besito.
Colgué y seguí con
mi caminata sin rumbo. Llegué a un parque bonito con una pileta en el medio. Tomé
asiento en una banca y coloqué los girasoles a mi izquierda. Miré hacia el fin
de una avenida larga cuyo nombre no conocía. Allá, donde mi vista llegaba, el
sol se desesperaba por expandir su explosión naranja.
Cuando ya no había
sol en el horizonte, respiré hondo y volví a caminar sin rumbo. El cielo se
tiñó de morado y todo fue obvio para mí.
«¿Para qué
preocuparme?, ¿Para qué esforzarse?, ¿Para qué compartir?» —pensé—. «Después de
todo, esto de las relaciones es muy complicado. Quiero algo más simple».
Ya era de noche.
Tal vez era momento de regresar a casa. Sin preocupaciones ni tormentas
mentales; sólo pensando en cómo ser feliz sin depender de otra persona.
—
¡Demonios! —exclamé. Luego me rasqué el
mentón y, más sereno, completé: — Los girasoles se quedaron en la banca del
parque —luego suspiré.
Metí mis manos en
los bolsillos y seguí caminando. Iría al paradero mientras trataba de olvidar
el ramo de flores.
Ya habían pasado
casi veinte minutos. Me costó mucho llegar a Tomás Marsano, puesto que no sabía
dónde estaba.
Vi la CHAMA y me
subí. Ocupé un asiento para una persona. Parecía cómodo.
—
Me costaron veinticinco lucas —me quejé,
al fin.
FINAL DEL SÉPTIMO CAPÍTULO
Cuando la conocí, no sabía que era un soñador
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentarios:
sigue escribiendo, gracias :)
Publicar un comentario